Friday, November 23, 2018

Soy una mejor mamá cuando me dejo ayudar




Siempre pensé que crecer con una nana era una cosa de gente rica o de tiempos muy antiguos. Las nanas -no las muchachas encargadas de la limpieza y el servicio de una casa que además ayudan a cuidar niños, sino mujeres cuyo trabajo exclusivo es cuidar y atender a los pequeños- son una figura extraña en nuestros tiempos. Como salidas de una serie tipo Downton Abbey o algo así.

Por eso me pareció tan raro cuando alguien me sugirió contratar a una, hace un par de años. Juan Carlos todavía era un bebé y yo luchaba todos los días por dar clases, trabajar en mi empresa, tener mi casa medianamente habitable, atender a mi hijo (al cual estaba amamantando) y mantener mi cordura. Llegó un momento en el que tuve que admitir que no podía con todo.

Recuerdo cómo exploté en desesperación y empecé a desahogarme con uno de mis socios. "Voy a tener que renunciar a la empresa", le dije derrotada. "Ya no puedo más."

Me acuerdo de cómo me miró, pensativo.

"¿Qué necesitas, Emilia?"

"Dejar algo, renunciar. No puedo hacer todo. Ni modo, no es humanamente posible." Y seguí con mi desesperación y mi frustración.

"No, a ver", me interrumpió, "lo que necesitas no es renunciar, sólo necesitas ayuda."

Fue entonces cuando me propuso buscar a una nana para mi hijo. Al principio rechacé la idea. ¿Por qué iba a darle a alguien más la responsabilidad de cuidar a mi propio hijo? ¿Qué clase de madre sería si no pudiera hacerme cargo de él?

La imagen de una señora nice con chofer, servicio y una nana cuidando a los pequeños malcriados mientras ella salía de la casa todo el día me vino a la mente. Un completo y absurdo prejuicio, lo admito, pero esa era mi idea de lo que era una mamá que contrataba a una nana: una mujer privilegiada económicamente y hasta cierto punto egoísta que no se hacía responsables del cuidado de sus hijos (y he descubierto que no era la única en pensar así). Mis hijos no iban a ser criados por otra persona, para eso estaba yo, su madre.

Después de unos días de escuchar a mi insistente amigo  de luchar con mis prejuicios y dramas mentales, decidí hacer la prueba. Me permití contratar a una nana, pero sólo por medio tiempo, tenía que estar siempre en el mismo lugar en el que estaba yo, jamás se iba a quedar sola con mi hijo... y un largo etcétera de reglas autoimpuestas.

Las voces de otras mujeres cercanas a mí resonaban en mi cabeza.

"¿Por qué una nana? ¿No sería mejor una muchacha que te ayudara con la casa para que tú puedas encargarte de tu hijo?"

"¿No sería mejor renunciar al trabajo? Al fin que no tienes la necesidad y tu hijo te necesita"

"Ahorita te toca estar en tu casa. Ya que tengas a tus hijos grandes regresas a trabajar, no te preocupes."

Me sentía la peor madre, pero al mismo tiempo sabía que no estaba lista para dejar de trabajar y dedicarme completamente a la casa y a mi hijo. Me habría enloquecido más que el caos de balancearlo todo.

Así es que seguí con mi nana. Y poco a poco, fui descubriendo muchas cosas que me ayudaron a superar mis prejuicios. Lo primero y más importante, es que tener una persona que me ayude a cuidar a mis hijos no necesariamente implica dejar de estar presente para ellos. La nana no tiene que ser esta figura lejana que se lleva a los niños para que no "molesten" a mamá. Puede ser ser tu aliada para que tú puedas ser una mejor madre y que de hecho lo disfrutes. Puede ser un par de manos más para ayudarte a cargar con el peso -en ocasiones abrumador- de la maternidad. Puede convertirse en tu amiga y compañera diaria, quien te ayude a formar una comunidad para el cuidado y la crianza de tus hijos.

Hay muchas historias y aprendizajes que me gustaría compartir sobre esta experiencia, pero hoy tan sólo quiero dejarles esta idea: ser una buena mamá no significa sacrificarte todo el tiempo para poder hacerlo todo tú sola, sino buscar ayuda y el apoyo necesario para cubrir tus necesidades y las de tu familia. En mi caso ese apoyo era una nana, pero puede haber tantos tipos de ayuda como tipos de familias. Sólo hay que permitirnos entender que no tenemos que estar solas en esto.