Wednesday, June 04, 2008

Una vida en un trayecto: cuento en cuatro entregas

Hace mucho, cuando todavía hacía largos trayectos en el camión escolar del Yaocalli, mientras escuchaba una canción de piano, se me ocurrió una historia. Desde ese momento comencé a escribirla, pero la dejé incompleta. Años después la encontré y decidí continuarla, pero con un toque diferente al que había pensado originalmente. Ahora, después de algún tiempo más, he decidido terminarla y publicarla. Sin embargo, a pesar de que es un cuento completo, me parece que es mejor publicarlo poco a poco, al igual que su elaboración. Por lo tanto, quien quiera leer este cuento deberá hacerlo en fragmentos, los cuales iré publicando semanalmente.

¡No dejen de comentar!



UNA VIDA EN UN TRAYECTO


Era muy tempranito en la mañana. El sol apenas se filtraba por las delgadas cortinas del salón. Era una casa grande con las paredes color crema, las puertas y los marcos de las ventanas blancos y los muebles de maderas finas. Grandes estatuas de un blanco inmaculado que representaban a algún personaje mitológico adornaban las esquinas de los grandes salones con alfombras finas y candiles dorados. El piso estaba cubierto por lozas de mármol y en los muros colgaban grandes cuadros y algunos espejos con marcos de hoja de oro. Toda la casa estaba en silencio, a excepción de un pequeño salón ubicado en una esquina del edificio, en donde se podían escuchar las notas de una delicada melodía.

Desde este salón, igualmente pintado y amueblado, se podían ver los verdes árboles del jardín central y un pequeño estanque en donde nadaban peces de colores luminosos. La estancia era de las más pequeñas de la casa, pero aunque había muchas otras de mayor tamaño dentro del enorme caserón, ésta era la más tranquila y agradable. Además, en una esquina de la habitación había un precioso piano de cola, lo que la hacía la preferida de Virginia. Ésta era la señorita de la casa. Siendo hija única y estando sus padres de viaje frecuentemente, la muchacha había aprendido a hacer de la música su única compañera. Esa mañana, como cualquier otra, se hallaba sentada al piano acariciando las teclas con sus delgadas y ágiles manos. Sus dedos se movían con precisión al interpretar una alegre melodía. Era una niña muy hermosa con la piel blanca, los labios encarnados y una larga cabellera de un negro brillante que caía ondulada por su espalda. Sus facciones eran finas y delicadas, tenía unas pestañas largas y fuertes y unos ojos cristalinos desde los que se asomaba una ilusión infantil. Aún no había cumplido los quince años, pero en su pequeño cuerpo ya comenzaban a insinuarse sutilmente las formas de una mujer. Llevaba un vestido blanco de varias capas de tela vaporosa que le llegaba hasta debajo de las rodillas, dejando ver unas piernas delgadas y bien formadas que terminaban en unas zapatillas igualmente blancas.

Todo en ella era hermoso, pero no era su belleza, sino la música que tocaba, lo que tenía embelezado al extraño personaje que la miraba desde la ventana del salón. Era un joven alto y muy delgado de cabello rubio despeinado, ojos claros y piel bronceada. Vestía un traje totalmente negro con camisa de puño y llevaba un sombrero de copa y un bastón de madera recargado contra el piso. Cualquiera que lo hubiera visto habría pensado que era un muchacho común y corriente vestido de una manera inusual, pero había algo en su mirada, tan vacía y llena a la vez, que lo volvía inhumano.

Levantó una de sus manos enguantadas y tocó ligeramente en el vidrio de la ventana que se abrió con un ligero rechinido. Virginia no le prestó atención y siguió tocando, mientras el joven se introducía a la habitación por la ventana. Entonces se acercó al piano y permaneció detrás de la muchacha, observando cómo sus blancas manos se movían con rapidez a lo largo del tablero. Así permaneció un buen rato, escuchándola simplemente, mientras ella continuaba sin dar señas de que notaba su presencia. Después de varios minutos que transcurrieron en la más apacible serenidad, el extraño personaje sacó algo de la bolsa del saco. Mantuvo el puño cerrado y caminó tranquilamente hacia el centro del salón, en donde dejó caer un polvo brillante que se fue esparciendo lentamente por la estancia formando una nebulosa. La nube de polvo fue creciendo hasta llegar al techo y a las paredes de la habitación. Poco a poco, de una manera casi imperceptible, el salón fue cambiando en tamaño y apariencia. Los muebles se deformaron y alargaron hasta convertirse en enormes y poderoso árboles que traspasaron el techo con facilidad, del cual comenzaron a caer pedazos que se convertían en tierra mojada antes de caer al suelo. Las paredes se oscurecieron y cambiaron su textura a una más áspera y rugosa, semejando rocas, mientras que las alfombras se fueron alargando y desvaneciendo hasta formar parte de un suelo frío y húmedo al que le crecían hierbas y flores de un rojo brillante. Lentamente, la habitación entera se fue transformando en un pequeño bosque abovedado. Incluso brotó un pequeño manantial del piso que fue marcando un surco por la tierra hasta formar un riachuelo. Lo único que permaneció en su lugar fue el elegante piano de cola en donde la pequeña Virginia aún tocaba. La melodía había adoptado un tono histérico, mientras los dedos de la joven seguían moviéndose con impresionante agilidad. Sus ojos azules estaban fijos en las teclas, concentrada en los últimos movimientos de la pieza.

