Tuesday, May 13, 2008

"Emilia, ya no sonríes."




Hace algunos años, aunque parecen muchos, cuando aún veía hadas y duendes detrás de los árboles y todavía escuchaba la voz de las plantas y la tierra, yo era una niña alegre de ojos brillantes y espíritu soñador.

Creía indiscutiblemente en la magia, me sabía una niña bonita y buena y mi paradigma de felicidad eran los finales de los cuentos de las princesas Disney. Después crecí y me di cuenta de que la adultez no llega con los dieciséis años y que no existe el príncipe azul que te salva de todas tus dificultades y te soluciona la vida por el resto de la existencia. Sin embargo, no perdí la confianza en el mundo y en mí misma. En vez de soñarme como princesa, me sabía una bruja: fuerte, poderosa, independiente y conocedora de la magia que habitaba en la naturaleza.

Los árboles me hablaban y me mostraban que hay un orden en el mundo y que yo era capaz de comprenderlo y de poseer su belleza y su bondad. Me sentía grande y orgullosa de mí misma, pues aunque estaba sola, me encontraba conectada con el universo. ¿Para qué necesitaba a las demás personas si ya tenía el cosmos entero?

Durante toda mi adolescencia ardí interiormente, consumiéndome en mi propia pasión. Me di cuenta de que cada vez me enorgullecía más de mí y a cada paso que daba me parecía comprender mejor al mundo, pero también mi insatisfacción crecía. El universo era mío, pero tenía que haber algo más allá, algo que terminara de llenar el huequito que había en mi alma y que se estaba convirtiendo en un enorme cráter. Entonces volví a crecer y me percaté de lo pequeña que soy. Me avergoncé de mi soberbia y renuncié al cosmos para encontrarme con el resto de la humanidad. Me supe tan sólo un individuo en una infinita pluralidad de seres. Fue entonces cuando me permití volver a soñar con la felicidad, pero en vez de imaginarme como una princesa, deseé convertirme en mujer.

El problema fue que, en mi afán de destruir mi soberbia, apagué mi propia luz. Me hice realmente insignificante en aras de una malentendida humildad. Reconocí todos mis defectos, pero también negué mis bondades. Me volví gris y dejé de sonreír.

Ahora, después de haber hablado con personas que quiero y de entender algunas cosas, me sé especial, aunque no superior. Me sé única, irrepetible e insustituible. Me siento amada y elegida para llevar a cabo una tarea en este mundo. La naturaleza me sigue hablando. Ahora me cuenta acerca de Dios, un Dios de amor, y me sigue mostrando mi pequeñez, más no mi insignificancia.

Es verdad que he cambiado y ya no sonrío con los labios, como lo hacía antes, pues llevo la alegría en mi interior y se manifiesta día a día a través de otros gestos. La pasión ya no me consume, sino que me impulsa. Es cierto que me canso más, pero es normal. A fin de cuentas, estoy aprendiendo a brillar sin cegarme.

8 comments:

pajaro de fuego said...

¿Hace algunos años, aunque parecen muchos, cuando aún veía hadas y duendes detrás d elos árboles y todavía escuchaba la voz de las plantas y la tierra, yo era una niña alegre de ojos brillantes y espíritu soñador.?
pero bueno, Emilia, a quien intentas hacer creer esto, yo tal y como te conocí esto no me lo creo ni de broma, sigues siendo, y perdona que te lo diga, una niña de ojos brillantes por muy marrones que los tengas, haces temblar a la tierra con tu pasión y voluntad y a las personas las animas tan solo por el calor amistoso que derrochas, tu sonrries poco a lo mejor, nena , ya no sé eso, hace mas de 3 años que no nos vemos, pero derrochas simpatia alegria y diversión por todos tus poros.
:D

Zoon Romanticón said...

La vida es un amoroso trance, si se vive como se ha de vivir.

La sonrisa inocente de los años de niñez debe desaparecer del rostro para darle paso a la brillante luz de una sonrisa del alma que consuma la maldad de nuestro rededor.

Es verdad que dejaste de sonreír. Ahora amas. Y eso te hace feliz y eso hace sonreír a Dios.

Y quien crea que esto es malo, no conoce la Verdad.

Zoon Romanticón said...

Y por cierto: sonríe, lo demás no importa.

Emilia Kiehnle said...

Gracias, Pájaro de Fuego. No quise decir que soy una mujer deprimente (espero que no, jeje), pero estaba intentando expresar un cambio. Sonrío, pero de manera diferente a como me conociste. Y creo que está bien. Es bueno crecer.

Zoon, gracias ;) Es todo lo que tengo que decirte.

Alberto Tensai said...

"Calor amistoso"... qué atinada manera de decirlo. Sin embargo, el término "especial" no me parece adecuado para ti. Yo diría más bien "extraordinaria" ;)

Y no te preocupes, lo de las "pocas sonrisas" nunca es problema para alguien que tenga dos conexiones neuronales funcionales y un mínimo conocimiento de la vida: una sonrisa, se sabe, puede ser tan vacía y engañosa como cualquier máscara.

De lo bueno, poco :)

Destination said...
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Destination said...

pretextos..

Sonrían, tengan 10 años de nuevo, súbanse a columpios, vean películas de Disney y rían hasta que tengan ganas de hacer pipí.

Ser serio no es sinónimo de ser amargado, pero ser simple tampoco es símbolo de inmadurez emocional.

Al fin y al cabo, Dios inventó la risa, ¿no?

Justificar tu modo de ser denota inseguridad, si así eres feliz, qué importa lo que piensen TODOS los demás? Ahora, ¿eres feliz como eres? Es lo que tienes que plantearte y decidirlo tú, porque sólo tú sabes cómo quieres ser.

E.P.S. said...

Vaya... eso de dejar de sonreír... creo que vale más la sonrisa en los ojos, ventanas del alma, y mientras no dejes que se empañen o se ennegrezcan, no tienes por qué enseñarle a todo el mundo tus braquets.... (jajaja, te quiero, mujer)

Muy bonita reflexión. Gracias por compartirla. Por mi parte, yo ya he aprendido a llorar, lo cual, creo que es tan importante como sonreír.

Un beso, pollo.