Sunday, December 27, 2009

Imposible nothing

"Imposible, significa que no has encontrado la solución." - Henry Ford


Estoy harta de que las personas juzguen mis proyectos y mi trabajo como meros intentos. Estoy verdaderamente cansada de que la juventud sea vista de modo casi peyorativo y con cierto dejo de conmiseración. Estoy molesta por las palmaditas en mi espalda. Quiero ser tomada en serio, quiero dejar de ser vista como una niña y de dudar de mí misma por los juicios de "los adultos".

Nada es imposible. Tal vez no tenga la experiencia que los años le han brindado a otras personas, pero eso no significa que sea menos capaz o menos competitiva. Nada es imposible, no importa cuántas veces me repitan frases desanimadoras ni que se me trate con poca fe. No me importa que me repitan mil veces que no puedo hacer las cosas, no pienso volver a tener miedo, no me permetiré volver a dudar de mi capacidad.

Aquí estoy, dispuesta a mostrarme de qué estoy hecha.

Saturday, December 26, 2009

Signos visibles



Como bien saben los que me conocen, tengo problemas con el sacramento de la confesión. Creo en ella, la entiendo, me gusta la idea teórica... pero me cuesta un trabajo enorme confesarme en la práctica. No es que no quiera que un sacerdote escuche mis pecados; no es por vergüenza. Es, más bien, porque no siento que el sacerdote pueda dedicarme suficiente tiempo para profundizar en lo que quiero confesar. Juanjo dice que debo pensar que es Dios el que me está perdonando, no el ministro. Es Dios el que entiende la profundidad de mis acciones y el sacerdote no tiene que entenderlo a la perfección, pues él es tan sólo un instrumento.

Con esto en mente, decidí confesarme hoy. Previsoramente, me formé en la cola antes de que empezara la misa, para no perderme mucho. Sin embargo, las personas tardaban mucho en salir. Cuando llegó mi turno, entré y me hinqué en la celosía, pero el padre me dijo que tomara asiento en frente de él. Era un viejito que a penas y podía oír y que hablaba muy bajito. Me preguntó mis pecados, me escuchó atentamente y después comenzó a hablar. Me platicó anécdotas, me contó chistes que me hicieron reír, me preguntó un montón de cosas y me aconsejó otras tantas.

La misa transcurría afuera del confesionario, mientras que el simpático padre se tomaba todo el tiempo del mundo conmigo. Sin que yo lo notara, el hombre me dio toda una cátedra de teología. finalmente, me dio la absolución, me dio la mano y salí radiante y alegre directo a comulgar. El padre había dedicado toda la misa a mi confesión.

¿Nunca han sentido que Dios les manda un mensaje? Hoy me lo pareció a mí.

Wednesday, December 16, 2009

Enfrentándome a mi realidad

Escribir no se trata solamente de estar inspirado. Las musas son caprichosas y no siempre visitan a los que las necesitan.

Escribir implica disciplina. Si se deja, aunque sea por un momento, se pierde mucha práctica, el estilo se opaca y las ideas palidecen. Hay que seguir, aunque ya no den ganas, aunque las palabras parezcan resbalarse de las manos y los sonidos no sean agradables y melodiosos. Hay que escribir, aunque sea un traguito amargo, pues de otra manera la tinta se seca cada vez más y el pensamiento deja de fluir.

No, me niego. Aquí estoy. No tengo palabras, no tengo ganas, pero sí la firme decisión de seguir.

Pluma mía, aquí voy.

Wednesday, December 02, 2009

Para Zoon y Tensai :P

"A los filósofos se les puede perdonar casi todo: su escepticismo, sus blasfemias, su soberbia, su estilo aburrido, su compromiso con el poder, su espíritu crítico. Disculpamos sus vestidos estrafalarios y sus gustos estrambóticos. Somos condescendientes con su afán revolucionario, si son filósofos de "izquierdas"; soportamos su recalcitrante conservadurismo cuando son "de derechas". Solamente dos actividades resultan imperdonables en la filosofía: dictar conferencias sobre ética empresarial y escribir sobre comida."


- Héctor Zagal

Jajajaja!

Monday, November 30, 2009

Number people


"Las personas mayores aman las cifras. Cuando les habla uno de un nuevo amigo nunca te preguntan de cosas esenciales. Jamás te dicen: "¿Cómo es su voz? ¿Cuáles son sus juegos favoritos? ¿Colecciona mariposas?" En cambio, te preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos tiene? ¿Cuánto gana? ¿Cuánto gana su padre?" Y, al obtener las respuestas a estas preguntas, creen ya conocer a las personas. Si decimos a los adultos: "He visto una hermosa casa de ladrillos rojos con geranios en las ventanas y palomas en el techo...", ellos no pueden imaginarse dicha casa. Es necesario decirles: "He visto una casa de cien mil francos". Sólo así exclaman: "¡Qué hermosa es!"

Si les dices por ejemplo: "La prueba de que el principito existió es que era encantador, que reía, que era hermoso y que quería un cordero", no lo entienden ni lo creen. Querer un cordero es prueba de que existe, entonces se encogerán de hombros y dirán que uno se comporta como un niño. Si, en cambio, se les dice: "El planeta de donde venía es el asteroide B-612", entonces quedarán convencidos y no harán más preguntas. Es así como son las personas mayores. Y no hay que reprocharles. Los niños deben ser muy condecendientes con las personas mayores."


- El principito, Antoine de Saint-Eupéry

Monday, November 16, 2009

Aún no

Me duele el ánimo, el espíritu me pesa y el hartazgo me corroe, pero esa estúpida esperanza no me deja en paz.

Friday, November 13, 2009

Cuando Tolkien habla de Dios

La primera vez que leí El señor de los anillos, la parte que más disfruté fue la que acontece en las casas de curación. Tristemente, en las películas a penas y le dedicaron un breve instante (y tan sólo en las versiones extendidas, porque en el cine se la saltaron olímpicamente). Sin embargo, en el libro está narrada de una manera preciosa, valdría la pena que lo leyeran (o que lo repasaran, los que ya lo leyeron).

Me gusta mucho porque el regreso del rey no es un momento de gloria y resplandor deslumbrante, sino un momento de oscuridad atravezado por un humilde rayito de luz. Aragorn siempre temió caer ante la tentación de la soberbia y la sed de poder, pero cuando llega su momento, deja el miedo atrás. Es un instante hermoso, pues él se hace el rey legítimo no porque sea grande, famoso, temido o reconocido, sino porque cura. Los hombres lo reconocen como su rey porque cumple con la profesía, porque él tiene "las manos que sanan" las heridas del cuerpo y del espíritu.

Es bellísima la escena en la que sana a Faramir y éste despierta, cual Lázaro, y le dice: "Me has llamado, mi Señor, He venido. ¿Qué ordena mi rey?". Es el primero en reconocerlo y el primero en recibir un mandato: "No sigas caminando en las sombras. ¡Despierta!"

Entonces llega con Éowyn, y logra sanar su cuerpo y despertarla "del valle de las sombras", pero Aragorn se preocupa, pues sabe que él no puede sanarla de su desesperanza. Éowyn desea morir, y él no conoce la cura para eso. Éowyn tarda mucho en curarse. Sólo hasta que se da cuenta de su pequeñez (y, por lo tanto, de su grandeza), es que vuelve a abrirse al mundo.

La Dama Blanca soñaba con un abismo negro frente a ella y no podía voltear hacia atrás. Sentía que lo único que le quedaba era abandonase a la oscuridad. Sin embargo, se encuentra con Faramir y ese pequeño rayo de luz la ilumina. Ella decide romper su orgullo, renuncia a sus aspiraciones de princesa guerrera y le dice a Faramir: "Ya no deso ser una reina".

En el momento en el que abraza la paz, Éowyn se libera y puede amar a Faramir y comienza a preocuparse por su gente. Me encanta, pues descubre que la verdadera libertad no está en la independencia y la rebeldía, sino en la entrega a los demás. La valentía de una auténtica dama guerrera no consiste en arrojarse a la muerte, sino en arriesgarse a vivir.

Tuesday, October 06, 2009

Confesión de libertad

Veis aquí mi corazón,
Yo le pongo en vuestra palma
Mi cuerpo, mi vida y alma,
Mis entrañas y afición;
Dulce Esposo y redención,
Pues por vuestra me ofrecí
¿Qué mandáis hacer de mí?

Dadme muerte, dadme vida:
Dad salud o enfermedad,
Honra o deshonra me dad,
Dadme guerra o paz cumplida,
Flaqueza o fuerza a mi vida,
Que a todo digo que sí.
¿Qué mandáis hacer de mí?

(...) Vuestra soy, para Vos nací,
¿Qué mandáis hacer de mí?

- Santa Teresa de Jesús


Me falta humildad, me falta fe. ¿Quién soy yo para sentirme importante, para pensar que mi dolor es especial y que me hace diferente? ¿Por qué creí tener la facultad para juzgarme, para ser tan dura conmigo misma, para pedirme perfección? ¿Cuándo me dejé morder por la serpiente y me permití ver a los demás con ojos críticos y sedientos de fría y cruel legalidad?

Tan sólo soy yo, con mi complejidad, llena de carencias y remiendos de virtudes. Soy tan pequeña, tan contingente... ¿cómo es que esperé tanto de un ser tan frágil?

Abandoné la gracia buscando ser modelo de santidad. Soberbia... maldito demonio que me sigue y que, a penas bajo la guardia, me carcome el alma.

He recibido una lección. He aprendido a abandonarme en los brazos de Dios. Yo no puedo sola, nadie puede. Duele reconocerlo, el orgullo quema, el demonio se retuerce... pero el espíritu descansa.

Dios no respondía ante mi desesperación, pero lo ha hecho ante mi fe, y se lo agradezco.




Monday, September 28, 2009

Una mujer admirable

Todavía me acuerdo muy bien de ella en la prepa. La palabra "misterio" la definía perfectamente (o, al menos así se lo parecía a esta romántica empedernida). Su piel blanca, su esbelta silueta y sus movimientos finos la hacían ver etérea, casi fantasmal. Pero, lo que más me gustaba de ella, era su abundante cabellera negra.

No hay duda de que era extraña. Su personalidad salía de lo común, pues era muy tranquila, callada y pensativa. A menudo decía ideas extrañas que se le ocurrían de repente o contaba historias fantásticas que imaginaba. Estas cualidades no eran precisamente muy apreciadas por las niñas de la escuela, por lo que no era una niña muy popular que digamos. De hecho, la molestaban mucho. Sin embargo, Tash y yo le teníamos mucho cariño.

Recuerdo que nos gustaba irnos a las tres a sentarnos al final del "bosque" (un pequeño pedazo de tierra con árboles y hierbas medio descuidadas que había en el Yaocalli) y, protegidas por la privacidad que nos brindaba la maleza, nos poníamos a debrayar. Hablábamos de la vida, nuestros sueños y de toda clase de cosas que se nos ocurrían. Eran tiempos de pasión y ambiciones a futuro.

