Tuesday, October 07, 2008

Puras letras

Empecé a escribir cuando me di cuenta de que las letras eran mi modo de acceso a ese mundo de fantasía e irrealidad que tanto me gustaba. El mundo real no me satisfacía. Era feo, desagradable y muy decepcionante. Los árboles sólo eran árboles, mientras que en mi mundo eran vida pura. Aquí había muerte y corrupción, mientras que allá había sacrificio y trascendencia. Mis sueños me seducían incluso cuando estaba despierta y prefería imaginar un diálogo con un personaje ficticio que entablar una conversación con una persona verdadera.

Recuerdo perfectamente aquellos momentos en los que me encontraba en clase y, de pronto, todo a mi alrededor se cubría con un velo nebuloso y entonces la fantasía se me aparecía nítida y casi tangible. Y era emocionante, pues yo era señora y soberana de aquel lugar maravilloso que me proporcionaba infinitas posibilidades. En esos instantes mágicos escribí todos mis cuentos de temprana juventud, en hojas de cuaderno y con letra temblorosa por la impaciencia y la sensación de aventura.

Puede sonar exagerado, pero en verdad había días en los que nunca bajaba de mis nubes. Despertaba en la mañana como en un sueño y todo el día me dedicaba a evadirme en mis pensamientos. Inventaba historias, escribía, escuchaba música y dejaba todo lo demás con tal de poder seguir soñando. A diferencia de mis compañeras, a mí me encantaban los largos viajes cotidianos en el camión de la escuela, pues eran el momento perfecto para perder la mirada en la ventana y sumergirme en las delicias de mi pensamiento.

Tenía una sola musa, con la cual logré tener una verdadera amistad, pero era la única a la que dejaba entrar a mi mundo de ensueño. Y ella también se dejó atrapar por su belleza. Yo escribía pensando en ella, para que ella me leyera, nadie más. Juntas inventamos todo un universo al cual nade ha podido ni podrá tener acceso jamás, pues solamente se puede entrar a él cuando uno mismo lo construye con su propia alma.

Ese universo se convirtió en nuestro refugio, nuestro hogar. Con nuestras manos divinas creamos hadas, brujas, héroes y dragones. Poníamos nombres y colores a ideas y sentimientos, y juntas nos reíamos de ese cascarón vacío y gris que era la realidad.

Pero no todo era hermosura. Había momentos en los que bajaba la guardia y entonces me atacaba. Me sentía hueca, insatisfecha, triste y miserable. Me hundía en un hoyo profundo y oscuro del cual ni siquiera mi musa me podría sacar. Estaba sola y lo sabía, y tenía miedo.

Al principio no era muy difícil evadirlo. Seguía ahí, pero yo lo revestía con mi magia y dejaba de verlo. El problema fue que comenzó a aumentar. Entre más crecía yo, más grande se volvía el hoyo de dolor e insatisfacción. Cada vez me atrapaba con mayor frecuencia y me restregaba mis miserias en la cara.

Un día me levanté y me di cuenta de que mi magia desaparecía. No pretendo que esto parezca una metáfora, pues lo quiero decir literalmente: la magia se me escapó de las manos. Un día en específico de mi vida, me tuve que enfrentar a la realidad, porque la fantasía se negaba a ayudarme. Mi pluma se secó y mis personajes ya no me hablaban. Había despertado y no podía volver a dormirme, no podía soñar.

Entonces tuve que enfrentarme con mi soledad. Me encontraba desnuda frente ese enorme hueco, tan grande que ya era insoportable. Y seguía creciendo.

Ya no podía evadirme, así que intenté solucionar ese problema. Quise llenar el hoyo de muchas maneras, pero no me funcionaron del todo. Me volví una idealista exacerbada y me llené de metas y causas sociales. Terminé la preparatoria hundida hasta la nariz en política y en proyectos tan gigantescos que no podía cargarlos aunque lo intentaba. Pronto me di cuenta que estaba desbordando mi pasión en un vaso que nunca se iba a llenar. Me desesperé y me volví gris. Intenté entrar otra vez a mi mundo, pero no me dejaba. Mis cuentos y mis cartas cada vez eran más secos. Abandoné a mi musa sin quererlo. Cerré poco a poco esa puerta sin saber cómo evitarlo. Entonces me quedé sola del todo.

Es curioso, pero sólo cuando me hundí absolutamente y toqué fondo, fue que me encontré a mí misma. No era nada espectacular; tan sólo era yo, simple y real. Entonces fui libre de verdad para buscar un sentido. El hoyo estaba ahí, pero ya no me asustaba y me dediqué a escalarlo. En el camino me he encontrado a muchas personas que también suben conmigo. Poco a poco me he dado cuenta de que el hoyo nunca se puede llenar del todo, que siempre queda un huequito. La diferencia es que ya no lo ignoro y busco algo para rellenarlo. Sigo adentro de ese hoyo, pero detrás de mí hay un mundo de cosas que lo habitan. Cosas reales. La fantasía y la magia también están ahí y las visito de vez en cuando, pero ya sé que no alcanzan para abarcar este túnel que sigue creciendo.

