Tuesday, November 25, 2008

Sensación parmenidea

¿Saben cómo se siente el vacío? Seguramente alguna vez les ha pasado.

No es metáfora. No pienso decir nada profundo ni poético. Es la vil y contingente realidad: literalmente siento un hoyo en mi estómago. No es propiamente hambre, porque no siento ese movimiento revoltoso que gruñe, quejándose por la falta de alimento. Sé que podría calmarlo con comida, pero no tengo antojo de nada. De hecho, siento un poquito de asco cuando pienso en comer.

Siento vacío. Es la única forma que tengo para describirlo. Es como un hueco enorme que va desde mi garganta hasta mi abdomen. Sé que está ahí porque lo siento. ¿Cómo se siente un vacío, algo que no es? Ni idea, pero así pasa.

Lo que me consuela es que en algún momento este vacío horrible se hará consciente de sí mismo y se transformará en hambre. Va a ser desagradable, porque va a empezar a molestar. El inexistente vacío se va a retorcer y a doblarse sobre sí mismo, tratando de destruir algo que de hecho nunca hubo. Voy a sentir un poco de desesperación y ansiedad. Mi mente se va a nublar y sólo voy a poder pensar en la hora del descanso para correr a la cafetería a comer algo y calmar el sufrimiento. Pero será mejor sufrir, pues al menos habrá algo. El dolor molesta, pero se puede calmar. El vacío, en cambio, es un enemigo invisible. Es nada.

Pronto tendré un enemigo con el cual luchar, pero en este instante estoy inmóvil. Enfrentarse al vacío es perderse un poco en la inexistencia.

Thursday, November 06, 2008

El chocolate sabe a placer incluso cuando es amargo

Por lo general, cuando veo cine francés, salvo muy contadas excepciones, me quedo con una sensación de vacuidad muy desagradable. Las únicas dos películas francesas que me transmitieron mucha pasión, alegría y vitalidad, fueron Amélie y Cyrano de Bergerac. Será que tengo poca cultura al respecto.

Hoy vi una película francesa llamada "Todas las mañanas del mundo". Me gustó. Tuve esa sensación de vacuidad y hubo imágenes que se me antojaron trágicamente grises, pero logró su cometido. Hoy estoy conmovida y llena de un profundo dolor; pero no de un dolor que lleva al llanto ni el que oprime el pecho, sino más bien es esa clase de dolor abstracto y casi etéreo que se queda flotando en el ambiente.

El dolor que me transmitió esta película es propio de la belleza cuando se viste de tristeza. Llena en lo estético y vacía en lo moral, pero al final completa en lo conceptual.

Corriendo el riesgo de que se pueda interpretar como una patología y teniendo la certeza de que se trata de otra clase de locura, puedo decir que hoy disfruté saborear ese sufrimiento. Hoy entendí y experimenté la delicia del dolor artístico.

Sunday, October 26, 2008

Escuchando Atomic Bird

Las mujeres se unen para cantar. Es un canto profundo, triste, desgarrador. Cantan la muerte, el dolor y la pérdida. Es algo que sólo ellas saben hacer, lo han hecho desde siempre y seguirán haciéndolo.

Sufren porque aman. Podrían detenerse, podrían decidir no volver a llorar nunca más, pero no lo harán. Jamás.

Las mujeres se unen para llorar. Están juntas, pero cada una llora sus propias lágrimas y, aunque el llanto es el mismo, se siente diferente.

El canto se eleva, cada vez más. Las mujeres levantan el rostro surcado por sus lágrimas. El cielo se ve grande desde la tierra y las nubes inalcanzables, pero sus ojos ya están limpios y pueden ver mejor.

Las mujeres ya no lloran. Ahora lo saben, ahora lo sienten. El cielo no está tan lejos…

Thursday, October 16, 2008

Reflexión hacia afuera



La única manera de poseernos es renunciando a nosotros mismos. Si intentamos volvernos hacia nuestro interior y tomarnos, nos perdemos. Es como intentar retener un puñado de agua: entre más apretamos, más se escurre. Cuando la mano intenta tomarse a sí misma, se da cuenta de que ya no está en el mismo lugar, pues cuando se movió para alcanzarse, se perdió en el camino.

El egoísmo es frustrante, desgastante e infructuoso. En cambio, cuando nos dejamos ir, abrimos las puertas para que otros entren. Entonces alguien nos encuentra y, si él también está abierto, nosotros lo encontramos a él. Dejo mi yo para encontrar un tú y, paradójicamente (o milagrosamente), me encuentro a mí mismo en el otro.

El hombre está hecho para la donación. Sólo se es feliz cuando se ama y, para amarse a uno mismo, hay que amar a otro, y viceversa.

El hombre y las máquinas

Este es un video de un programa que vi hace poco con Zoon Romanticón. Lo pongo aquí porque lo recordé al leer el post de Artemisia sobre la crítica de Chaplin a la tecnoctatización. Este es un buen ejemplo de la superioridad del hombre ante las máquinas; así éstas sean precisas y más rentables, jamás podrán igualar la creatividad y el criterio del hombre (incluso cuando se trata de producción en masa).




Tuesday, October 07, 2008

Puras letras

Empecé a escribir cuando me di cuenta de que las letras eran mi modo de acceso a ese mundo de fantasía e irrealidad que tanto me gustaba. El mundo real no me satisfacía. Era feo, desagradable y muy decepcionante. Los árboles sólo eran árboles, mientras que en mi mundo eran vida pura. Aquí había muerte y corrupción, mientras que allá había sacrificio y trascendencia. Mis sueños me seducían incluso cuando estaba despierta y prefería imaginar un diálogo con un personaje ficticio que entablar una conversación con una persona verdadera.

Recuerdo perfectamente aquellos momentos en los que me encontraba en clase y, de pronto, todo a mi alrededor se cubría con un velo nebuloso y entonces la fantasía se me aparecía nítida y casi tangible. Y era emocionante, pues yo era señora y soberana de aquel lugar maravilloso que me proporcionaba infinitas posibilidades. En esos instantes mágicos escribí todos mis cuentos de temprana juventud, en hojas de cuaderno y con letra temblorosa por la impaciencia y la sensación de aventura.

Puede sonar exagerado, pero en verdad había días en los que nunca bajaba de mis nubes. Despertaba en la mañana como en un sueño y todo el día me dedicaba a evadirme en mis pensamientos. Inventaba historias, escribía, escuchaba música y dejaba todo lo demás con tal de poder seguir soñando. A diferencia de mis compañeras, a mí me encantaban los largos viajes cotidianos en el camión de la escuela, pues eran el momento perfecto para perder la mirada en la ventana y sumergirme en las delicias de mi pensamiento.