Me acuerdo de que ella nos decía que quería ser modelo. A mí me parecía un sueño hermoso, pero tan lejano como cualquiera de los que nos planteábamos a menudo. Hubo un par de niñas crueles que se burlaron de ella por eso. No la consideraban lo suficientemente bonita ni elegante. Una modelo tenía que ser hermosa y perfecta.









Me pregunto qué pensarían si la vieran ahora. No es perfecta, pero es una mujer con un alma bellícima, y eso se refleja en su cuerpo, su mirada, sus gestos... Es simplemente hermosa (y eso que no han visto sus fotos de pasarela...).

Me encanta su trabajo y su cabello sigue pareciéndome una hermosa cascada azabache. Pero, sobre todo, me fascina su sencillez, su pureza de sentimientos y las ganas que tiene de salir adelante y crecer. Es una de las mejores personas que conozco, y me enorgullece ser su amiga.

Gracias, Gladys.

Monday, September 21, 2009

Sobre el sentido del dolor


28 de Marzo de 1941

Querido,


Estoy segura de que, de nuevo, me vuelvo loca. Creo que no puedo superar otra de aquellas terribles temporadas. No voy a curarme en esta ocasión. He empezado a oír voces y no me puedo concentrar. Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor. Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todo momento todo lo que uno puede ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta el momento en que sobrevino esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y lo harás, lo sé. Te das cuenta, ni siquiera puedo escribir esto correctamente. No puedo leer. Cuanto te quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte... todo el mundo lo sabe. Si alguien podía salvarme, hubieras sido tu. No queda nada en mí salvo la certidumbre de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.

No creo que dos personas pudieran haber sido más felices de lo que nosotros hemos sido.

28 de Marzo de 1941


Querida,

No puedes imaginarte lo mucho que me ha gustado tu carta, pero siento que he ido demasiado lejos en esta ocasión para que pueda volver. Es lo mismo que la primera vez: todo el tiempo oigo voces, y sé que no puedo superar esto ahora. Todo cuanto quiero decir es que Leonard ha sido sorprendentemente bueno cada día, siempre; no puedo pensar que alguien hubiera podido hacer más de lo que ha hecho por mí.
Hemos sido perfectamente felices hasta las últimas semanas, cuando este horror empezó. ¿Harás que esté seguro de esto? Siento que le queda mucho por hacer y que seguirá adelante, mejor sin mí, y que tú le ayudarás. Apenas si puedo pensar con claridad ya. Si pudiera te diría cuánto habéis significado tú y los niños para mí. Creo que lo sabes.

He luchado contra esto, pero ya no puedo más.


Virginia



Son las dos cartas que Virginia Woolf escribió antes de ahogarse voluntariamente en el río Ouse. La primera era para su esposo Leonard, la segunda para su hermana Vanessa.

Llevo varios días pensando en Virginia. A diferencia de muchos, no creo que haya sido una mujer deprimente y negativa. Sencillamente pienso que era una persona enormemente apasionada y sensible que sufrió la desgracia de un maltrato sexual (fue violada por su primo o hermanastro, no recuerdo bien) y una frágil salud que la atormentó durante toda su vida. Creo que ella intentó ser feliz, y lo logró. Quizás sus escritos no sean los más alegres de la literatura, pero sé muy bien que las letras no siempre definen del todo al espíritu que las crea.

He pensado en ella porque he pensado en mí también. Mi enfermedad me hizo identificarme con ella en un pequeño aspecto. Entiendo perfectamente lo que se siente no soportarse a uno mismo. Sé lo que es querer pensar, pero sentirse demasiado débil. Sé lo que es querer vivir, disfrutar, producir... y darte cuenta de que tu cuerpo no te lo permite. Ayer, mientras me retorcía de dolor en mi cama y lloraba de desesperación por el mareo que duró horas eternas, llegué a pensar: "ahora entiendo, Virginia, por qué te suicidaste".

Lo pensé, es verdad. Sin embargo, creo que jamás cederé ante la desesperación. No me lo permitiré, aunque sienta que el dolor es insoportable. Prefiero llorar, sufrir y rezar. Si Dios permite este mal, debe ser por algo. Espero que saque un gran bien de esto, pues sólo así valdría la pena; sólo así tendría sentido.

Sunday, September 20, 2009

La nariz roja no me sienta bien

Tos, fiebre, dolor de garganta, cansancio extremo... podría ser influenza, o un cuadro viral cualquiera. Sea como sea, sigo en observación. Maldita sea.

Ya he perdido todo mi fin de semana en gastar cajas de kleenex y, al parecer, tendré que faltar dos días a clases. Como si no tuviera mucho que hacer.

Hace rato decidí que iba a hacer todos mis trabajos y tareas a computadora y que los iba a entregar por mail. Una gran idea, pero me vi optimista. A duras penas puedo mantenerme en pie y escribir estas breves líneas ya me es agotador. Definitivamente mi cerebro no está como para pensar en filosofía en este momento.

Dormir... quizá. No quiero, ya me harté de mi cama. No tengo mucho que hacer. Voy a ponerme a tejer, caray. Al menos así me distraeré un poco.

Nimodo, así es la vida. Seguiré tomando líquidos y vitamina C.

Monday, August 31, 2009

Debrayes matutinos

La filosofía me ha vuelto teóloga. La he estudiado con una curiosidad genuina en los problemas del mundo. Sin embargo, no me satisface. A ratos me cansa y hasta me aburre. Hay problemas que no me interesan mucho, y los que sí me interesan, no los puedo solucionar con la mera razón.

Para mí, la filosofía culmina con la teología. Cuando me di cuenta de que la fe supera los límites de la razón, pero sin prescindir de ella, me sentí liberada.

No espero que a los demás les pase igual que a mí. Me parece completamente legítimo apacionarse por la filosofía pura. Considero que también es válido encontrar una continuidad del intelecto en el estudio de Dios.

Antes no pensaba así. Desde chica (a los doce o trece años) me interesé por conocer a Dios. Estudié varias religiones y creencias. Hasta leí el Corán (claro, no le entendí nada), pero no lograba hacer la conciliación entre fe y razón. Para mí las creencias religiosas eran absolutamente irracionales. Buscaba a Dios todo el tiempo, pero no estaba dispuesta renunciar a mi inteligencia. Quería creer, pero mi racionalidad no me permitía profundizar en ninguna religión, o al menos eso pensaba. Siempre que buscaba, se me atravezaba la cochina fe en el camino.

Después de varios años en esta tensión, llegué a la conclusión de que toda creencia basada en la fe era igual a fanatismo. Desprecié a los creyentes por borregos o por hipócritas, pues nadie que realmente piense por sí mismo podía creer tanta irracionalidad.

Así pasa con la adolescencia: uno radicaliza todo y hace un montón de reduccionismos. Poco a poco fui creciendo y me di cuenta de que el mundo es mucho más complejo. Aprendí que no todo es negro o blanco, sino que hay una enorme gama de colores y tonalidades.

Ahora no me cuesta trabajo entender que no todo tiene que ser puramente racional. Los seres humanos no somos tan simples. No sólo somos inteligentes, también tenemos inquietudes espirituales, sentimientos y deseos de trascendencia. Y, curiosamente, todas estas facetas son compatibles.

Para ser teóloga no tengo que dejar de ser filósofa. Hablar de Dios no me hace menos racional, al contrario. Aceptarme en mi complejidad me libera, me hace sentir completa.

Wednesday, August 19, 2009

Madre en el Espíritu Santo


Es un compromiso enorme, un lazo tan fuerte como la sangre, un honor y una bella oportunidad. Es una muestra de amistad y confianza, de cariño y entrega.

He sido bendecida con la gracia de entrar en una familia y amar a un niño con una sensibilidad y un entendimiento impresionante de la espiritualidad. Quiero merecerlo. Prometo que lo haré.

Muchas gracias.

Monday, August 10, 2009

Hate being normal

Si al menos hubiera sido por algo importante... pero no. Soy un simple mortal, como todos los demás. Mis problemas no tienen una causa sobrenatural. En realidad, son tan comunes y corrientes que a veces pareciera que no vale la pena mencionarlos. Yo también soy una de las múltiples víctimas del estrés, del agobio y el cansancio. Me pongo grumpy cuando tengo hambre o sueño y a veces me asaltan la inseguridad y el miedo.

El mayor de mis problemas es que todavía no me acostumbro a ser humana. Tengo ese terrible complejo de súper niña que en varias ocasiones me impide ver no hace falta un cataclismo para desbalancearme o confundirme. La molestia de tener que ir mañana a la promoción del curso que voy a dar en la Anáhuac y lidiar con la presión de juntar a 10 personas que se interesen en estudiar teología, es una razón suficiente y legítima para tenerme nerviosa y medio malhumorada.

Quise pensar que era otra cosa. Algo tan nimio y tonto no podía afectarme tanto. El problema es que de hecho lo hizo.

Me choca ser normal. Pero nimodo, así es esto. Es mejor reconocer las causas de las molestias a tiempo, porque si no, uno las deja crecer y al final explotan (y por eso luego uno se cree demasiado importante).

Thursday, August 06, 2009

Reflexiones de carretera


Se llama Mario, pero Tash y yo le decíamos Marius (por romántico) o simplemente "El loco" (porque así era su apodo). Atravezó brevemente nuestras vidas y la llenó de poesía, pasión desbordada, misterio y un cierto toque de amargura. Nos hacía reír con sus ocurrencias, nos cautivaba con su voz envolvente al leer fragmentos de Les Misèrables y en ocasiones era meláncolico y francamente pesado. Todo un personaje.

El problema de Mario es que nunca pudimos conocerlo realmente. El Mario real estaba escondido detrás de una camiseta negra con la máscara del Fantasma de la Ópera y una mirada azulada y escurridiza que no terminaba de decir lo que había en sus profundidades.

Mario vivía enamorado del amor. Y, evidentemente, sufría muchas desilusiones constantes.

Recuerdo una discusión que tuvieron él y Tash cuando estábamos leyendo unos fragmentos de Romeo y Julieta. Ella decía que el supuesto amor de esta joven pareja no podría ser verdadero y profundo. Era un enamoramiento apasionado y vertiginoso, exacervado por el odio de las dos familias y la emoción de verse a escondidas. Marius, por otra parte, defendía con vehemencia que no había amor más puro y real que el de dos jóvenes apasionados e inocentes.

¿Por qué les cuento todo esto? Pues bien, hace poco recordé este episodio de mi vida y me di cuenta de que ya tengo una respuesta para esto. En aquél entonces, racionalmente apoyaba lo que decía Tash, pero por otro lado, mi espíritu se inclinaba por el fogoso discurso del Loco. Sin saberlo concientemente, pasé mucho tiempo buscando esa pasión desbordada que no me permitiera respirar y me acelerara el corazón. Creí haberla encontrado en un par de ocasiones, pero duraba muy poco y al final me dejaba vacía y exhausta.

Con el tiempo decidí hacerle caso a mi cerebro y busqué relaciones "inteligentes" y estimulantes a nivel intelectual. Fue interesante por un tiempo, pero obviamente terminé hartándome. En el fondo seguía deseando que las ilusiones de nuestro soñador amigo se hicieran realidad algún día.