El techo del salón había desaparecido por completo, dejando al descubierto un cielo que se había oscurecido de pronto. Varias estrellas empezaron a brillar, al mismo tiempo que la luna dejaba caer sus rayos plateados.
El extraño personaje se encontraba parado en medio del bosque, observando su obra con complacencia y admiración. Entonces se sacudió un poco el traje del que salió un poco de polvo plateado, y se acomodó su sombrero. Volvió hacia Virginia justo cuando ésta terminaba las últimas notas…

El silencio tomó la habitación por unos segundos y entonces Virginia despertó de su ensoñación. Levantó la mirada y el extraño muchacho le sonrió y le hizo una reverencia. Después se enderezó y le tendió una de sus manos enguantadas. Virginia dudó unos segundos, pero pronto le regresó la sonrisa y tomó su mano con familiaridad. Nunca lo había visto en su vida, pero pareciera que lo conocía desde siempre.

Las notas de un hermoso vals comenzaron a sonar y a llenar la habitación transformada en la que se encontraban.

-Acompáñame a bailar –dijo el muchacho, que tenía una voz suave y áspera.

El joven guió a Virginia hasta el centro del pequeño bosque y ambos comenzaron a bailar. Un paso a la derecha, otro a la izquierda… poco a poco se fueron sumiendo en un mundo encantado y lleno de fantasía. Entonces sus cuerpos empezaron a flotar, dando pasos en el aire, como si todo lo demás no importara. Lo único que existía era el baile.

A su alrededor, las cosas comenzaron a cambiar de nuevo. Los árboles empezaron a mecerse de un lado a otro, siguiendo el compás de la música y formando un círculo, en cuyo centro las figuras de la niña y el joven se deslizaban en el aire. Hadas y duendes aparecieron de la nada, desde detrás de las plantas y las flores. Eran criaturas pequeñas y curiosas que observaban a la pareja que bailaba, mientras brincaban de un lado a otro con sus ligeros pies. Soltaban polvos de colores que hacían que los capullos se abrieran lentamente. Entonces, de entre los pétalos de las flores recién levantadas, salían más de esos pequeños seres, que reían con sus vocecitas alegres y se trepaban a los árboles que seguían moviéndose con la música.
También había luciérnagas, las cuales volaban por todo el lugar, iluminando a su alrededor con sus pequeñas luces azuladas y verdosas. Parecían pedacitos de estrellas flotantes, que se mantenían suavemente en el aire cálido de esa noche mágica.

Pero, de pronto, los cuerpos de Virginia y el extraño personaje comenzaron a perder altura, bajando lentamente hasta que sus pies tocaron el suelo. El joven sonrió y se separó de la niña, haciéndole, de nuevo, una profunda reverencia. Virginia estaba embelezada con toda la magia que la rodeaba y ella también se inclinó ante su peculiar visitante. Entonces el muchacho, sin quitar la sonrisa de su rostro, abrió el saquito del cual había sacado el polvo momentos antes. Poco a poco, los árboles, las flores y las hierbas fueron disminuyendo su tamaño, soltando un polvo colorido que se iba flotando hasta el saco que sostenía el joven. Los elfos y hadas se apresuraron a esconderse, perdiéndose de vista de inmediato. El cielo abovedado volvió a ser el techo de una elegante estancia, pintado de color blanco y sosteniendo un candelabro dorado. Las luciérnagas desaparecieron y las paredes volvieron a aparecer a su alrededor, con los acostumbrados cuadros y retratos colgados en sus respectivos lugares. El piano estaba donde siempre y la habitación estaba iluminada por la luz tenue de la mañana, como si nada hubiera pasado.

Virginia volteó hacia donde estaba el extraño personaje, buscando una explicación, pero no lo vio por ningún lado. Buscó a su alrededor, pero había desaparecido.

Entonces la joven escuchó su nombre. Su nana la llamaba para ir a desayunar. Virginia salió del cuarto corriendo y sus pasos resonaron por las paredes del antiguo caserón.

3 comments:

Zoon Romanticón said...

"Only the begining of the adventure"

Alberto Tensai said...

¿Es este uno de esos cuentos que haces con música?

Déjame decirte que al menos a mí me dieron ganas de buscar qué canción estaba tocando Virginia (escogí dos) y el vals (que fue muy sencillo, jaja, la escena me recuerda tanto a Howl con Sophie...)

E.P.S. said...

Me fascinó cómo describes la transformación de la habitación en bosque! El cambio de texturas, los colores, los olores... hasta la temperatura!

Mi enhorabuena que regreses a la pluma!

Un abrazo cariñoso,