Tenía una sola musa, con la cual logré tener una verdadera amistad, pero era la única a la que dejaba entrar a mi mundo de ensueño. Y ella también se dejó atrapar por su belleza. Yo escribía pensando en ella, para que ella me leyera, nadie más. Juntas inventamos todo un universo al cual nade ha podido ni podrá tener acceso jamás, pues solamente se puede entrar a él cuando uno mismo lo construye con su propia alma.

Ese universo se convirtió en nuestro refugio, nuestro hogar. Con nuestras manos divinas creamos hadas, brujas, héroes y dragones. Poníamos nombres y colores a ideas y sentimientos, y juntas nos reíamos de ese cascarón vacío y gris que era la realidad.

Pero no todo era hermosura. Había momentos en los que bajaba la guardia y entonces me atacaba. Me sentía hueca, insatisfecha, triste y miserable. Me hundía en un hoyo profundo y oscuro del cual ni siquiera mi musa me podría sacar. Estaba sola y lo sabía, y tenía miedo.

Al principio no era muy difícil evadirlo. Seguía ahí, pero yo lo revestía con mi magia y dejaba de verlo. El problema fue que comenzó a aumentar. Entre más crecía yo, más grande se volvía el hoyo de dolor e insatisfacción. Cada vez me atrapaba con mayor frecuencia y me restregaba mis miserias en la cara.

Un día me levanté y me di cuenta de que mi magia desaparecía. No pretendo que esto parezca una metáfora, pues lo quiero decir literalmente: la magia se me escapó de las manos. Un día en específico de mi vida, me tuve que enfrentar a la realidad, porque la fantasía se negaba a ayudarme. Mi pluma se secó y mis personajes ya no me hablaban. Había despertado y no podía volver a dormirme, no podía soñar.

Entonces tuve que enfrentarme con mi soledad. Me encontraba desnuda frente ese enorme hueco, tan grande que ya era insoportable. Y seguía creciendo.

Ya no podía evadirme, así que intenté solucionar ese problema. Quise llenar el hoyo de muchas maneras, pero no me funcionaron del todo. Me volví una idealista exacerbada y me llené de metas y causas sociales. Terminé la preparatoria hundida hasta la nariz en política y en proyectos tan gigantescos que no podía cargarlos aunque lo intentaba. Pronto me di cuenta que estaba desbordando mi pasión en un vaso que nunca se iba a llenar. Me desesperé y me volví gris. Intenté entrar otra vez a mi mundo, pero no me dejaba. Mis cuentos y mis cartas cada vez eran más secos. Abandoné a mi musa sin quererlo. Cerré poco a poco esa puerta sin saber cómo evitarlo. Entonces me quedé sola del todo.

Es curioso, pero sólo cuando me hundí absolutamente y toqué fondo, fue que me encontré a mí misma. No era nada espectacular; tan sólo era yo, simple y real. Entonces fui libre de verdad para buscar un sentido. El hoyo estaba ahí, pero ya no me asustaba y me dediqué a escalarlo. En el camino me he encontrado a muchas personas que también suben conmigo. Poco a poco me he dado cuenta de que el hoyo nunca se puede llenar del todo, que siempre queda un huequito. La diferencia es que ya no lo ignoro y busco algo para rellenarlo. Sigo adentro de ese hoyo, pero detrás de mí hay un mundo de cosas que lo habitan. Cosas reales. La fantasía y la magia también están ahí y las visito de vez en cuando, pero ya sé que no alcanzan para abarcar este túnel que sigue creciendo.

Hoy sigo caminando, y veo luz al fondo. Estoy aprendiendo a escribir de nuevo.

Monday, September 22, 2008

Asalto armado a mi intimidad



Mi pluma interior está seca. No sabe qué escribir y se siente desesperada. La escritura es mi arte y, sin embargo, se me va de las manos y me deja sola, desnuda. Por eso estoy forzando a mi pobre pluma. La presiono y la torturo hasta poder arrancarle unas cuantas gotas de tinta.

Ella se queja y chilla, pero va cediendo poco a poco. Me da, de mala gana, unas pocas líneas. Luego intenta volver a ocultarse y abandonarme, pero no se lo permito. La retuerzo, la exprimo y la obligo a cooperar.

"¡Valiente escritora!", le espeto. "¡No puedes reclamar ese título si no explotas tu virtud!".

Así, pues, aquí estoy, intentando reclamar mi título por la fuerza. Pero, al parecer, hay cosas que no se pueden conseguir a punta de pistola. La inspiración es una de ellas.

Sunday, September 21, 2008

De otoño a invierno





Me desespera terriblemente el ambiente social de la segunda parte del año, es decir, los últimos meses desde septiembre hasta diciembre. Hay muchas razones para que esta temporada sea especialmente agradable para mí, pues el clima es más frío (me choca el calor asfixiante), vienen las fiestas que me gustan (día de muertos y Navidad) y se acerca mi cumpleaños (que es en diciembre). Sin embargo, no soporto la ciudad por estas fechas. El tráfico se pone insoportable, la gente comienza a ponserse agresiva sin darse cuenta y la mercadotecnia empieza a avalanzarse sobre nosotros como un monstruo hambriento e implacable. Es el colmo que antes del grito, con las banderas y las tiras tricolores colgadas por todas partes, ya había adornos de Halloween y Navidad en las tiendas departamentales.

Este año quiero promover un movimiento de recuperación de estas fechas. Le pido a todos los lectores de este blog que intenten mantener la calma y el ánimo alegre y tranquilo, en vez de caer en la histeria colectiva. No manejen como desquiciados, controlen su mal humor y procuren sonreír y transmitir algo de serenidad a la locura. No caigan en el consumismo y disfruten las fiestas que vienen con sobriedad y alegría.

Ojalá y podamos hacer algo para que los últimos meses del año vuelvan a ser agradables y tranquilos...

Friday, September 12, 2008

Monday, August 25, 2008

Por fin: Una vida en un trayecto (parte final)





Las manos de Virginia ya no eran lo que solían ser. Estaban arrugadas, manchadas y surcadas por la edad. Ya no tocaban el piano, pues tenían las articulaciones adoloridas y sus dedos ya no eran tan ágiles como antes. A pesar de todo, a Sofi le gustaban. Le parecían suavecitas y agradables cuando le acariciaban las mejillas o le hacían cariños en la cabeza.

Sofi era una niña muy bonita. Tenía el cabello rubio, como su mamá, y una boquita roja que siempre dejaba ver una sonrisa perlada. Lo que más le gustaba a Virginia de ella eran sus ojos, cristalinos y profundos, como los de su abuelo. Aunque tan sólo contaba con cuatro años, la pequeña tenía una mirada penetrante, la cual contrastaba con su aire de inocencia infantil.