Hace poco, me acordé de la discusión de Tash y Marius. Y entonces también saltaron a mi mente las palabras que un buen amigo me escribió un día en una carta: "No confundas el amor con la mera atracción física o intelectual".

El amor no es seco y frío como una ciencia exacta, pero tampoco es un fuego desbordado que lo consume todo. Creo que el amor, más que en pasión, consiste en paz. El amor nos da felicidad y tranquilidad. El torbellino de emociones que describía el buen amigo Marius es más bien, en mi opinión, una confusión bestial. El que ama verdaderamente está en paz consigo mismo y con las personas que quiere.

Creo que, después de todo, Romeo y Julieta seguían siendo un par de adolescentes.

Thursday, July 23, 2009

Stand up for your love


"Hemos creído en el amor de Dios"
: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.

- Benedicto XVI

Yo siempre he dicho que la fe me entró por la razón. En parte es cierto, pues desde adolescente tuve una gran necesidad de entender la religión. Comencé a cuestionarme muchas cosas y me di cuenta de que no podía creer cuando algo me parecía ilógico. Fue con las clases de teología de la carrera y las largas pláticas con Zoon en el parque del kiosko de la UP, que por fin pude saciar esa cosquilla intelectual y pude convertirme al catolicismo.

De este modo, puedo decir que la fe me entró por la razón. Sin embargo, las palabras del Papa me hacen mucho sentido también. Yo no empecé a creer porque me convencí racionalmente de algo. Creo que en el fondo siempre tuve fe. Siempre creí que había algo más, algo grande y bueno. No sabía exáctamente a qué ponerle el apelativo de "Dios", pero tenía la seguridad de que existía. La experiencia personal la tenía; me faltaba poder ponerle palabras.

En el momento en el que reconcilié la experiencia con la doctrina, pude abrirme. Fue entonces cuando tuve ese encuentro con Dios del que habla Benedicto. No sólo lo entendí, no sólo era lógico, sino que también hacía sentido vivencialmente. Me volví católica porque encontré una fe que satisfizo mis deseos internos y mi necesidad de entender la religión con la razón. Ya no eran dos cosas opuestas, sino que hacían sentido juntas.

Ser católico no es una decisión ética. Tampoco es una ideología. No es algo que se defiende como una causa social o política, aunque éstas deriven de la creencia. Es algo que se vive porque llena, porque nos hace sentir completos y felices. Es algo que se experimenta en todos sentidos. Por eso ya no importa que un misterio sea respondido con la frase: "es cuestión de fe." ¡Cómo me chocaba esa frase en la secundaria! Ahora la entiendo; ahora la vivo.

Este fragmeno de Benedicto me hizo recordar la canción de "Stand up comedy" de U2: stop helping God across like a little old lady. Dios no es un partido ni ideología, la caridad no es proselitismo y el bien no es activismo.

Como alguna vez me dijo el Padre Coronel, mi profesor de teología, "ser católico es ser testigo de la vida de Cristo." No hace falta llevar estandartes, hacer grandes marchas o crear asociaciones regidas por numerosos principios. Ser católico consiste en vivir como Cristo. La caridad cristiana nace del amor y de la necesidad de actuar consecuentemente.

C' mon on ye people, stad up for your love.


Tuesday, July 14, 2009

¿Inspiración nocturna?...

...¿Cuál? Últimamente no me inspiro ni cuando el cielo se oscurece y todo permanece en una tranquilidad silenciosa. Tengo lo que los expertos en la materia llaman "bloqueo de escritor". Y duele, duele mucho. Snif!

Nimodo, tendré que obligarme a publicar algo. Es por mi propio bien...

Wednesday, July 01, 2009

Drama doméstico

De todos los lugares que mi perro Chaz pudo haber escogido para depositar sus olorosos desechos fecales, la alfombra persa de mi madre definitivamente no fue la mejor opción. Mientras mi furiosa progenitora limpiaba el batidillo soltando improperios, el pobre animal la veía desde la puerta con la cola entre las patas. Chaz sabe distinguir cuándo el mal humor de mi mamá se debe a él, por lo que tiene el cuidado de guardar una prudente distancia.

La escena del crimen ha sido escrupulosamente lavada y desinfectada. Parece que la alfombra no sufrió mayores daños. La única evidencia del siniestro es un perro triste que esta noche duerme a la intemperie, a pesar de que cayó una tormenta y todo está empapado.

Nimodo, así es esto; el enojo de una madre es implacable, aunque seas el mimado de la familia.

Monday, June 29, 2009

This is what I want

Lo que me interesa de este video son los primeros dos minutos y medio.





Vi esta película hace ya algunos años. Creo que salió cuando estaba en la prepa. No me pareció la maravilla cinematográfica, pero me gustó. Por si no la ubican, se llama "Mona Lisa Smile", les recomiendo que la vean.

Francaamente, no pude evitar identificar un poco lo que vi en esta película con el ambiente que me rodeaba en ese entonces. El Yaocalli, una escuela para niñas, católica, tradicional y con un montón de mentes cerradas y sonrisas hipócritas. El mundo exterior se burlaba de nosotras, pues consideraban que nos educaban para ser niñas lindas que consiguieran un buen marido y nos dedicáramos a ser perfectas amas de casa. No niego que algo había de eso, pero, al igual que sus múltiples problemas, también tenía cosas muy buenas. Contra todo pronóstico, me dieron una educación académica bastante decente y me enseñaron a ver el mundo con otros ojos. ¿Quién diría que un lugar que albergaba a las mentes más cerradas de nuestra sociedad resultara ser la que me abrió a mí?

El Yaocalli fue un lugar de descubrimientos para mí. Ahí desarrollé mi mente crítica y me di cuenta de que el estereotipo de la "niña yaocalli" es tan falso y dañino como el de "porro de la UNAM", por decir algo. Ahí me di cuenta de que yo era la que seguía el estereotipo. Quería ser una mujer "independiente" y "realizada", es decir, no me quería casar, pues consideraba que era algo retrógrado. Un matrimonio me ataría a una casa y a una familia. Yo quería estar por encima de eso. Quería salir y comerme al mundo yo solita. Quería ser una "mujer liberada".

Cuando vi esta película, me llamó la atención esta escena en especial. Durante todo el argumento, yo seguía fielmente los pasos de Miss Watson. Era mi heroína, la mujer inteligente, fuerte y libre que se pelea con las reglas absurdas de una sociedad hipócrita. En muchos sentidos, es un personaje valioso. Sin embargo, la película también me mostró el otro lado. Miss Watson era libre, pero estaba sola. Ella misma se había negado la compañía de una pareja porque no tenía idea de cómo entregarse.

Ahora entiendo que ser inteligente, tener sueños, ideales y planes no necesariamente implica subestimar los de los demás. Ser libre no implica despreciar al matrimonio. Pensar no excluye sentir. El compromiso no es una atadura, al contrario.

Durante mi etapa en el Yaocalli viví la desaprobación de la gente que me veía perdida por ser diferente, por querer otras cosas. Ahora me pasa lo mismo, pero del otro lado. Hoy veo ojos, mis antiguos ojos, que me ven con cierta conmiseración. Hoy vivo la presión de ser una mujer católica, enamorada y convencida de que mi felicidad está en casarme y formar una familia. No he dejado de soñar, de pensar o de hacer planes, pero hay personas que lo ven así.

La diferencia es que ahora sé que mi camino no es el único. Cada quien debe encontrar su felicidad en su propia manera, no como los demás lo esperan. Ahora entiendo la elección de Joan: puedo ser lo que quiera. Esto es lo que quiero.


Thursday, June 25, 2009

Recuerdos


Recuerdo cuando las brujas eran señoras feas de sombreros puntiagudos y berrugas en la nariz. Recuerdo cuando los truenos me daban miedo, cuando pensaba que había un monstruo debajo de mi cama y cuando salía corriendo al cuarto de mis papás alegando que "no podía dormir".

Me acuerdo bien de haber llorado por un raspón en mi rodilla y de haberle implorado a mi papá que no me lo tallara con jabón.

Recuerdo el nerviosismo de mi primer día de clases en preprimaria, de mi mochila vieja de segunda mano, de la niña güerita junto a la que me sentó la maestra (se llamaba Carolina) y del libro color naranja chillón en donde aprendí a leer.

Tengo muy presente el dolor que sentía cuando el tonto de Alfonso me jalaba el cabello y de mi orgullo herido cada vez que Agustín me ganaba en carreritas.

El payasito y las medias me incomodaban, pero me gustaba cómo se veían mis zapatillas rosas de ballet.

Recuerdo los libros de cuentos que rayé con crayolas escribiendo el nombre de "Odette" y de las tardes enteras que pasé imaginando que podía hablar con los animales y que mi vestido cambiaba de azul a rosa.

Me acuerdo de haberle tapado la boca a Natalia, aterrada de que mi mamá fuera a escuchar su llanto y me fuera a regañar. Las nalgadas eran ardientes, pero más que nada humillantes.

El cucurucho lleno de dulces y la sonrisa de mi mamá a la hora de la salida eran las cosas que más disfrutaba más del primer día de clases.

Los perros me daban miedo, aunque fueran chaparros, pero me encantaba ver a las tortugas en sus peseras de plástico. El mundo era enorme en ese entonces.

Recuerdo haber crecido y alcanzado yo solita el lavamanos. Un día ya alcanzaba a ver mi rostro completo en el espejo.

Me acuerdo del día en que descubrí que me daba vergüenza salir en traje de baño a nadar con mis compañeros.

Recuerdo la primera vez que lloré leyendo un libro. Mi primer diario, mi primer cuento. La tarde lluviosa en la que imaginé una historia de aventuras mientras miraba por la ventana. Mi madre vestida de negro, la noche en que fui conciente de la muerte.

Me acuerdo perfectamente de la incómoda sensación que producían la tela de la falda escocesa y las calcetas del uniforme. Recuerdo haberme sentido el centro del universo.

Me acuerdo del día en que lloré porque me había dado cuenta de que Dios no existe. También del día en que lloré porque me di cuenta de que sí existe.

Recuerdo las tardes de cine en Cuicuilco y de las comidas de fast food todos los viernes. Me acuerdo de mis ataques de rebeldía, de las risitas tontas con mis amigas, de los sueños, las lágrimas y las peleas.

Recuerdo haberme sacado un seis en mi examen de cálculo.

Me acuerdo del vestido negro que usé el día de mi graduación, del verano antes de entrar a la universidad y de las largas conversaciones sobre teología en el parquecito del kiosko.

Recuerdo haber mirado hacia atrás. Todavía me asusta un poco la obscuridad.

Friday, June 19, 2009

Encuentro en el pasado

Esta tarde me la pasé limpiando mis estantes y organizando mis libros y papeles. Hace un par de horas me topé con una vieja carpeta negra llena de manuscritos de mi adolescencia. Eran un montón de hojas de cuaderno que llené durante mis ratos de ocio en la escuela. Me divertí recordándolos y encontré un cuento que escribí hace años y que ya había olvidado por completo. Está fechado el 29 de noviembre del 2004. Toda una reliquia, jeje. Espero que les guste y entretenga como me entretuvo a mí.



