Thursday, May 14, 2009


Ya no quería dar clases. Estoy conciente de que el próximo semestre voy a estar muy atareada por la universidad, la tesis y los preparativos para la boda y la maestría. No quería echarme encima otra responsabilidad. Sin embargo, hace unos días fui a dar mi última sesión del curso. Siempre me pongo nerviosa antes de empezar, pero cuando comienza la clase y logro que mis alumnos se interesen, entren en conflicto, discutan y se pregunten cosas, cualquier inseguridad desaparece.

Me encanta ver sus rostros de sorpresa cuando descubren algo nuevo y me divierte la expresión que ponen cuando algo que digo no los convence. Me fascina formar una actitud crítica en ellos, despertarlos por un momento de la rutina cotidiana y hacer que se olviden del tiempo y del mundo para tratar de entenderse a sí mismos.

Me gusta mucho enseñarles lo que sé, transmitirles algo de mi experiencia y mi conocimiento, aconsejarles y guiarlos cuando me lo piden. También me encanta descubrir que yo también puedo sorprenderme y aprender muchísimo de ellos. No creo que se den cuenta, pero me han aportado quizás más de lo que yo les he enseñado a ellos.

Disfruto cambiando de ambiente unas cuantas horas a la semana y romper la rutina del diario. Me llena hablar de teología y reafirmar mi fe en un ambiente en el cual es socialmente aceptado ser católico convencido. No me molesta la diversidad de credos, pero me gusta convivir con personas que creen lo mismo que yo de vez en cuando. Curiosamente el ambiente de la UP no es tan amigable con el creyente, aunque cualquiera pensaría que por ser una universidad católica no habría problema. Sin embargo, hay una sutil tensión constante al respecto. Pareciera que se exigiera una separaración del ámbito religioso del académico y del social, cuando en realidad lo ideal sería que se dieran en conjunto en todos los aspectos de la vida.

Es impresionante el efecto benéfico que tiene en mí dar estas clases. Cuando voy de regreso manejando en el tráfico, voy contenta, tranquila y satisfecha. Y es algo que siempre me pasa. En ese tiempo sola, me vuelvo a descubrir y encuentro fácilmente las respuestas a los problemas que tenía. El mundo cambia para mí y la vida se siente ligera. ¿Quién, en su sano juicio, dejaría algo que lo hace tan feliz?

Definitivamente, yo no.

2 comments:

Alberto Tensai said...

Me alegro :) Excelente decisión. Me encantaría ver una de tus clases algún día...

Nerea said...

Eeh! Cuando empecé a leer "Ya noquería dar clases" suspiré... pero or fortuna es algo tan gratificante para ti que supiste que no vale la pena dejarlo. Va a ser todo un reto, seguro, por aquéllo de mil malabres pendientes para tu semestre final, pero la recompensa y la satisfacción que te dará valdrá el esfuerzo y el agobio en ciertos momentos ;)