Ese día se había quedado en la casa de su abuela y, mientras sus papás hacían cosas “de grandes”, ella se dedicaba a vestir a su muñeca mientras le contaba sus aventuras con el conejo que vivía en el jardín. Virginia la escuchaba desde su sillón preferido y se preguntaba a qué conejo se estaría refiriendo su nieta. Seguramente era producto de su fantasiosa imaginación, de la cual los niños siempre hablan con suma seriedad. Virginia sonrió para sus adentros y siguió leyendo el libro que tenía en su regazo. Tal vez sus manos se habían vuelto torpes, pero aún gozaba de una vista envidiable.

Afuera el cielo comenzaba a nublarse y el mar se veía agitado. Las macetas con las flores rojas seguían en su mismo lugar y ahora los pétalos se agitaban y se desprendían por el viento. A Sofi le daban miedo las tormentas y miró a su abuela, consternada. Virginia bajó su libro y vio a la asustada pequeña.

-¿Por qué no me cantas una canción? –le propuso a su nieta.

Sofi sonrió y comenzó a entonar una de las canciones de cuna que le había enseñado su madre. Tenía una voz suave, bonita y dulce y Virginia no pudo evitar sentir una gran nostalgia. Escuchando a su nieta regresaron todos los recuerdos a su mente: la casa de su infancia, su piano de cola, el vals… Había pasado tanto tiempo desde ese entonces que ya no estaba segura si en realidad había sucedido o tan sólo se lo había imaginado. Sofi terminó su canción y empezó otra sin que Virginia se lo pidiera. En esta ocasión acompañó su vocesita con aplausos y un baile improvisado. Mientras daba vueltas por la sala Virginia la veía y pensaba en su esposo y en su hijo cuando pequeño. Realmente había tenido una vida feliz, no se podía quejar.

Sofi seguía dando vueltas con los brazos extendidos, como si la acompañara un amigo invisible en su danza infantil. Entonces Virginia vio en los ojos de la pequeña y lo reconoció. Fue tan sólo por un brevísimo instante, pero estaba segura de haberlo visto: un muchacho de cabello despeinado, sombrero de copa y gabardina. Súbitamente Virginia sintió mucha alegría y comenzó a reír. Rió hasta no poder más, mientras su nieta seguía dando vueltas por la estancia.

Ella ya no podía verlo, pero no le importaba. Ahora era el turno de Sofi de bailar. 

Breve apología

No he publicado en un buen rato. Mi computadora murió dramáticamente en vacaciones y los únicos momentos en los que he tenido acceso a una computadora ha sido exclusivamente para hacer tareas. 

Ya estoy, sin embargo, de regreso. Si me vuelvo a tardar mucho en publicar, ténganme paciencia. ¡No dejen de visitar mi blog, por favor!

Sunday, June 29, 2008

Recuerdos de un jardín olvidado: respuesta a un post de Artemisia



-Amiga, mía- le dijo una anciana orquídea- Recuerda quién eres en verdad. Tú no eres una flor azul de campo, sino una hermosa rosa blanca. Tus pétalos compiten con el resplandor nocturno de la Luna y tu belleza contrasta con las espinas guerreras que te han acompañado en tus aventuras.

La pequeña flor levantó la mirada de la tierra vio a su amiga la orquídea.

-No soy quien tu recuerdas- le contestó. -He conocido otro mundo, mucho más grande que mi pequeño jardín. Ahora sé que hay seres más grandes y hermosos que yo. He aprendido a ser humilde.

-¿Es eso verdad?, ¿entonces por qué te deshojas, florecita? Acuérdate que la verdadera humildad es saberte digna por quien eres, aun cuando en este enorme mundo haya flores mucho más bellas y grandes que tú. No te apagues, mejor muéstrales cómo brillas tú y enséñales a buscar su propio color. No quieras esconder tus pétalos tas otro color: la sencillez de tu blanco y la delicadeza de tu textura son los dones que tienes para regalar a este mundo. Si los escondes, serás una planta estéril.

La florecilla comprendió. Le costó trabajo, pero recordó cómo brillar y lo hizo mucho mejor que antes, pues había conocido el valor de la humildad.

Saturday, June 21, 2008

Una vida en un trayecto (Tercera parte)


La estación del tren estaba llena de gente, pero el ánimo general era sombrío. Afuera estaba lloviendo y hacía frío. Las personas caminaban de un lado a otro, llevando maletas y revisando los horarios de llegada de los trenes. Había señores vestidos de trajes oscuros y con sombrero que cargaban portafolios, mujeres llevando a sus hijos de la mano, jóvenes que subían a los vagones con impaciencia y ancianos que regresaban cansados y con la nostalgia pintada en sus rostros.

Los guardias de la estación, vistiendo sus pulcros uniformes, se paseaban lentamente por el lugar, revisando que todo estuviera en orden. Constantemente se detenían a dar indicaciones a algún viajero perdido o a ayudar a alguna viejita con su equipaje, pero inmediatamente después regresaban a sus puestos de siempre.

A veces pasaba algún conserje, también uniformado, aunque de manera diferente, llevando un carrito con una cubeta de agua, una escoba, un trapeador y demás objetos de limpieza. Las personas caminaban apuradas a su alrededor, esquivándolos en su carrera por encontrar el número de tren que los llevaría a su destino.

También había algunos vendedores ambulantes, llevando cajas con cigarros, dulces y otras chucherías. Los mendigos, con sus ropas sucias y rasgadas, se sentaban a los pies de las columnas y pedían dinero a los transeúntes. El sonido de la lluvia golpeando el techo laminado se mezclaba con el ruido metálico de los trenes, los frenos al enfriarse, y su característico silbido. Todo esto, con las voces y las pisadas de las personas, formaba un ambiente general que se escuchaba con eco en todos los rincones de la estación.

Virginia observaba todo este movimiento parada en uno de los andenes de la estación. Estaba cubierta por una gabardina y con una de sus manos enguantadas cargaba un paraguas negro que escurría en el piso. Su sedoso cabello estaba recogido recatadamente y descansaba debajo de un elegante, pero sencillo sombrero de dama. Llevaba zapatos de tacón, medias y una cartera a juego. Se había pintado la boca de rojo y se veía muy guapa y formal, pero no sonreía. Tenía la mirada perdida en la multitud que pasaba y estaba pensativa. Entonces una vocecita aguda la sacó de sus reflexiones.