Encuentro en el pasado


El hombre se enderezó de golpe y se quedó sentado en su cama. Mientras escuchaba su agitada respiración en la oscuridad, evocó el horrible sueño que lo había despertado con tanta brusquedad. Ya habían pasado más de veinte años y el recuerdo de aquel día aún lo atormentaba.

Salió de entre sus sábanas y se asomó por la ventana. La noche era tranquila y silenciosa, salvo por un gato moteado que paseaba por el jardín en busca de alguna presa para su cacería nocturna. Él conocía esa sensación: asechar la negrura sin una idea clara de lo que te espera. Aunque el gato le llevaba ventaja en ese aspecto.

El hombre se levantó, se metió al baño y se mojó la cara perlada en sudor. Cuando levantó la mirada, se vio reflejado en el espejo. A decir verdad, había tenido mejores momentos. Ahora las canas invadían su cabello oscuro y su piel manchada presentaba una colección de arrugas que hacía juego con sus ojos caídos. Por fortuna, todavía conservaba su cuerpo fuerte y relativamente delgado. En su juventud había gozado de un gran atractivo que llamaba bastante la atención de las mujeres, pero eso había quedado en el pasado.

El hombre regresó a su habitación sin molestarse en prender la luz. Se sentó en la cama y miró absorto los números rojos del despertador. En el silencio mortal que lo envolvía, trató de recordar los hechos con claridad. ¿Qué era lo que había salido mal? A sus 67 años de vida ya había dañado a demasiadas personas, incluyéndose a sí mismo.

El reloj marcaba las cuatro y media. Tenía suficiente tiempo para regresar y cambiarlo todo. Era la única forma. Además todo estaba listo y preparado para el viaje. Le había dado demasiadas vueltas en la cabeza, pero sabía de sobra que no tenía otra alternativa. Se levantó con decisión, tomó su abrigo del perchero, se calzó unos zapatos y bajó las escaleras con rapidez. Al llegar a la puerta vaciló un segundo. ¿Y si resultara peor? Pero no había tiempo para pensarlo. Tenía que ser ahora o nunca.

-Vale la pena correr el riesgo -se dijo así mismo en la negrura.


Leonardo Arregui era un muchacho flaco y paliducho. Tenía la cara llena de pecas y un cabello negro que jamás había cedido ante ningún peine. Por más cremas y mousses que había usado, las oscuras crestas no se habían acomodado. Hacía ya mucho tiempo que el muchacho se había dado por vencido, pero este era un día especial; y tenía que dar una buena impresión. Así que sometió a los rebeldes mechones a una sesión de meticulosa limpieza y después, aprovechando la humedad, los aplastó contra su cuero cabelludo sin piedad. Enseguida le aplicó un spray de goma que supuestamente duraba todo el día, pero conociendo la naturaleza indomable de su cabello decidió echarse medio bote. El resultado fue un amasijo de pelos con aspecto grasoso que al ser tocado daba la sensación de un montón de cerdas de escoba aplastadas.

-Parezco Benito Juárez- se dijo a sí mismo viéndose en el espejo.

Pero ya no tenía tiempo de repetir el proceso, así que tomó una chamarra con capucha y rezó por no encontrarse con alguien conocido en el camino.

La calle de Francia era un lugar relativamente tranquilo en las mañanas, pero conforme iba avanzando el día, un montón de coches ruidosos la atravesaba tratando de huir del pesado tránsito que se formaba en las avenidas principales. Desde que se habían empezado las obras del distribuidor vial, el caos en la ciudad había aumentado considerablemente. En esas circunstancias, Leo prefería caminar que enfrentarse a la locura colectiva de los conductores mexicanos. Además, el café al que se dirigía se encontraba tan cerca de su casa, que sacar el coche de su papá habría sido un desperdicio.

Así que el muchacho caminó a buen paso hasta llegar a un Starbucks que lucía su enorme letrero de color verde en una esquina de Insurgentes. Miró el reloj: las nueve y cuarto. Leo frunció el ceño. Llegaba quince minutos tarde.

"Ojalá y me den el trabajo" deseó para sus adentros. Entonces llenó de aire sus pulmones y entró al local tratando de mostrar seguridad. Muchos de sus amigos acostumbraban trabajar durante el verano para obtener algunas ganancias propias, pero esta era la primera vez que Leo lo intentaba. Dieciocho años era una edad demasiado avanzada como para estar pidiendo dinero a los papás para salir al cine. Si quería ser autónomo algún día, tenía que empezar desde ahora.

-Disculpe, busco a la señorita Mónica- dijo al llegar al mostrador.

El muchacho que atendía lo miró detenidamente y asintió.

-Eres el nuevo, ¿verdad?

Era unos cuantos años mayor que Leo. Tenía el cabello castaño brillante y un marcado acento de niño fresa.

-Eh, sí- contestó Leo inseguro. –Hablé con Mónica por teléfono y me dijo que viniera a verla hoy.

-Sí, está bien. Hace rato salió por unas cosas, pero si quieres la puedes esperar aquí.

-Ah, bueno. Gracias.

Leo se acomodó en un sillón a un lado de la puerta y se dedicó a observar el lugar. Tenía el clásico decorado de un Starbucks, con sus paredes llenas de dibujos originales, unas cuantas vitrinas con granos de café y algunas mesas equipadas con lámparas de color verde.

De pronto, entró al local un señor mayor vestido con unos pantalones negros y un abrigo de color beige. Leo notó que no traía calcetines debajo de sus elegantes zapatos de piel, pero desvió la mirada en cuanto el hombre se fijó en él.

-Buenos días- le dijo con voz ronca.

El muchacho le devolvió el saludo y lo miró con curiosidad, mientras el señor se sentaba en una mesa no muy lejos de la entrada.

Varios años más tarde, aún recordaría con claridad el aspecto de ese hombre tan misterioso. Se veía extraño sin calcetines, pero sus movimientos precisos y su semblante serio demostraban que no se trataba de ningún loco.

En ese momento, se abrió la puerta y una niña de unos veintitantos años entró cargada con unas bolsas de plástico.

-Hola, ya llegué- le dijo al muchacho que atendía mientras le pasaba las bolsas por el mostrador. -¿Ninguna novedad?

-Ese niño de ahí vino a verte.

Leo se paró de inmediato y se quitó la capucha, tratando de ignorar su cabello aplastado.

-Así que tú eres Leonardo- le dijo la muchacha con una sonrisa. Tenía una voz muy agradable y era bastante guapa. A Leo le cayó bien de inmediato.

-Yo soy Mónica. Hablaste conmigo por teléfono, ¿te acuerdas?
-Sí, claro.

-Entonces, ¿estás listo para empezar?

Leo se sintió desconcertado de repente.

-¿Ahorita?

-Sí. Estás aquí por el trabajo, ¿no?

-Pero, ¿así de fácil? ¿No quieres saber nada de mí, ponerme un tipo de prueba o algo así?

-No hace falta. Si no me gusta cómo trabajas, te corro y ya.

A Leo le sorprendió la sinceridad de la muchacha.

-Toma, póntelo- le dijo Mónica después de aventarle un mandil de color verde.

-Te presento a Santiago. Él te va a enseñar cómo hacer los cafés.

El muchacho fresa del mostrador le tendió la mano.

-Mucho gusto. Me llamo Santiago, pero me dicen Tago.

-A mí me dicen Leo- dijo Leo devolviendo el saludo.

-Tu salario y el horario son los mismos que te dije por teléfono- prosiguió Mónica. -Sólo te pido que llegues temprano. ¿Tienes alguna pregunta?

-No.

-Bueno, pues ya puedes empezar.

Tago le enseñó a usar la máquina para hacer cafés, como le habían pedido, y luego Leo atendió a su primer cliente: el señor que había entrado al local unos momentos antes.

-¿Qué le sirvo?- preguntó con la libreta y la pluma preparadas en sus manos. Por lo general los trabajadores de Starbucks no usaban libreta, pero Mónica le recomendó que lo hiciera hasta que se aprendiera los nombres de todas las clases de bebidas que tenían.

El hombre del abrigo volteó a verlo con unos ojos cafés profundos e intensos. El muchacho se intimidó un poco por esa mirada, pero también se sintió muy intrigado. Había algo en esos ojos que le resultaba familiar.

-Ese peinado no te queda- le dijo el hombre de repente.

Leo no supo qué contestar. ¿Qué no se suponía que debía decirle lo que quería tomar y ya? Tal vez era uno de esos viejitos amargados a los que les gustaba molestar a los jóvenes.

-No deberías usar esos mousses- siguió el hombre. –Son pegajosos y te dejan el cabello duro como una roca. Los odio. Lo natural es lo mejor; siempre lo he dicho.

Leo sonrió levemente. Tal vez sólo estaba tratando de ser amable, después de todo.

-Seguiré su consejo- le dijo un poco más tranquilo.

El señor se le quedó mirando durante unos segundos, pero para su sorpresa, Leo no se incomodó. Era como ser visto por un padre o un abuelo. Entonces el anciano sonrió y tomó la lista de bebidas que tenía encima de la mesa.

-A ver, muchacho, dime qué tal están esos frappuccinos que tanto presumen en este lugar.

Leo titubeó por un momento.

-La verdad es que yo soy nuevo aquí, señor, pero ya probé uno en una ocasión y le puedo decir que estaba muy bueno.

-Pues tráeme uno entonces. Confío en tu buen gusto.

El muchacho se sintió halagado y le sonrió al anciano. No estaba tan loco en realidad.
Regresó después de un rato con la bebida del hombre y la puso con cuidado en la mesa.

-Gracias.
-De nada. Si necesita algo, avíseme.

-Claro- contestó el viejo con la voz ronca. Después se tomó su frappuccino con lentitud y, después de un rato, abandonó el lugar dejando una generosa propina. Leo estaba encantado. Para ser su primer cliente, no había estado nada mal.

Pasó el resto del día limpiando mesas y preparando bebidas con la ayuda de Tago. Al llegar la hora de cerrar, Mónica lo felicitó por su trabajo y se despidió con una sonrisa.

-Nos vemos mañana a la misma hora- le dijo desde el mostrador.

Leo se despidió y se dirigió a su casa con la intención de llegar a bañarse. Había decidido olvidarse de los productos para el cabello durante una temporada.

Caminó unas cuantas cuadras en la oscuridad, pero a veces tenía la sensación de ser observado. Miró a su alrededor, pero la calle estaba tranquila. Demasiado tranquila. Entonces escuchó el ruido de una hoja seca al ser pisada, justo detrás de él. Pero antes de que tuviera tiempo de reaccionar, un pañuelo húmedo con un olor desagradable le tapó la boca y la nariz. Trató de resistirse, pero sus miembros se hacían cada vez más pesados. Lo último que vio antes de perder el sentido, fue la luz roja de un semáforo solitario.


