Thursday, June 25, 2009

Recuerdos


Recuerdo cuando las brujas eran señoras feas de sombreros puntiagudos y berrugas en la nariz. Recuerdo cuando los truenos me daban miedo, cuando pensaba que había un monstruo debajo de mi cama y cuando salía corriendo al cuarto de mis papás alegando que "no podía dormir".

Me acuerdo bien de haber llorado por un raspón en mi rodilla y de haberle implorado a mi papá que no me lo tallara con jabón.

Recuerdo el nerviosismo de mi primer día de clases en preprimaria, de mi mochila vieja de segunda mano, de la niña güerita junto a la que me sentó la maestra (se llamaba Carolina) y del libro color naranja chillón en donde aprendí a leer.

Tengo muy presente el dolor que sentía cuando el tonto de Alfonso me jalaba el cabello y de mi orgullo herido cada vez que Agustín me ganaba en carreritas.

El payasito y las medias me incomodaban, pero me gustaba cómo se veían mis zapatillas rosas de ballet.

Recuerdo los libros de cuentos que rayé con crayolas escribiendo el nombre de "Odette" y de las tardes enteras que pasé imaginando que podía hablar con los animales y que mi vestido cambiaba de azul a rosa.

Me acuerdo de haberle tapado la boca a Natalia, aterrada de que mi mamá fuera a escuchar su llanto y me fuera a regañar. Las nalgadas eran ardientes, pero más que nada humillantes.

El cucurucho lleno de dulces y la sonrisa de mi mamá a la hora de la salida eran las cosas que más disfrutaba más del primer día de clases.

Los perros me daban miedo, aunque fueran chaparros, pero me encantaba ver a las tortugas en sus peseras de plástico. El mundo era enorme en ese entonces.

Recuerdo haber crecido y alcanzado yo solita el lavamanos. Un día ya alcanzaba a ver mi rostro completo en el espejo.

Me acuerdo del día en que descubrí que me daba vergüenza salir en traje de baño a nadar con mis compañeros.

Recuerdo la primera vez que lloré leyendo un libro. Mi primer diario, mi primer cuento. La tarde lluviosa en la que imaginé una historia de aventuras mientras miraba por la ventana. Mi madre vestida de negro, la noche en que fui conciente de la muerte.

Me acuerdo perfectamente de la incómoda sensación que producían la tela de la falda escocesa y las calcetas del uniforme. Recuerdo haberme sentido el centro del universo.

Me acuerdo del día en que lloré porque me había dado cuenta de que Dios no existe. También del día en que lloré porque me di cuenta de que sí existe.

Recuerdo las tardes de cine en Cuicuilco y de las comidas de fast food todos los viernes. Me acuerdo de mis ataques de rebeldía, de las risitas tontas con mis amigas, de los sueños, las lágrimas y las peleas.

Recuerdo haberme sacado un seis en mi examen de cálculo.

Me acuerdo del vestido negro que usé el día de mi graduación, del verano antes de entrar a la universidad y de las largas conversaciones sobre teología en el parquecito del kiosko.

Recuerdo haber mirado hacia atrás. Todavía me asusta un poco la obscuridad.

3 comments:

Nerea said...

Todos esos recuerdos, ese equipaje que llevamos cargandoe n la espalda, es lo que nos convierte en las personas que somos ahora, es lo que nos impulsa (o nos impide) a ser las personas que imaginamos en el futuro, ese que llega tan rapido como se van los momentos que estamos viviendo...

Alberto Tensai said...

Mujer de memoria prodigiosa, siempre me has sorprendido con todo lo que recuerdas, tan vívidamente, de tu pasado...

Bonito escrito :)

Emilia Kiehnle said...

Gracias ;)

Vivo de nostalgias. Mi problema no es recordar el pasado, sino vivir el presente.