-¡Mamá!- exclamó un pequeño niño sonriente que caminaba hacia ella. En una de sus manitas llevaba un cono con una enorme bola de helado de chocolate, el cual también se alojaba alrededor de su boca manchada, y con la otra tomaba de la mano a un hombre alto y de porte elegante.

Virginia le devolvió la sonrisa al pequeño y levantó sus ojos tristes para encontrar la mirada de su esposo. Él también le sonrió, pero era más un gesto de comprensión que uno de alegría. Se miraron directamente a los ojos durante unos segundos. Era una mirada cargada de sentimientos, de miedo, tristeza y amor. El niño, por su lado, se encontraba ajeno a la difícil situación por la que pasaban los adultos y se dedicaba a chupar su golosina con gran satisfacción. Su mundo aún se componía de cosas sencillas y estaba llena de pequeños placeres, como observar con fascinación las enormes ruedas de los ferrocarriles o regocijarse con el maravilloso sabor del chocolate. Él aún no entendía lo que significaba una despedida, no había sentido el vacío de la soledad ni comprendía los intereses y problemas que desataban una guerra. Tan sólo estaba ahí, en la estación de trenes, viendo cómo sus padres se unían en un largo abrazo y cómo una lágrima caía silenciosa por la mejilla de su madre. Entonces su padre se acercó a él, le acarició la cabeza y le dedicó una sonrisa. En ese momento no se dio cuenta, pero años después recordaría ese sencillo gesto como la despedida de su padre, la primera de su vida.

El silbato anunció la hora y el hombre vestido con su ropa de viaje abordó el tren. Volteó una última vez para mirar a su familia y desapareció por la puerta que lo llevaría a su vagón. Virginia se quedó parada en la estación mientras la locomotora comenzaba a trabajar, las llantas rechinaban contra el acero de los rieles y el vapor salía a presión por la gran chimenea. La gente seguía pasando a su alrededor, totalmente indiferente a su dolor y al miedo que sentía y que amenazaba con hacerle un nudo en el estómago. Los vagones empezaron a avanzar, primero lentamente, acelerando poco a poco y alejándose de ella. Buscó a su esposo con la mirada, esperando poder verlo en alguna de las ventanillas, pero el movimiento de los vagones confundía las siluetas de los pasajeros y no logró distinguirlo de los demás.

Cuando el tren se perdió de vista, la mujer, que ahora se parecía más a una sombra, tomó al niño de su pequeña mano y se dispuso a dejar la estación. Iba con la mirada perdida y vidriosa, mientras que el pequeño avanzaba a su lado en silencio, pues intuía que su madre necesitaba estar sola. Pero entonces vio algo que le llamó la atención y no pudo evitar decírselo a su madre. Le dio un tironcito a su falda y señaló hacia una de las puertas de la estación.

-¡Mira, mamá!- dijo con sorpresa.

Virginia volteó a donde le indicaba su hijo y se paró en seco.

Parado, bajo la oscuridad, se encontraba un muchacho flaco y desgarbado, vestido de negro, con el cabello despeinado y los ojos claros observándolos desde lejos. Virginia no dijo nada, pero se dirigió hacia él, con el niño tomado de su mano. El extraño personaje no se inmutó y cuando ambos llegaron a donde se encontraba, se agachó para mirar al niño. Éste se sintió un poco intimidado y se escondió detrás de la falda de su madre, lo que provocó una sonrisa en el rostro el muchacho.

-Tiene tus ojos -le dijo a Virginia.

Ella sonrió, pero esta vez lo hizo con la mirada también.

El muchacho comenzó a hurgar en uno de sus bolsillos, buscando algo que al parecer no podía encontrar. Hizo varios movimientos y gesticulaciones graciosas, logrando que el niño riera y saliera, aunque no del todo, de la protección de su madre. Entonces el joven pareció recordar en dónde había guardado el misterioso objeto que buscaba y, con una de sus manos enguantadas, sacó una pelotita roja de la oreja del pequeño y se la ofreció. El niño volvió a reír y aceptó el regalo, el cual comenzó a botar de inmediato. Entonces, el joven se paró y volteó hacia Virginia.

-¿Esta vez no vamos a bailar? –preguntó ella en un susurro.

El muchacho negó con la cabeza.

-No esta vez –dijo con suavidad.

Entonces le tendió uno de sus brazos. Virginia vio que en el codo de su gabardina tenía un parche y que su sombrero seguía tan viejo como siempre. Por un momento, la escena le recordó a un momento de su infancia, cuando él le ofreció su mano para invitarla a bailar. Durante un instante le pareció volver a sentir la magia fluyendo por sus venas. Era una sensación cálida y protectora.

Aceptó el brazo, gustosa, y llamó a su hijo, el cual se unió a ellos corriendo, feliz con su nuevo juguete.

El extraño personaje tomó el paraguas negro de Virginia y lo abrió con cierta ceremonia.

-Vamos –dijo. –Que ahora es cuando más me necesitas.

Y entonces los tres salieron de la estación, enfrentándose a la lluvia e internándose en la niebla que los envolvía. Por un breve instante, tanto la madre como su hijo, sintieron que todo estaría bien.

Sunday, June 15, 2008

Una vida en un trayecto (Segunda parte)




Las notas del piano volvieron a sonar. Ya no venían de aquel piano blanco de cola, sino de uno un poco más pequeño y viejo. Sin embargo, la intérprete aún era la misma. Virginia movía sus dedos con mayor suavidad y lentitud, pero sin haber perdido su agilidad. Era unos años mayor, con lo rasgos finos, pero marcados y unos ojos vivos y despiertos. Su cabello seguía siendo igual de hermoso, pero ahora lo llevaba atado en una trenza un poco despeinada y algunos cabellos le caían por delante de las orejas. Ya no llevaba su vestido blanco, sino que una sábana la cubría de la cintura para abajo, dejando sus hombros, pecho y espalda desnudos. Su cuerpo y su alma eran los de una mujer y, aunque ya no vivía en el enorme caserón de su infancia, el extraño personaje de la ventana se las había ingeniado para dar con ella. Se acercó y puso una mano en el hombro de Virginia. La joven, sin dejar de tocar, sonrió ante el cálido contacto del muchacho. Seguía siendo igual que cuando lo había visto por primera vez; su cabello despeinado, el sombrero de copa y su bastón.

-¿Esta vez también me llevarás a bailar?- preguntó sin despegar la mirada de las teclas, pero el extraño personaje siguió escuchándola sin contestar.

La melodía flotaba en el ambiente como el recuerdo de su primer encuentro, pero, por alguna razón, no se sentía igual. Había un cierto dejo de nostalgia que lo cambiaba todo.