Leo despertó con un fuerte dolor de cabeza. No recordaba quién era ni qué le había pasado. Se enderezó con torpeza y trató de orientarse. Estaba acostado en un mullido sillón de tela color azul. La estancia, de pequeñas proporciones, estaba ligeramente iluminada por una lamparita colocada encima de un escritorio de madera. A un lado había una computadora prendida y una taza con un líquido humeante.

Leo se sentó con lentitud y se frotó la cabeza. Su cabello seguía duro por el efecto del spray. De pronto, lo recordó todo de golpe. Rápidamente se paró y se puso sus zapatos que estaban acomodados a un lado del sillón. Trató de abrir la puerta, pero estaba cerrada con llave. Entonces sintió el peso de una mano en su hombro.

-¿A dónde vas, chico?

Leo se volteó sobresaltado y sintió que el corazón se le detenía por unos segundos.

-¡Usted!- exclamó sorprendido.

Era el señor que había atendido en el Starbucks. Aún llevaba su abrigo color beige, pero ahora lucía un par de calcetines debajo de unas pantuflas con estampado de cuadros.

-No te preocupes, muchacho. No tengo por costumbre estar secuestrando personas, pero me tomé la libertad en este caso por un asunto de suma importancia.

Leo tardó unos segundos en procesar las palabras del anciano. Todo parecía irreal, como en un sueño bizarro.

-¿Quieres un té?

El muchacho no contestó. Estaba demasiado aturdido.

-Si mal no recuerdo, te gusta el té de naranjo con azúcar morena, ¿no es así, Leo?

El joven se quedó de una sola pieza.

-¿Me ha estado espiando?

El hombre lo miró divertido. Sus ojos castaños lo penetraban como si fuera una sustancia transparente.

-Tengo cosas más importantes que hacer. Además no es necesario. Te conozco demasiado bien. Incluso mejor que tú mismo, me atrevería a decir.

El hombre sirvió un poco de agua caliente en una taza y la meneó con una cucharilla.

-Toma- le dijo tendiéndole la taza.

Leo dudó unos segundos, pero al final la aceptó.

-Si quieres, puedes sentarte- dijo el anciano acomodándose en el sillón. El muchacho permaneció de pie sin estar seguro de qué hacer.

-¿Qué quiere de mí?- preguntó al fin.

El señor se tomó su tiempo. Bebió unos cuantos sorbos de té y dejó el tazón en el escritorio.

-Necesito que me ayudes con un problemita que tengo.

Leo percibió la seriedad en la voz del hombre.

-¿Qué clase de problema?

El miedo que había sentido al principio se había transformado en curiosidad. Leo no estaba seguro de lo que le esperaba, pero por lo menos el anciano parecía inofensivo. Aún así, prefirió quedarse donde estaba y no bajó la guardia ni un momento. ç

-Es muy sencillo- dijo el hombre con tranquilidad. –Lo único que tienes que hacer, es no hacer algo.

-No entiendo.

-No, por supuesto que no.

El anciano comenzaba con rodeos. A Leo no le hubiera importado tirarle la taza de té en la cabeza. Sin embargo, la mirada del señor parecía comprensiva con el muchacho.

-Primero que nada, me gustaría presentarme. A lo mejor y así no te cuesta tanto trabajo confiar en mí.

-¿Confiar en usted?- exclamó Leo. –¡Pero si me secuestró! ¿Cómo espera que confíe en usted después de eso?

El anciano sonrió levemente. El muchacho sintió que se estaba burlando de él.

-Me llamo Leonardo Arregui, pero puedes decirme Leo- le dijo tendiéndole la mano.

El joven lo miró incrédulo.

-Está jugando conmigo- dijo molesto.

La risa del hombre resonó por la pequeña estancia.

-Ojalá y fuera así, muchacho, pero es verdad. Yo soy Leonardo.

-Pero así es como me llamo yo.

El anciano asintió pensativo y le dio otro sorbo a su té.

-¿Recuerdas las vez que te caíste de ese árbol en el rancho de tu tío Francisco?

-¿Qué intenta hacer? No pretende hacerme creer que usted y yo somos la misma persona. ¿O sí?

-Así es Leo, tú mismo lo has dicho. Somos la misma persona, con la única diferencia de que tú eres una versión más joven de mí.

-¡No es cierto! ¡Usted sólo quiere confundirme!

-¿Con qué propósito? No, chico, no me sirve de nada confundirte. Al contrario, te necesito muy atento en estos momentos.

-No le creo nada.

El anciano soltó una carcajada de desprecio.

-Por supuesto que no me crees. Nunca fui un joven crédulo. Tampoco me gustaba que alguien me discutiera algo; siempre quise manejar la situación. Pero Leo, ¿no recuerdas todos los problemas que has tenido por culpa de ese maldito orgullo? ¿Qué tal esa ocasión en la que duraste un mes sin hablarle a tu mejor amigo sólo porque no querías disculparte?

- ¡Ya basta!, ¡no es posible!

- Es tan posible como que tu segundo nombre es José, que no te gustan las palomitas y que le tienes miedo a las alturas.

-Todo eso lo pudo haber investigado. No me prueba nada.

-Es posible -admitió el hombre. -Pero ¿cómo puedo saber que todavía guardas tu osito de peluche de cuando tenías cuatro años?

-¡Eso no es cierto!

-¡Vamos Leo, claro que sí! Se llama Robin, en honor al fiel compañero de Batman, y está guardado en una caja de zapatos debajo de tu cama.

Leo no dijo nada, pues se había quedado sin palabras.

- También sé que la verdadera razón por la que quieres trabajar en esa cafetería es para ganas dinero y poder invitar a la niña que te gusta al cine. Julia, creo que se llamaba.

-¿Cómo sabe todo eso?- murmuró el joven sorprendido.

- Creo que está bastante claro, Leo.

El muchacho se había quedado sin habla. Miró al extraño anciano y descubrió con asombro que sus ojos eran iguales a los suyos. Un escalofrío recorrió su cuerpo.

-Te creo- dijo al fin. -Pero no entiendo cómo…

-Ni lo vas a entender- lo interrumpió Leonardo. –Por el momento debes confiar en mí y hacer lo que te diga, ¿está bien?

El muchacho asintió, aunque no muy convencido.

-¿Conoces a un tal Víctor Löwe?- le preguntó el anciano cambiando de tema.

Leo negó con la cabeza.

-Pues mañana lo vas a conocer- prosiguió. –Es uno de los científicos más brillantes que he visto en mi vida. Ha hecho grandes descubrimientos, pero como todo gran genio, el señor Löwe padece de una curiosidad muy peligrosa.

Leo lo miraba sin entender. No veía cómo era posible que el famoso científico estuviera relacionado con él. Ni siquiera había logrado asimilar lo que acababa de suceder.

-El señor Löwe te va a hacer una propuesta muy tentadora el día de mañana, pero necesito que la rechaces. Lo digo por tu bien y el mío.

Luego vio la taza que Leo mantenía entre sus manos.

-¿No te vas a tomar tu té? Es una lástima, porque es de los mejores que hay. Son importados de Inglaterra, ¿sabes?

El joven miró el líquido amarillento y le dio un trago. Realmente sabía muy bien. Se tomó el resto de golpe y dejó la taza en la mesa.

-Entonces, ¿eso es todo? ¿Lo único que tengo que hacer es no aceptar la misteriosa propuesta de un científico que ni siquiera conozco?

-Exactamente- confirmó el anciano.

-¿Y por qué tenías que secuestrarme? ¿No era más sencillo decírmelo hoy en el café?
Leonardo sonrió levemente.

-Piensa un poco, chico. Estoy seguro de que sabes la respuesta. ¿O a caso crees que no me di cuenta de lo que pensabas de mí? Seguramente me tomabas por un loco. Si a duras penas he logrado que me creas, ¿cómo te imaginas que lo iba a hacer en un Starbucks? Además, eso ya no tiene importancia. Para mañana tú vas a estar en la comodidad de tu camita sin preocupaciones de ninguna índole. Sólo quiero que recuerdes lo que te dije.

Leo iba a preguntar algo más, pero un extraño sopor lo invadió de repente. Se sentía pesado y todo le daba vueltas. Entonces entendió, demasiado tarde, que el té no era precisamente una muestra de hospitalidad del anciano.


Al día siguiente, Leo corría desesperado para llegar al café. La maldita droga que le había dado Leonardo lo había dejado tumbado una hora demás de la que debía. Cuando despertó en su cuarto se quedó desubicado durante unos segundos, pero luego vio el reloj y casi le dio un infarto. ¿Y ahora que le iba a decir a Mónica? “Perdón por llegar tarde, pero mi otro yo me secuestró y me drogó con un té.”

No. Lo mejor sería inventarse algún pretexto.

Llegó al Starbucks empapado en sudor y con el pelo parado. Ni siquiera le había dado tiempo de intentar peinarse. Cuando entró, vio a Tago que limpiaba el mostrador con evidente flojera, pero no vio a Mónica por ningún lado.

-¿No has visto a Mónica?

-Hola a ti también- contestó Tago ofendido. Luego miró su reloj y frunció el ceño. –Llegas tarde.

-Ya lo sé- dijo Leo irritado. -¿No ha llegado Mónica?

-Está atrás, en la terraza.

Leo se dirigió a donde el muchacho le había señalado. Rezó por que Mónica no lo corriera, pues había insistido mucho en su puntualidad. La encontró sentada en un sillón, platicando con una señora de cabello canoso.

-¡Ah, Leo! Ya llegaste- exclamó cuando lo vio. –Ven un momento, por favor. Quiero presentarte a mi mamá.

El joven se acercó a la señora un poco desconcertado. Tendría unos cincuenta y tantos años, pero se conservaba bastante bien.

-Mucho gusto, señora.

La mujer sonrió encantada. Se parecía mucho a su hija.

-Por favor, dime Cecilia. No me gusta que me hablen de usted.

Leo asintió y miró a Mónica sin saber si disculparse u olvidarse del asunto, pero al parecer la muchacha no había notado su tardanza.

-Mónica me ha hablado muy bien de ti. Dice que eres un buen trabajador.

El muchacho se encogió de hombros con modestia.

-Pues apenas es mi segundo día.

Platicaron un rato de cosas sin importancia. Leo se olvidó por completo de todas sus preocupaciones y llegó a pensar que el encuentro con el anciano había sido sólo un sueño. Y es que era tan ilógico que no lo podía aceptar del todo.

-Oye Leo, ¿cómo cuánto pesas?- le preguntó Cecilia de repente.

-Eh, como uno sesenta kilos, creo.

La señora lo recorrió con la mirada como si estuviera inspeccionando una mercancía.
-Tienes una buena estatura- comentó. –Ni chaparro ni muy alto.

-Gracias- contestó Leo sin entender muy bien qué hacía la mujer.

-¿Alguna vez has estado en un laboratorio de física?- le preguntó Cecilia.

-Sólo el de mi escuela.

-No, pero me refiero a uno donde se estudie el comportamiento de las partículas o las radiaciones nucleares, por ejemplo.

Le se quedó sorprendido.

-¿Un laboratorio nuclear?