Hoy sigo caminando, y veo luz al fondo. Estoy aprendiendo a escribir de nuevo.

7 comments:

Zoon Romanticón said...

No sé qué comentar. No si lo que quiero es decir algo relevante. Volvere pronto.

Emilia Kiehnle said...

Siempre es relevante para mí. Te espero.

Alberto Tensai said...

Hay una palabra para lo que te sucedió: adquiriste conciencia.

Es necesario que un adulto se enfrente la realidad, tal cual es, aceptándose a sí mismo, tal cual uno es.

¡Felicidades! Tocar el fondo es el primer paso, pues es poner los pies en la tierra. Y de ahí, a andar a donde uno guste.

Zoon Romanticón said...

...hay abismos que salvan...

Cecilia Sabido said...

Es maravilloso descubrir que uno, al final, no ha estado solo en el camino que nos parece, a veces, el más bello y a la vez el más arduo.

Por la pureza en las aguas de tu río, y la precisión de su cauce, te felicito.

E.P.S. said...

Vaya, casi fue como abrir las entrañas de tu alma en este escrito...

La magia y la fantasía tienen un propósito en la vida real... Sabes que a mí me apasionaban esas cosas, aunque a veces las negara. Hasta ahora las he comprendido desde sus propios términos: Escuchamos cuentos de hadas porque nos dicen algo, nos dejan una semilla como mensaje que corresponde a nuestras circunstancias vitales en un momento determinado. Luego florecerán en un momento dado. Cuando la vida es dura, cuando tienes que pasar pruebas, siempre estará la promesa de la felicidad. Promesa, no certeza (por eso los "finales felices"). Ese supuesto nos ayuda a seguir luchando.

El leer un cuento de hadas no es evadirnos de la realidad, sino que nos ayuda a buscar herramientas (inconscientes, simbólicas...) para superar los obstáculos con los que nos topamos en la vida real. Así el héroe, después de sus aventuras, siempre es devuelto a su propio mundo, pero más preparado para enfrentar a la realidad. El problema sería estancarse en la fantasía: siempre tenemos que regresar. La fantasía sirve como consuelo y refugio temporal. El regreso es la mejor parte ;)


Un abrazo, "niña de los ojos soñadores",

Zoon Romanticón said...

Cuando el artista abre los ojos por vez primera al mundo y descubre la obscuridad del abismo en que se encuentra, despliega todo su arsenal y le da vida al fondo del pozo, llenándolo de colores vivos, de música trepidante, de seres de cualidades inconmensurables.

El abismo así se transforma en un dominio propio, en un paraíso en el cual el artista es Dios, hombre y demonio al mismo tiempo.

La obscuridad se oculta tras la creación. Los personajes, la fantasía, se vuelve opaca y oculta el recinto muerto en el que el artista se encuentra.

Sin embargo, el abismo sigue ahí. Sigue existiendo, porque es la cualidad originaria de todo artista (acaso de todo hombre). La fantasía es cosmética y, en ese sentido, evasión.

Por eso cada asalto de realidad lastima al alma mostrando la vacuidad en la que el artista aún se encuentra. Crear ensueños en el abismo no es salir del abismo: es atraparse en él. No hay esperanza real, sólo el hic et nunc de un ensueño que ha de ser eterno (eternamente continuado) para poder asemejarse a la felicidad.

Llega el momento en que la realidad del abismo se hace patente y el artista ha de enfrentarse a ella. El mejor modo posible es cuando el artista reclama al abismo el uso de las metáforas y la retórica como herramientas propias. El mejor modo es cuando el artista levanta la mirada y ve la luz tenue que corona el acantilado donde está metido. Sabe, entonces, que su camino es hacia arriba, hacia la salvación. En ese sentido, el Sr. Hickman ha seguido un camino ejemplar, contrario a muchos otros artistas que en la melancolía del abismo, en la univocidad de la realidad, quedan atrapados para siempre.

Comienza entonces la escalada poética. Las manos del artista asen las paredes del agujero e impulsan el cuerpo hacia la luz. Atrás, en el pasado, en el fondo del abismo, no queda nada. El arte, las metáforas, la fantasía, vienen en el interior del artista. Son parte de él, tan simple y real como se sabe al escalar. Al escalar el artista deja de fantasear flores y comienza a plantarlas en su camino. El artista se vuelve, entonces y solamente entonces, verdadero artista: deja de evadirse por crear. La poética queda domada por su espíritu en asención.

Quizá su tentación más grande sea regresar a la seguridad de un mundo imaginado. Pero el artista ya no requiere descanso: el mundo real le basta, por ser vasto; le basta, por ser suyo. El artista, cuando puede andar los muros del abismo, se hace dueño de su propia vida, se apropia del abismo y comienza a darle vida al mundo que antes despreciaba... Mientras más se acerca a la luz, más nítido ve el mundo que descansa bajo sus piés.

Así, el artista, el verdadero, el que está siendo el Sr. Hickman, se vuelve ejemplo vivo del famoso further up and further in narniano.