La casa en donde se encontraban era mucho más pequeña, pero más cálida que la anterior. Era toda de madera, con los muebles mucho más sencillos y pocos adornos. El piano en donde tocaba Virginia estaba en la sala, donde había una ventana adornada con macetas de flores rojas que daba al mar. A un lado había una pequeña chimenea de piedra y más allá estaba la puerta sencilla que daba a la cocina. Del otro lado estaban las estrechas escaleras y la entrada de la casa, de la cual salía un camino marcado en la hierba verde por las llantas de un coche. Era un lugar hermoso, solitario y tranquilo.

-¿No bailaremos esta vez?- insistió Virginia.

El extraño personaje permaneció en silencio y se quitó los guantes blancos de las manos. Entonces pasó con suavidad uno de sus dedos por el cuello de la joven y tocó su espalda desnuda.

Virginia sintió el contacto en su piel, pero siguió tocando como si nada hubiera sucedido. Después el extraño muchacho se sentó en una silla a un lado del piano y miró por la ventana. Vio el azul del mar y luego se fijó en las flores rojas de las macetas: estaban abiertas y resplandecían al sol.

Entonces se oyeron unos pasos amortiguados por la música y pronto apareció una persona bajando por las escaleras. Era un hombre joven, muy atractivo, con el cabello castaño y la piel bronceada. Traía puesta una bata y bostezaba y restiraba como si se acabara de levantar. Al llegar a la sala miró a Virginia con una sonrisa, se acercó a ella por detrás y se agachó para darle un beso en la mejilla. No se fijó en el muchacho que seguía sentado a un costado del piano y se dirigió arrastrando los pies a la cocina.

-Parece un buen hombre. ¿Te trata bien?- preguntó el joven.

Virginia sonrió y asintió sin levantar la mirada. Su voz era tal y como la recordaba, a pesar de los años.

Los dedos de Virginia seguían moviéndose sobre el teclado y el muchacho los veía como hipnotizado. Entonces alargó una mano, abrió un poco la ventana y arrancó una de las flores rojas de una de las macetas. Se paró con tranquilidad y la puso en los negros cabellos de la joven.

-Sólo vine a visitarte, pero veo que estás bien. Hoy no bailaremos porque he escuchado cómo tocas y sé que ya no me necesitas.

Las notas murieron lentamente conforme Virginia iba terminando hasta que sólo hubo silencio. El muchacho tomó una de sus manos y la besó con suavidad. Ella lo miró a los ojos y sonrió. Entonces él desapareció.

Wednesday, June 04, 2008

Una vida en un trayecto: cuento en cuatro entregas

Hace mucho, cuando todavía hacía largos trayectos en el camión escolar del Yaocalli, mientras escuchaba una canción de piano, se me ocurrió una historia. Desde ese momento comencé a escribirla, pero la dejé incompleta. Años después la encontré y decidí continuarla, pero con un toque diferente al que había pensado originalmente. Ahora, después de algún tiempo más, he decidido terminarla y publicarla. Sin embargo, a pesar de que es un cuento completo, me parece que es mejor publicarlo poco a poco, al igual que su elaboración. Por lo tanto, quien quiera leer este cuento deberá hacerlo en fragmentos, los cuales iré publicando semanalmente.

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UNA VIDA EN UN TRAYECTO


Era muy tempranito en la mañana. El sol apenas se filtraba por las delgadas cortinas del salón. Era una casa grande con las paredes color crema, las puertas y los marcos de las ventanas blancos y los muebles de maderas finas. Grandes estatuas de un blanco inmaculado que representaban a algún personaje mitológico adornaban las esquinas de los grandes salones con alfombras finas y candiles dorados. El piso estaba cubierto por lozas de mármol y en los muros colgaban grandes cuadros y algunos espejos con marcos de hoja de oro. Toda la casa estaba en silencio, a excepción de un pequeño salón ubicado en una esquina del edificio, en donde se podían escuchar las notas de una delicada melodía.

Desde este salón, igualmente pintado y amueblado, se podían ver los verdes árboles del jardín central y un pequeño estanque en donde nadaban peces de colores luminosos. La estancia era de las más pequeñas de la casa, pero aunque había muchas otras de mayor tamaño dentro del enorme caserón, ésta era la más tranquila y agradable. Además, en una esquina de la habitación había un precioso piano de cola, lo que la hacía la preferida de Virginia. Ésta era la señorita de la casa. Siendo hija única y estando sus padres de viaje frecuentemente, la muchacha había aprendido a hacer de la música su única compañera. Esa mañana, como cualquier otra, se hallaba sentada al piano acariciando las teclas con sus delgadas y ágiles manos. Sus dedos se movían con precisión al interpretar una alegre melodía. Era una niña muy hermosa con la piel blanca, los labios encarnados y una larga cabellera de un negro brillante que caía ondulada por su espalda. Sus facciones eran finas y delicadas, tenía unas pestañas largas y fuertes y unos ojos cristalinos desde los que se asomaba una ilusión infantil. Aún no había cumplido los quince años, pero en su pequeño cuerpo ya comenzaban a insinuarse sutilmente las formas de una mujer. Llevaba un vestido blanco de varias capas de tela vaporosa que le llegaba hasta debajo de las rodillas, dejando ver unas piernas delgadas y bien formadas que terminaban en unas zapatillas igualmente blancas.

Todo en ella era hermoso, pero no era su belleza, sino la música que tocaba, lo que tenía embelezado al extraño personaje que la miraba desde la ventana del salón. Era un joven alto y muy delgado de cabello rubio despeinado, ojos claros y piel bronceada. Vestía un traje totalmente negro con camisa de puño y llevaba un sombrero de copa y un bastón de madera recargado contra el piso. Cualquiera que lo hubiera visto habría pensado que era un muchacho común y corriente vestido de una manera inusual, pero había algo en su mirada, tan vacía y llena a la vez, que lo volvía inhumano.