La mujer asintió con una sonrisa.

-Mi mamá es investigadora del IDI- le explicó Mónica.

-¿El qué?

-Instituto de Desarrollo Industrial. Apenas tiene unos cuantos años. Es normal que no te suene.

Cecilia sonrió con orgullo.

-Ahorita estamos trabajando en un transmisor de materia, pero nos falta alguien que nos ayude a probarlo y tú tienes las cualidades necesarias, ¿te interesa?

Leo se sentía algo incómodo. Al parecer en la familia de Mónica les gustaba mucho ir al grano.

-Pues, en realidad no sé mucho de esas cosas- admitió apenado.

-Ay, no te preocupes, no hay ningún problema. Es un experimento muy sencillo. Lleva tan sólo unos cuantos minutos y no duele ni nada por estilo. Además serás bien recompensado, por supuesto. El IDI recauda una buena cantidad de dinero todos los años por sus investigaciones.

Leo no supo cómo ni cuando, pero entre ambas mujeres acabaron convenciéndolo. Y ahora que se encontraba en un lugar lleno de frascos y aparatos metálicos, deseó haberse quedado en su cama desde el principio. El lugar era gigante y bullía en actividad. Un montón de hombres y mujeres con batas blancas y guantes de latex, manejaban las distintas máquinas como si fueran niños recién nacidos.

-¿Qué es eso de ahí?- preguntó señalando un aparato metálico con dos enormes cubos transparentes encima.

-Es el transmisor del que te hablé. Mide cinco metros de alto y está fabricado con fibra de vidrio y láminas de plástico. Debe ser lo más ligero posible.

Leo asintió, pero no veía cómo podía describir a semejante mole con la palabra “ligero”.

-Está diseñado para transportar materia de un cubo al otro. Ya lo hemos hecho varias veces con objetos y animales y hemos tenido éxito. Si funciona con personas, habemos hecho uno de los más grandes avances tecnológicos de la historia. ¿Te imaginas todo lo que se podría hacer con esto? Se podría utilizar como medio de transporte instantáneo. Ya no habría carreras ni tránsito en las calles.

Leo asintió sorprendido. Hasta ese momento, no le había caído el veinte de lo que estaba a punto de presenciar. Era algo realmente impresionante. Pero entonces sintió que el corazón le daba un brinco cuando recordó la razón de su visita.

-¿Yo voy a entrar a esa cosa?

Cecilia no pudo evitar reírse.

-No tienes nada de qué preocuparte. Lo hemos hecho infinidad de veces y siempre sale bien. Pero si quieres, podemos hacer una prueba más para que lo veas- agregó al ver el rostro pálido del muchacho.

Leo tragó saliva y negó con la cabeza.

-No, está bien. Si usted me promete que no me va a pasar nada…

-Lo puedes apostar. Contamos con un sistema de seguridad a prueba de fugas o falta de electricidad. Todo está en orden, no te preocupes.

De pronto, llegó un hombre alto y calvo con bata blanca y lentes. Llevaba un fajo de papeles desordenados bajo el brazo y parecía tener mucha prisa. Saludó a Leonor con un beso en la mejilla y miró al muchacho con sorpresa.

-¿Quién es este?

Cecilia se apresuró a presentarlos.

-Se llama Leo. Es un muchacho que trabaja en la cafetería de Mónica. Leo,- dijo dirigiéndose al muchacho- este es mi esposo, Víctor.

El joven se quedó helado al escuchar el nombre del científico. ¿Cómo no lo había imaginado antes?

-¿Víctor Löwe?- preguntó con la voz temblorosa.

-Así es- dijo el hombre. – ¿Qué haces aquí?

El muchacho no se sorprendió por la falta de tacto del hombre. Era de familia.

-Leo nos está haciendo el favor de ayudarnos con el experimento- dijo Leonor algo nerviosa. Era más que obvio que el señor no estaba enterado de nada.

-Pero es sólo un niño- replicó el científico con voz grave.

Cecilia tomó a su esposo del brazo y lo alejó unos metros para hablar con él. Discutieron durante unos minutos y luego Víctor asintió, aunque no parecía muy convencido de la decisión que había tomado. Entonces ambos regresaron a lado de Leo.

-¿Quieres que empecemos?- le preguntó el hombre.

Leo podía escuchar las palabras del anciano en su mente. “Lo digo por tu bien y el mío.” Pero, ¿qué tenía de malo participar en un experimento científico? Además el dinero que le ofrecían no le vendría nada mal. Lo habían hecho varias veces y había funcionado. O por lo menos eso era lo que decía la mamá de Mónica.

-Está bien- dijo al fin.

Cecilia y Víctor prepararon todo rápidamente y antes de que Leo pudiera arrepentirse, ya se encontraba dentro de uno de los cubos.

-Esto no te va a doler nada- le dijo Víctor a través de la lámina de plástico. –Sólo cierra los ojos y no toques las paredes.

Leo asintió y apretó los puños. Estaba a punto de ser transportado.

La máquina comenzó a vibrar y varios focos se prendieron en el tablero. Leo podía sentir cómo se iba juntando la energía a su alrededor. Pero entonces algo inesperado sucedió. La máquina comenzó a sacar mucho humo y una sirena empezó a sonar estrepitosamente.

"No es nada grave" se dijo a sí mismo para tranquilizarse. "Seguramente lo van a solucionar pronto. No pasa nada".

Pero ya no pudo contenerse más cuando el humo se volvió tan denso que lo perdió de vista de los profesores.

-¡Auxilio!- gritó asustado, mientras golpeaba las paredes con desesperación.

Una descarga eléctrica lo golpeó con brusquedad y Leo cayó de bruces al suelo.

-Te advirtieron que no tocaras las paredes- le dijo una voz conocida.

-¡Leonardo!- exclamó el joven.

El anciano no dijo nada. Lo ayudó a levantarse con rapidez y lo sostuvo con fuerza.

-Te recomiendo que cierres los ojos. Puedes llegar a sentirte bastante mal la primera vez.

Leo no tenía idea de lo que estaba hablando, pero lo obedeció de inmediato. Empezó a sentirse mareado; como si el piso se estuviera moviendo debajo de él. La sensación fue aumentando cada vez más hasta que se detuvo de golpe. Ya no escuchaba el sonido de la alarma y el olor a quemado había desaparecido.

-Ya puedes abrirlos- le dijo Leonardo.

Se encontraban en la casa del anciano donde habían estado hablando unas cuantas horas antes.

-No otra vez- se quejó Leo sobándose la cabeza.

-Te lo dije- lo reprendió el anciano. –Era una instrucción muy sencilla, pero no eres capaz ni de seguir una orden.

El joven estaba demasiado desconcertado y adolorido como para discutir. En los últimos dos días había visto suficientes cosas inexplicables para el resto de su vida.

-¿Qué fue lo que pasó?

-Que me desobedeciste, eso pasó. Gracias a Dios se me ocurrió espiarte para comprobar que hacías lo correcto, pero ya comprobé que todavía no se puede confiar en ti. Si no te hubiera sacado de ese cubo, ahora estarías en el siglo XVII en algún lugar de Europa muerto de miedo.

-¿En el siglo XVII?

-Bueno, eso lo sé yo ahora, pero en ese momento no sabrías ni qué hacer. El famoso transmisor de materia logró crear un campo magnético tan poderoso que fue capaz de enviarme al pasado en un momento. Perdí diez años de mi vida tratando de adaptarme a un mundo que no conocía hasta que el profesor Löwe logró traerme de regreso.

-¿Estás intentando decirme que ese aparato era una máquina del tiempo?

-Exactamente. ¿Cómo crees que llegué hasta aquí en primer lugar? Tenía que advertirte.

-Pero, ¿cuál era el problema de viajas al pasado? Después de todo lograste regresar, ¿no? Seguramente conociste un montón de cosas interesantes y ahora me lo voy a perder todo.

-No sabes de lo que hablas. Hubiera preferido apostar todo lo que tenía antes que vivir en ese lugar. Hice muchas cosas de las que ahora me arrepiento. Tuve que aprender a matar para sobrevivir y dañé a muchas personas en el proceso. ¡No lo repetiría ni por todo el dinero del mundo! La vida es mucho más sencilla cuando tu única preocupación es pasar un examen de matemáticas.

Leo asintió pensativo.

-Entonces, supongo que debo darte las gracias.

-No es necesario. Al fin y al cabo hice todo esto por mí mismo.

-¿Vas a regresar a tu tiempo?

El anciano suspiró.

-Supongo que sí.

-¿Voy a volver a verte?

Leonardo sonrió abiertamente.

-Claro que sí. Dentro de algunas décadas, cada vez que te mires al espejo…

Thursday, June 11, 2009

Más presentaciones: Leo, Kaptha y Yamal

- Bueno, ¡ya es suficiente! He pasado las últimas dos horas vagando por esta pseudo ciudad en busca de esa maldita bestia. No pienso perder ni un segundo más de mi tiempo pensando en ese camello sin cerebro.

-No sea tan duro, shabah. Los nelefá son seres del desierto, y su espíritu necesita ser libre. Es posible que se haya quedado en las afueras.

-Pues que se quede ahí, entonces.

-Alguien podría robárselo.

-Mejor para mí. Así me libro de ese animal estúpido.

Kaptha movió la cabeza con desaprobación, pero no dijo nada. Sabía que su amo extrañaba a Yamal, pero el enojo lo impulsaba a decir esas palabras tan hirientes.

-Lo mejor será buscar un lugar para pasar la noche. Ya está oscureciendo y no hemos comido nada en varias horas. Mañana compraremos otro camello y nos iremos de aquí.

Eso era lo que le gustaba a Kaptha de su joven amo: siempre utilizaba palabras refiriéndose a “nosotros” en vez de “yo”. En todos sus años de esclavo, jamás había sido tratado con tantas deferencias.

-¿Mi shabah quiere que busque una posada para descansar?

-Sí, por favor. Y de preferencia, busca una que no tenga chinches en las almohadas.

El sirviente bajó la cabeza con respeto, y se perdió entre la bulliciosa calle. Leo se sentó en un escalón desgastado por el tiempo y la arena, y tomó unos cuantos tragos de su termo hermético. Ya había pasado más de dos años en Retorian y todavía le sorprendía el fuerte contraste entre la forma de vida de las personas y la avanzada tecnología con la que contaban. Por un lado, tenían los transportes más rápidos que él había visto, pero la mayoría de la gente seguía prefiriendo a los animales de carga.

-Nunca voy a entender a este mundo tan contradictorio- se dijo a sí mismo, mientras veía cómo los vendedores comenzaban a guardar sus productos y la masa de gente disminuía poco a poco.

"Se parece a los tianguis" pensó con nostalgia.

¿Cómo sería la ciudad de México después de dos años y medio? ¿Habría cambiado algo, o todo seguiría igual?

-Sea como sea, yo no me voy a enterar sino hasta después de varios años.