Levantó una de sus manos enguantadas y tocó ligeramente en el vidrio de la ventana que se abrió con un ligero rechinido. Virginia no le prestó atención y siguió tocando, mientras el joven se introducía a la habitación por la ventana. Entonces se acercó al piano y permaneció detrás de la muchacha, observando cómo sus blancas manos se movían con rapidez a lo largo del tablero. Así permaneció un buen rato, escuchándola simplemente, mientras ella continuaba sin dar señas de que notaba su presencia. Después de varios minutos que transcurrieron en la más apacible serenidad, el extraño personaje sacó algo de la bolsa del saco. Mantuvo el puño cerrado y caminó tranquilamente hacia el centro del salón, en donde dejó caer un polvo brillante que se fue esparciendo lentamente por la estancia formando una nebulosa. La nube de polvo fue creciendo hasta llegar al techo y a las paredes de la habitación. Poco a poco, de una manera casi imperceptible, el salón fue cambiando en tamaño y apariencia. Los muebles se deformaron y alargaron hasta convertirse en enormes y poderoso árboles que traspasaron el techo con facilidad, del cual comenzaron a caer pedazos que se convertían en tierra mojada antes de caer al suelo. Las paredes se oscurecieron y cambiaron su textura a una más áspera y rugosa, semejando rocas, mientras que las alfombras se fueron alargando y desvaneciendo hasta formar parte de un suelo frío y húmedo al que le crecían hierbas y flores de un rojo brillante. Lentamente, la habitación entera se fue transformando en un pequeño bosque abovedado. Incluso brotó un pequeño manantial del piso que fue marcando un surco por la tierra hasta formar un riachuelo. Lo único que permaneció en su lugar fue el elegante piano de cola en donde la pequeña Virginia aún tocaba. La melodía había adoptado un tono histérico, mientras los dedos de la joven seguían moviéndose con impresionante agilidad. Sus ojos azules estaban fijos en las teclas, concentrada en los últimos movimientos de la pieza.

El techo del salón había desaparecido por completo, dejando al descubierto un cielo que se había oscurecido de pronto. Varias estrellas empezaron a brillar, al mismo tiempo que la luna dejaba caer sus rayos plateados.
El extraño personaje se encontraba parado en medio del bosque, observando su obra con complacencia y admiración. Entonces se sacudió un poco el traje del que salió un poco de polvo plateado, y se acomodó su sombrero. Volvió hacia Virginia justo cuando ésta terminaba las últimas notas…

El silencio tomó la habitación por unos segundos y entonces Virginia despertó de su ensoñación. Levantó la mirada y el extraño muchacho le sonrió y le hizo una reverencia. Después se enderezó y le tendió una de sus manos enguantadas. Virginia dudó unos segundos, pero pronto le regresó la sonrisa y tomó su mano con familiaridad. Nunca lo había visto en su vida, pero pareciera que lo conocía desde siempre.

Las notas de un hermoso vals comenzaron a sonar y a llenar la habitación transformada en la que se encontraban.

-Acompáñame a bailar –dijo el muchacho, que tenía una voz suave y áspera.

El joven guió a Virginia hasta el centro del pequeño bosque y ambos comenzaron a bailar. Un paso a la derecha, otro a la izquierda… poco a poco se fueron sumiendo en un mundo encantado y lleno de fantasía. Entonces sus cuerpos empezaron a flotar, dando pasos en el aire, como si todo lo demás no importara. Lo único que existía era el baile.

A su alrededor, las cosas comenzaron a cambiar de nuevo. Los árboles empezaron a mecerse de un lado a otro, siguiendo el compás de la música y formando un círculo, en cuyo centro las figuras de la niña y el joven se deslizaban en el aire. Hadas y duendes aparecieron de la nada, desde detrás de las plantas y las flores. Eran criaturas pequeñas y curiosas que observaban a la pareja que bailaba, mientras brincaban de un lado a otro con sus ligeros pies. Soltaban polvos de colores que hacían que los capullos se abrieran lentamente. Entonces, de entre los pétalos de las flores recién levantadas, salían más de esos pequeños seres, que reían con sus vocecitas alegres y se trepaban a los árboles que seguían moviéndose con la música.
También había luciérnagas, las cuales volaban por todo el lugar, iluminando a su alrededor con sus pequeñas luces azuladas y verdosas. Parecían pedacitos de estrellas flotantes, que se mantenían suavemente en el aire cálido de esa noche mágica.

Pero, de pronto, los cuerpos de Virginia y el extraño personaje comenzaron a perder altura, bajando lentamente hasta que sus pies tocaron el suelo. El joven sonrió y se separó de la niña, haciéndole, de nuevo, una profunda reverencia. Virginia estaba embelezada con toda la magia que la rodeaba y ella también se inclinó ante su peculiar visitante. Entonces el muchacho, sin quitar la sonrisa de su rostro, abrió el saquito del cual había sacado el polvo momentos antes. Poco a poco, los árboles, las flores y las hierbas fueron disminuyendo su tamaño, soltando un polvo colorido que se iba flotando hasta el saco que sostenía el joven. Los elfos y hadas se apresuraron a esconderse, perdiéndose de vista de inmediato. El cielo abovedado volvió a ser el techo de una elegante estancia, pintado de color blanco y sosteniendo un candelabro dorado. Las luciérnagas desaparecieron y las paredes volvieron a aparecer a su alrededor, con los acostumbrados cuadros y retratos colgados en sus respectivos lugares. El piano estaba donde siempre y la habitación estaba iluminada por la luz tenue de la mañana, como si nada hubiera pasado.

Virginia volteó hacia donde estaba el extraño personaje, buscando una explicación, pero no lo vio por ningún lado. Buscó a su alrededor, pero había desaparecido.

Entonces la joven escuchó su nombre. Su nana la llamaba para ir a desayunar. Virginia salió del cuarto corriendo y sus pasos resonaron por las paredes del antiguo caserón.

Wednesday, May 21, 2008

Con otra mirada



Este cuadro me gusta desde que lo conozco porque me parece bonito y con un toque de misterio. Sin embargo, no sabía todo el significado ideológico que trae consigo.

Vermeer era un hombre que vivía rodeado de puritanismo. Los puritanos creen que es indecente que una mujer muestre su cabello (es casi peor a que muestre su cuerpo desnudo). También era considerado inmoral que llevaran joyas o atuendos muy llamativos, pues es una manera de darse importancia y mostrarse como objeto de deseo.

En este cuadro, que hasta hace poco me parecía de lo más normal y decente, se esconde una fuerte crítica contra el puritanismo. Vermeer muestra una muchacha con el cabello tapado, como acostumbraban las mujeres puritanas, pero en vez de hacerlo con una cofia trae una pañoleta de tela colorida que cae coquetamente por su espalda. No la pintó de frente, sino de lado, como invitando al observador a pasar con ella. También tiene los labios sensualmente abiertos, al mismo tiempo que mira con una intención lasciva. Por si fuera poco, el tema central del cuadro es el arete de la muchacha, el cual el un símbolo ostentoso de su inmoralidad.

Nunca antes se me había ocurrido ver este cuadro con estos ojos, pero me pareció muy interesante. Tal vez Artemisia nos podrá decir algo más al respecto.

Tuesday, May 13, 2008

"Emilia, ya no sonríes."




Hace algunos años, aunque parecen muchos, cuando aún veía hadas y duendes detrás de los árboles y todavía escuchaba la voz de las plantas y la tierra, yo era una niña alegre de ojos brillantes y espíritu soñador.