Era triste imaginarse a sus padres, la escuela, los planes… ¿Qué sería de él si todavía estuviera en su casa? Lo más probable es que estudiara en la universidad y tuviera una novia y un auto para salir de antro. Aunque, en realidad, Leo nunca había sido de antros, le gustaba imaginarse como un muchacho común, viviendo una vida normal. Pero él había elegido alejarse de todo eso para seguir un sueño. Ya no estaba tan seguro de que la verdadera razón de sus estudios fuera su hermana. De hecho, ya no guardaba ninguna esperanza de encontrarla, pero seguía adelante por el simple deseo de hacer algo con su vida. Después de todo, nadie le aseguraba que algún día podría regresar a México.

Leo dejó escapar un suspiro y trató de olvidar sus temores. Observó el atardecer con los ojos entornados y la mirada perdida. Pero entonces, una lengua húmeda y desagradable lo sacó de sus pensamientos cuando le lamió la cabeza.

-¡Ahgg!

Se paró, desconcertado, y se encontró de frente con un hocico baboso y oloroso que él conocía muy bien.

-¡Maldito animal! ¡Eres un asco, me las vas a pagar!

Atrás de él, llegó Kaptha corriendo con una amplia sonrisa en el rostro.

-Mire lo que encontré, shabah, ¡es Yamal!

-Sí, ya me di cuenta.

-Lo encontré en el establo de una posada. Un viajero lo vio vagando por el desierto y se lo llevó. Se lo tuve que comprar, pero valió la pena.

-¿Lo compraste? ¡Pero si es nuestro camello!

-Yo lo sé, shabah, pero el hombre no me creyó. Pensó que me lo quería robar.

-¡Perfecto! - exclamó Leo con sarcasmo. – Primero se pierde, y luego lo tenemos que comprar otra vez. Es el animal más desesperante y estúpido que he conocido.

Pero Yamal no se dio por aludido. Se encontraba muy ocupado olisqueando la apetitosa capa de su amo.

-Ah, no. Esto no te lo vas a comer.

Leo enrolló su prenda y la abrazó con fuerza, pero el camello estaba decidido a conseguirla y comenzó a mordisquearle el brazo.

-¡Kaptha, quítame a este animal de encima!

-Ya voy, shabah.

El esclavo tomó las riendas la bestia con firmeza y le acarició el cuello.

-Vamos, Yamal. Kaptha encontró un lugar fresquecito en donde podrás comer a gusto.

Leo lo siguió murmurando maldiciones, mientras se limpiaba la baba del pelo y la ropa.

-Algún día me voy a deshacer de ese camello estúpido.

Kaptha sonrió, movió la cabeza, y siguió caminando.

Bella descripción de un hombre no bello




"Alí sufría una parálisis congénita de los músculos faciales inferiores, una enfermedad que le impedía sonreír y le confería una expresión eternamente sombría. Era muy raro ver en la cara de piedra de Alí algún matiz de felicidad o tristeza; sólo sus oscuros ojos rasgados centelleaban con una sonrisa o se llenaban de dolor. Dicen que los ojos son las ventanas del alma. Pues bien, nunca esta afirmación fue ten cierta como en el caso de Alí, a quien únicamente se le podía ver a través de los ojos."


Khaled Hosseini, The Kite Runner.

Tuesday, June 02, 2009

Heryk y Veilaug

A petición de mi buen amigo Tensai, les presento uno de los fragmentos que tengo sobre la novela que llevo escribiendo gran parte de mi vidam, para que conozcan a dos de mis personajes.

Pienso ponerme al corriente con este proyecto durante el verano, así es que es posible que pronto les toque leer más al respecto. Espero que les guste.



Heryk reunió valor y entró en la gruta con la shangana desenvainada. Algunos hombres, entre los que se encontraba Gian, lo siguieron sin dudar, pero la mayoría tuvo que esperar la enérgica orden de un Serle gruñón para convencerse del todo.

Adentro el aire era húmedo y denso. Heryk usaba la shangana como bastón para reconocer el terreno conforme la luz disminuía a sus espaldas.

-Esto es una locura- dijo Serle. –Si no logramos iluminar el camino de alguna forma, acabaremos dando vueltas hasta perdernos.

Heryk no le hizo caso, pero tuvo que detenerse al sentir el camino bloqueado. Serle se acercó y golpeó con su espada a la roca que les impedía seguir.

-No hay salida- gruñó malhumorado.

-¿Y ahora qué hacemos?- preguntó Gian en la oscuridad.

-Pues regresar, ¿qué otra?- contestó Serle.

Un montón de hombres asustados se dispusieron a salir aliviados, pero Heryk no se movió de su lugar. Estaba seguro de haber oído algo, pero por más que aguzaba el oído, con tanto movimiento de armaduras era imposible escuchar algo. Los últimos ecos de las pisadas metálicas se dejaron oír al final del angosto túnel. Entonces el guerrero guardó silencio durante unos segundos y se convenció de que no había nada en esa oscuridad profunda.
"Tal vez era sólo un murciélago", pensó.

Se dispuso a reunirse con sus compañeros, cuando un resplandor rojizo invadió el ambiente de un solo golpe. Heryk se puso en posición de combate, pero pronto se dio cuenta de que la luz provenía de sí mismo. Extrañado, metió la mano debajo de su armadura y abrió la camisa con cuidado. Sacó el amuleto escarlata que irradiaba una luz brillante y la sostuvo asombrado. Miró a su alrededor, pero sólo pudo ver piedras húmedas e inertes. Sin embargo, la roca que bloqueaba el camino era diferente. Parecía más oscura que las demás y no presentaba rastros de humead alguna.

Heryk se acercó y puso su oído en la superficie fría y áspera. Había algo dentro de esa piedra. Algo vivo.

El príncipe se alejó unos pasos para tener una visión más amplia del túnel. Entonces se frotó los ojos con la mano que tenía libre: ¡la roca acababa de parpadear!

Súbitamente, el piso empezó a temblar y la roca comenzó a moverse.

-¿Qué demonios fue eso?- exclamó Serle desde la boca de la gruta.

Heryk se echó a correr por el túnel a todo lo que daban sus pies. Con la ventaja de la luz, logró alcanzar a los demás en cuestión de segundos.

-¡Un dragón!- gritó al llegar a la salida.

Inmediatamente todos los hombres se prepararon para pelear, pero Serle tomó a Heryk de un brazo y se puso a correr.

-¡Corran todos! ¡Es imposible matar a esa bestia entre la maleza!

Nadie se hizo del rogar y todos los hombres emprendieron la huida. Heryk tropezaba con las platas y las raíces, pero Serle lo sostenía firmemente, arrastrándolo por la selva.

Algunos hombres aprovechaban la espesura para esconderse, pero Heryk y Serle llegaron hasta el campo abierto, confiados de que los demás los seguían. Gian logró darles alcance bufando como un toro.

-¡Qué pésima condición, soldado! Cuando regresemos me voy a encargar personalmente de tu entrenamiento.

-Si es que regresamos- dijo Gian casi sin aliento.

-¿Dónde están los demás?- preguntó Heryk buscando a su alrededor.

-No lograrán llegar a tiempo- repuso Gian señalando los árboles. –Ahí ya viene el dragón.

Efectivamente se veía una mole gigantesca entre los árboles. Soltó un rugido estridente y agudo que los obligó a taparse los oídos y extendió sus enormes alas negras.

-En toda mi vida, jamás he visto a una bestia semejante- dijo Serle sorprendido.

-Lo mejor será buscar refugio- propuso Heryk.

-Yo estoy de acuerdo contigo, amigo. Esos cobardes no piensan ayudarnos.

-Y yo no los culpo- dijo Gian mientras se echaba a correr hacia el bosque. Serle y Heryk lo imitaron.

El dragón logró salir a campo libre y soltó una bocanada de fuego ardiente. Heryk se tiró al piso para evitar la flama. Cuando levantó la cabeza, vio que Serle y Gian habían logrado resguardarse detrás de unas rocas a unos cuantos pasos de donde él se encontraba. Volteó la cabeza lentamente y se encontró con una bestia de tamaño descomunal. El guerrero no movió ni un músculo, confiando en que la vista del animal era tan mala como correspondía a su especie, pero este dragón negro no parecía ser tan despistado. Agachó su cabeza y lo miró fijamente con sus ojos de color violeta. Heryk se sorprendió al sentirse traspasado por esos ojos. No parecía la mirada de un dragón. Era una mirada humana.

De pronto, el amuleto de Heryk comenzó a brillar con una intensidad impresionante. El dragón cerró los ojos deslumbrado y el guerrero aprovechó el momento para refugiarse con sus compañeros. El animal se recuperó pronto y después de mirar a su alrededor una última vez, se alejó volando sin que nadie se atreviera a impedírselo.

Monday, June 01, 2009

Irrelevante relevancia

Hay un mundo enorme fuera de mí. Millones de cosas importantes están pasando ahora. Hay vidas que penden de un hilo, personas que atraviesan momentos de renovación, angustias y problemas que gritan al cielo por una solución...

De verdad hay cosas importantes, pero lo único que le importa en este instante a la pobre mortal que escibre en este blog, es que mañana tiene examen final de historia.

Sunday, May 24, 2009

Mañana migrañosa

No es un dolor estático, sino que se mueve. A segundos duele más, a segundos menos. A veces duele con la misma intensidad, pero de modo distinto. Es palpitante, molesto y va en aumento constante.

Se siente como si un líquido corrosivo se paseara tranquilamente por un hemisferio del cerebro. Se parece al ardor, pero con un eco extraño que lo multiplica incontables veces. Es más bien como una ola que va y regresa, pero nunca desaparece.

Cansa, atonta, duele, desespera, pero se niega a irse. Lo bueno es que hoy sólo duele. Hay días en los que marea e inutiliza. Hay remedios parciales que traen un ligero alivio temporal, pero todo aquél que la haya sufrido sabe que, por más que uno intente evitarla, ella hace lo que se le da la gana. El mejor remedio es tratar de dormir. A veces, incluso ni siquiera permite conciliar el sueño, pero vale la pena intentarlo.

Sin embargo, tampoco es garantía, pues uno puede despertar renovado y tranquilo o sentir el punzante dolor desde el momento en el que abre el ojo. Ese es mi caso el día de hoy.

Esta constante molestia ha sido mi fiel compañera durante el día. Ya no la soporto. Me gustaría poder abrir mi cabeza y sacarla por la fuerza. ¿Agresivo?, tal vez, pero no puede ser peor que esto…

Thursday, May 14, 2009


Ya no quería dar clases. Estoy conciente de que el próximo semestre voy a estar muy atareada por la universidad, la tesis y los preparativos para la boda y la maestría. No quería echarme encima otra responsabilidad. Sin embargo, hace unos días fui a dar mi última sesión del curso. Siempre me pongo nerviosa antes de empezar, pero cuando comienza la clase y logro que mis alumnos se interesen, entren en conflicto, discutan y se pregunten cosas, cualquier inseguridad desaparece.

Me encanta ver sus rostros de sorpresa cuando descubren algo nuevo y me divierte la expresión que ponen cuando algo que digo no los convence. Me fascina formar una actitud crítica en ellos, despertarlos por un momento de la rutina cotidiana y hacer que se olviden del tiempo y del mundo para tratar de entenderse a sí mismos.