Creía indiscutiblemente en la magia, me sabía una niña bonita y buena y mi paradigma de felicidad eran los finales de los cuentos de las princesas Disney. Después crecí y me di cuenta de que la adultez no llega con los dieciséis años y que no existe el príncipe azul que te salva de todas tus dificultades y te soluciona la vida por el resto de la existencia. Sin embargo, no perdí la confianza en el mundo y en mí misma. En vez de soñarme como princesa, me sabía una bruja: fuerte, poderosa, independiente y conocedora de la magia que habitaba en la naturaleza.

Los árboles me hablaban y me mostraban que hay un orden en el mundo y que yo era capaz de comprenderlo y de poseer su belleza y su bondad. Me sentía grande y orgullosa de mí misma, pues aunque estaba sola, me encontraba conectada con el universo. ¿Para qué necesitaba a las demás personas si ya tenía el cosmos entero?

Durante toda mi adolescencia ardí interiormente, consumiéndome en mi propia pasión. Me di cuenta de que cada vez me enorgullecía más de mí y a cada paso que daba me parecía comprender mejor al mundo, pero también mi insatisfacción crecía. El universo era mío, pero tenía que haber algo más allá, algo que terminara de llenar el huequito que había en mi alma y que se estaba convirtiendo en un enorme cráter. Entonces volví a crecer y me percaté de lo pequeña que soy. Me avergoncé de mi soberbia y renuncié al cosmos para encontrarme con el resto de la humanidad. Me supe tan sólo un individuo en una infinita pluralidad de seres. Fue entonces cuando me permití volver a soñar con la felicidad, pero en vez de imaginarme como una princesa, deseé convertirme en mujer.

El problema fue que, en mi afán de destruir mi soberbia, apagué mi propia luz. Me hice realmente insignificante en aras de una malentendida humildad. Reconocí todos mis defectos, pero también negué mis bondades. Me volví gris y dejé de sonreír.

Ahora, después de haber hablado con personas que quiero y de entender algunas cosas, me sé especial, aunque no superior. Me sé única, irrepetible e insustituible. Me siento amada y elegida para llevar a cabo una tarea en este mundo. La naturaleza me sigue hablando. Ahora me cuenta acerca de Dios, un Dios de amor, y me sigue mostrando mi pequeñez, más no mi insignificancia.

Es verdad que he cambiado y ya no sonrío con los labios, como lo hacía antes, pues llevo la alegría en mi interior y se manifiesta día a día a través de otros gestos. La pasión ya no me consume, sino que me impulsa. Es cierto que me canso más, pero es normal. A fin de cuentas, estoy aprendiendo a brillar sin cegarme.

Monday, March 24, 2008

Pluma Entintada está de regreso



Últimamente me ha costado mucho trabajo escribir. Mis cuadernos "elegantes" (los que no son rayados o cuadriculados para la escuela) están prácticamente abandonados. A penas publico algo en los blogs que no sean videos o imágenes, y los personajes de mis cuentos ya perdieron sus rostros.

Es extraño. De pronto, ya no me interesa tanto producir, sino aprender. Todo este tiempo de "bloqueo de escritor" lo he pasado leyendo, viendo películas y pensando mucho. Ha sido un tiempo de invierno, como dice Artemisia. Me he dedicado a invernar.

Pero ya llegó la primavera, según tengo entendido. Las jacarandas ya alfombraron la ciudad de lila y el mundo parece estar urgido de producción. Los pájaros hacen sus nidos, las plantas dan sus frutos y el filósofo sigue en la contemplación. No tengo nada en contra de la contemplación filosófica, pero en el fondo no soy tan aristotélica como parezco. Por eso decidí que ya es momento de sacudir la escarcha de mi pluma y dedicarme a lo mío: la escritura.

Desde muy niña descubrí la adictiva sensación de deslizar la pluma sobre el papel en blanco. Es como colorear un paisaje invisible o darle sabor a un objeto insípido. Es darle significado a un universo inmenso e infinito en posibilidades. Es como jugar ajedrez: las fichas y el tablero ya existen, pero lo demás es indeterminado.

Así, pues, denme la bienvenida de regreso, que ya no pienso dejar que mis letras se oxiden.

Friday, February 29, 2008

Me puse de nostálgica

Tengo que reconocerlo: soy niña disney. Crecí con estas películas animadas que, aunque no suelen ser muy apegadas a las historias originales, aportaron un nuevo punto de vista y diferentes formas de arte visual. Aquí les pongo algunas de mis escenas favoritas desde que soy chiquita. A ver qué opinan.












Friday, February 15, 2008

Comentario a post de Artemisia



A penas hoy pude ver por fin el post de Artemisia sobre las geishas y me interesó mucho la controversia que se armó en los comentarios. No concuerdo en reaccionar cuasi-santificando a Mineko y odiando a Arthur Golden, pues en el fondo no podemos saber qué fue exactamente lo que hablaron y los acuerdos a los que llegaron en privado. También hay que tomar en cuenta que Golden no habla japonés y se comunicó con Mineko por medio de una intérprete, por lo que sería comprensible que hubiera habido mal entendidos. Esto me parece muy factible porque de hecho Golden le agradece mucho a Mineko en su libro. De verdad no creo que una persona que quisiera ganar dinero con un libro tuviera que escribir el nombre de una persona en los agradecimientos. Incluso, mercadológicamente hablando, le convenía dejar a Mineko en el anonimato y decir que una “geisha misteriosa” le proporcionó información. Por eso creo que es muy probable que Golden no haya entendido que Mineko quería ocultar su identidad.

Por otro lado, piensen en la diferencia de culturas. Mineko es una mujer que se crió en un mundo de arte, cultura y espiritualidad. Arthur Golden es norteamericano y está acostumbrado a un mundo mucho menos misterioso y más abierto en la comunicación. No digo que uno sea mejor que el otro, pero estoy segura de que Golden estaba pensando en algo completamente diferente que Mineko al querer saber sobre las geishas. Él quería compartir una experiencia y develar un misterio, mientras que ella quería salvar su mundo (las geishas se están extinguiendo y ella misma dice en su libro que su intención era atraer a occidente a Kyoto y a toda esa cultura que agoniza lentamente).

Los dos pensaron que se estaban ayudando, pero Golden no tuvo la sensibilidad necesaria para comprender que, precisamente, la maravilla de las geishas es el misterio y la sutileza que las envuelve. Es un hombre con mente occidental que piensa en transmitir algo que le parece exótico y, si nosotros fuéramos sinceros con nosotros mismos, nos daríamos cuenta de que lo criticamos mucho, pero gracias a él sabemos lo que sabemos sobres las geishas (después de todo, el libro de Mineko no existiría sin Golden).