Me gusta mucho enseñarles lo que sé, transmitirles algo de mi experiencia y mi conocimiento, aconsejarles y guiarlos cuando me lo piden. También me encanta descubrir que yo también puedo sorprenderme y aprender muchísimo de ellos. No creo que se den cuenta, pero me han aportado quizás más de lo que yo les he enseñado a ellos.

Disfruto cambiando de ambiente unas cuantas horas a la semana y romper la rutina del diario. Me llena hablar de teología y reafirmar mi fe en un ambiente en el cual es socialmente aceptado ser católico convencido. No me molesta la diversidad de credos, pero me gusta convivir con personas que creen lo mismo que yo de vez en cuando. Curiosamente el ambiente de la UP no es tan amigable con el creyente, aunque cualquiera pensaría que por ser una universidad católica no habría problema. Sin embargo, hay una sutil tensión constante al respecto. Pareciera que se exigiera una separaración del ámbito religioso del académico y del social, cuando en realidad lo ideal sería que se dieran en conjunto en todos los aspectos de la vida.

Es impresionante el efecto benéfico que tiene en mí dar estas clases. Cuando voy de regreso manejando en el tráfico, voy contenta, tranquila y satisfecha. Y es algo que siempre me pasa. En ese tiempo sola, me vuelvo a descubrir y encuentro fácilmente las respuestas a los problemas que tenía. El mundo cambia para mí y la vida se siente ligera. ¿Quién, en su sano juicio, dejaría algo que lo hace tan feliz?

Definitivamente, yo no.

Monday, May 04, 2009

En busca del príncipe azul




Tres meses. Ese era mi límite. El enamoramiento decaía brutalmente, el hechizo se rompía y mi bellícimo príncipe azul se convertía en un mortal más, común y corriente.

Desde niña supe que quería enamorarme y vivir una historia maravillosa con un hombre que me hiciera feliz. Al principio soñaba con los héroes de mis cuentos de hadas y me imaginaba como una princesa que necesitaba ser encontrada. Después fui creciendo y cambié un poco mi visión de las cosas. Prefería ser una joven valiente, fuerte e independiente y toparme, casi por error, al hombre que quisiera acompañarme en mis aventuras. Sea como sea, quería sentir el cosquilleo en el estómago, sentir cómo se me desbordaba el corazón del pecho y mirar al cielo con una mirada apasionada.

Lo logré. Un día pude personalizar mis ilusiones en un niño hermoso y sentí las delicias de mi primer enamoramiento. A pesar de que era una adolescente orgullosa que se consideraba muy independiente y que despreciaba la cursilería, me permití ser dulce, detallista y tierna. Era completamente feliz y me imaginaba un futuro idílico con mi príncipe de cuento de hadas.

Un día, después de casi tres meses de feliz noviazgo, la burbujita se rompió. Ya no sentía la emoción del principio, la pasión me abandonó y mi niño ya no me parecía tan maravilloso. Me di cuenta de los múltiples defectos que tenía y descubrí, con sorpresa, que nuestras expectativas de la vida eran completamente diferentes. No tenía nada de malo; seguía siendo el mismo de siempre, pero ya no estaba enamorada de él.

El patrón se repitión la siguiente vez. A los tres meses, toda mi alegría desapareció y me di cuenta de que mi novio ya no me gustaba como antes. Seguía soñando con mi príncipe azul, pero ya no me sentía tan segura. Me empezó a dar miedo que la vida no fuera lo que yo pensaba y que todas mis esperanzas no fueran más que vanas fantasías.

Un buen día, conocí a otro príncipe. En esta ocasión fui mucho más precavida. Me aseguré de conocerlo bien y no idealizarlo. Identifiqué sus puntos flacos e intenté ser objetiva todo el tiempo. Finalmente, decidí arriesgarme una vez más. Me enamoré y disfruté el momento. Sin embargo, los temidos tres meses se acercaban. Efectivamente, me pasó lo mismo que las veces anteriores. Me sentía desesperada y confundida. Comencé a preguntarme si realmente la vida era así y tenía que aprender a conformarme con ella o si debía seguir adelante y no rendirme hasta encontrar a mi hombre ideal.

Estaba tan asustada, tan perdida, que tomé una decisión extremadamente arriesgada: le confesé lo que sentía a mi novio. Descubrí, con sorpresa, que él sentía lo mismo. Después de hablar con él, me atrevía a darnos otra oportunidad. No pensaba rendirme, el amor no podía ser tan gris, tan conformista.

Poco a poco, fui dándome cuenta de muchas cosas. El amor verdadero existe, pero no es tan fácil como en los cuentos. El príncipe azul es un ideal inexistente, pero eso no significa que el amor deba ser falto de pasión y emociones intensas. Aprendí a ser paciente, a conocer a profundidad y a fortalecer mi relación. Me volví a enamorar, ya no de un príncipe, sino de un caballero, de un ser humano, un hombre de carne y hueso que se equivoca, que se cae y sangra, pero que también es alcanzable. Entendí que el amor es la entrega entre dos personas, no la persecusión de un ideal encarnado. Aprendí a besar las heridas de mi guerrero y lo ayudé a levantarse cuando lo necesitó. También me di cuenta de que yo tampoco soy ninguna princesa y que también necesito que me tiendan la mano de vez en cuando.

Hoy soy capaz de comprometerme y de atarme a mi novio sin temer que no sea "el hombre ideal". Sé, de hecho, que no lo es, y precisamente en eso radica mi seguridad.




Sunday, April 26, 2009

Limpiándome las cenizas

Hace un par de semanas escribí esto. Olvidé publicarlo, pero hoy lo volví a encontrar.

Es reconfortante leer esto en retrospectiva y darme cuenta de la fuerza que puedo encontrar en mí cuando lo busco. La vida puede ahogarnos a veces y, aunque no veamos claro por la basura que nos rodea, siempre que lo decidamos, podemos salir a tomar aire fresco.





"Ya no puedo leer, no puedo escribir, no puedo hacer nada. Estoy como bloqueada. Empiezo un libro, pero después no encuentro en interés para seguirlo. Quiero publicar en mis blogs y se me ocurren varias ideas, pero no las desarrollo. Me encuentro en un estado de “idez” que me aísla de la profundidad. Voy como sedada por la vida.

Estoy demasiado metida en el mundo. Me importa comer, dormir, arreglarme, pasarla bien y cumplir mis obligaciones indispensables. Cuando tengo tiempo libre no soy capaz de producir nada. Antes dejaba de hacer tarea por dedicarme a mis manualidades y a mis escritos, pero ahora a penas termina mi día y tan sólo quiero dormir o meterme a facebook.

¿Cuándo me volvía tan aburrida, tan frívola? Me niego. No quiero perderme en lo cotidiano y superficial. Quiero pensar, sentir, producir. Quiero encontrar mi pasión, romper este tedio, esta odiosa pereza que me arrastra y me sumerge. Necesito aire fresco para despertar.

Este post es una confesión, un intento de salir de mi estado actual. Me tengo que obligar a matar al demonio de mi flojera y comodidad. Me acosa desde siempre, pero pensé que había logrado deshacerme de él. Me equivoqué. Nunca hay que bajar la guardia.
Así, pues, aquí estoy. Desenfundo mi espada."

Wednesday, April 15, 2009

Interrupciones cotidianas

Ayer llegué a mi casa en la noche y me senté con Zoon en el comedor a hacer mis trabajos de la universidad. Estábamos los dos muy tranquilos escuchando música y disfrutando de la pasividad del momento, cuando de pronto mi estómago rugió notoriamente. En lo que me paré a la cocina para prepararme un poco de botana para picar, bajó mi hermana y se rompió el silencio. Se puso a platicar con nosotros y nos pusimos a cenar. En el ínter llegó mi madre y Zoon y yo la acompañamos un rato.

De repente mi madre gritó: "¡Eso es una rata!"

No era rata, sino ratón, pero de todos modos fue alarmante la situación, porque estaba caminando por los muebles de la cocina. Nos paramos todos rápidamente y sin darme cuenta le torcí el pie a Zoon con la silla. Llamamos a mi hermano y a mi primo que estaban arriba y nos dedicamos a cazar al intruso roedor.

Fueron cerca de tres o cuatro horas intentando sacar al animalillo de la cocina. Cuando descubríamos su escondite, salía corriendo a otro mueble. Tuvimos que mover toda la cocina, sacamos los trastes para poder mover los muebles, usamos escobas, periódico, agua y hasta la aspiradora.

El pobre del Zoon estaba con su pie cucho en medio de todo el caos sin poder hacer nada. Se tuvo que ir a la mitad de la empresa y los demás continuamos con la cacería. Al final el mugre ratón se salió solito al jardín y nosotros nos quedamos con una cocina sumamente desordenada y con el piso mojado. Después de limpiar mi madre resolvió ir a cenar tacos con mi hermano, mientras que yo me subí a trabajar. A penas leí unos minutos y me quedé dormida. No he terminado mi trabajo y es para hoy.

Definitivamente, ser estudiante de filosofía e hija de familia son dos cosas altamente incompatibles.

Thursday, March 26, 2009

Angustia Heideggeriana

Hoy presencié una revolución en mi salón. Desde que llegué a clase, lo primero que me dijeron fue: "Emilia, ¿ya sabes qué vas a hacer con tu vida después de la carrera?"

Creo que fui una de las pocas personas que contestó afirmativamente, y creo que, lejos de ayudar, agobié un poco más a mis compañeros.

Entiendo la angustia, entiendo la perspectiva de un "tener que hacer" en un futuro carente de significado. El sentido lo damos nosotros, y lo damos desde el presente, desde nuestra actualidad.

Sin embargo, es una posición en la que estamos todos. En realidad, aunque tengo mis planes, nunca sabré qué vendrá, hasta que venga. Vivir es un constante riesgo, una constante apertura, y es algo que no podemos evitar. Cerrarnos al futuro no evitará que éste llegue.

Coincido con Heidegger, pero, a diferencia de él, yo no me quedo en la ontología. Yo me contesto con algo más, con una trascendencia. No soy tan original en ese sentido, pero por lo mismo, vivo más tranquila.

Saturday, March 21, 2009

Sigo aquí sentada...




Hay que aprender a esperar, aunque cueste.

Me considero una persona paciente. No siempre lo fui, pero me oblogué a aprender. De todos modos, me pesa todavía la espera. Saber lo que sigue, pero no poder alcanzarlo todavía. Estar lista desde hace horas y ver cómo el resplandor de hace un momento se normaliza.

El tiempo hace estragos. Cuando me vestí hacía calor, pero ahora el ambiente está más fresco. Cuando terminé de bañarme tenía la cara blanca, suave y limpia: ahora está como siempre.

Tal vez exagero. No es tanto tiempo, en realidad. Pero es horrible tener que esperar, en especial cuando tienes ganar de salir.

¿Si quiera estoy diciendo algo? Quién sabe, pero eso sí: desvariar en mi blog ayuda bastante.