Ahora, en cuanto a los libros, debo admitir que el libro de Golden me chocó. Cuando lo leí aún no sabía casi nada sobre las geishas. Siempre me gustaron y me llamaron la atención y sabía que eran una clase de artistas y damas de compañía, pero es cierto que nunca estuvo claro si las geishas eran prostitutas o no, pues ellas mismas nunca lo aclararon. Sin embargo, la razón por la que rechacé el libro no fue por el contenido sexual, sino por lo mal escrito que estaba. Golden es muy malo desarrollando el personaje de Sayuri, pues, intentando meterse en la mente y sensibilidad de una mujer, la hizo muy tonta, cursi e irreal. Durante todo el libro Sayuri se comporta como una niña de diez años y nunca le desarrolla verdaderamente un carácter ni una evolución de madurez. Simplemente es una niña sin chiste que sufre mucho porque vive eternamente enamorada de un ideal de hombre.

La película, por otro lado, rescató al libro, pues ahí se desarrolla mucho más a los personajes y disfrutas las artes audiovisuales sin tenerte que fletar la pobre narración de Golden.

Jaja, acabo de leer lo que escribí arriba y me di cuenta de que destrocé al pobre hombre. No es mi intención, pues sé lo difícil que es escribir una obra de esa magnitud y yo misma tengo muchos problemas para desarrollar a mis personajes, pero, a favor de Golden, puedo decir que tiene cosas muy rescatables, en especial con su insistencia en plasmar la vida dura y disciplinada de las geishas y su devoción al arte. Así que, si quieren leer su libro, no se queden con una mala idea por mi culpa. Es sólo mi opinión como literata.

Continuando con lo anterior, sí es cierto que Golden le faltó al respeto al mundo de las geishas. No las pintó como prostitutas en estricto sentido, pues él mismo aclara en su libro que algunas falsas geishas son las que llevan a cabo esta clase de prácticas, pero sí puede prestarse a mal interpretaciones, porque el personaje de Sayuri es una geisha que vende su virginidad y eso es como decir que todas las geishas lo hacen. Digamos que como novela está en su derecho de hacer a su personaje como a él se le antoje, pero políticamente hablando fue ofensivo con las geishas que se toman en serio su profesión y, evidentemente, las perjudicó para con sus clientes.

El libro de Mineko, por otro lado, me encantó, pues por fin pude saber exactamente qué es una geisha, cuál es su filosofía de vida y los sacrificios tan duros que hacen. Son mujeres que dedican sus vidas enteras a la belleza. Son, por decirlo rápido y mal, como “monjas” del arte. Por supuesto que cultivan mucho su aspecto y buscan agradar, tanto a hombres como a mujeres, pues su trabajo es proporcionar placer y agrado (pero no de naturaleza sexual necesariamente).

De verdad, les recomiendo mucho el libro de Mineko. Es una lástima que su obra haya sido producto de un pleito que le costó gran parte de su respeto y amistades, pero debo reconocer que agradezco que el misterio de las geishas se haya aclarado, porque yo pasé la mayor parte de mi vida dudando si eran prostitutas o no, cuando en realidad forman parte de una cultura milenaria que ahora admiro profundamente.

Wednesday, January 30, 2008

El amor según Paulino





Paulino es una de esas personas que saben amar. Es un hombre sesenta y siete años con una mirada profunda, cabello gris y una sonrisa alegre y jovial. Paulino fue el mentor de mi padre y, cuando murió, fue él el que protegió a mi familia. Mis hermanos y yo lo queremos tanto que le decimos "abuelo".

Hace algunos años, mi abuelo me escribió una carta en donde me hablaba del amor. Me gustó mucho cuando la leí y me enterneció profundamente. Sin embargo, aunque desde un inicio reconocí la belleza de sus palabras, nunca me habían hecho tanto sentido como ahora. Quisiera, pues, compartir un pequeño fragmento con ustedes.

“Primeramente, querida niña, debo decir a usted que la esencia de la vida, de la justicia, de la religión, de la felicidad y aún de la esperanza es, sin duda, el amor. Bella niña, quien es bendecida por el amor y sus felices consecuencias, debe considerarse como un ser particularmente favorecido, porque quien experimenta el amor, tiene el alma fértil a la bondad y a la felicidad. Sepa que un corazón limpio vale más que los honores y las riquezas. Quien ama, es perdonado. Quien ama descubre en sí una capacidad única de vivir felizmente. ¡Consérvela! ¡Enriquézcala!

Sin embargo, piense que quien es objeto de su amor podría no corresponder a ese sentimiento necesariamente. Pero no se aflija usted: el amor vale por sí mismo. La llenará de alegría, le permitirá respirar mejor, su tez será más luminosa, los días serán más hermosos y todos parecerán más buenos. Ame, ame usted. Nunca se arrepentirá."


Sunday, January 06, 2008

El ciclo de la vida



Ahora sí, lo siento, voy a hacer propaganda, pero créanme que vale la pena. Hace dos días fui a ver el musical de "The lion king". No lo pongo en inglés por payasa, sino porque así fue como lo vi. Lo trajeron en original de Broadway, con los actores originales, por lo que, evidentemente, tan sólo estará durante poco tiempo (como dos semanas, más o menos). Si les gustan los musicales les va a encantar, así que no se cuestionen demasiado y vayan (tienen subtítulos en español para los que no dominen el idioma).



Es una obra muy interesante, porque utilizan una técninca japonesa llamada "bunraku", que es el término general para referirse al teatro con marionetas. En esta técnica el titiritero está a la vista de la audiencia, siempre camuflajeado al vestirse de negro o del color de la escenografía. Los creadores de este musical se inspiraron en esta antigua técnica e hicieron algo muy novedoso, pues hicieron las marionetas de los personajes, pero también maquillaron y arreglaron a los actores, de manera que en la obra los personajes son representados por las personas, pero se distinguen por medio de las marionetas. Es una manera muy inteligente de representar esta obra, porque así no pierdes a los personajes animales de la película y se pone de manifiesto que esta historia es una historia humana.




Además, la escenografía está increíble. Es una obra muy visual, pues tiene una gran variedad de texturas, colores y contrastes. También las voces de los artistas son muy fuertes e impactantes (tenían que ser negros: ¡mugres, cantan increíble!).

Si tienen la oportunidad, se las recomiendo ampliamente. A mí me fascinó. Y si no pueden, al menos escuchen el soundtrack, porque hay canciones muy buenas que no salen en la película.

¡Cuídense mucho y sigan disfrutando sus vacaciones!