Saturday, June 21, 2008

Una vida en un trayecto (Tercera parte)


La estación del tren estaba llena de gente, pero el ánimo general era sombrío. Afuera estaba lloviendo y hacía frío. Las personas caminaban de un lado a otro, llevando maletas y revisando los horarios de llegada de los trenes. Había señores vestidos de trajes oscuros y con sombrero que cargaban portafolios, mujeres llevando a sus hijos de la mano, jóvenes que subían a los vagones con impaciencia y ancianos que regresaban cansados y con la nostalgia pintada en sus rostros.

Los guardias de la estación, vistiendo sus pulcros uniformes, se paseaban lentamente por el lugar, revisando que todo estuviera en orden. Constantemente se detenían a dar indicaciones a algún viajero perdido o a ayudar a alguna viejita con su equipaje, pero inmediatamente después regresaban a sus puestos de siempre.

A veces pasaba algún conserje, también uniformado, aunque de manera diferente, llevando un carrito con una cubeta de agua, una escoba, un trapeador y demás objetos de limpieza. Las personas caminaban apuradas a su alrededor, esquivándolos en su carrera por encontrar el número de tren que los llevaría a su destino.

También había algunos vendedores ambulantes, llevando cajas con cigarros, dulces y otras chucherías. Los mendigos, con sus ropas sucias y rasgadas, se sentaban a los pies de las columnas y pedían dinero a los transeúntes. El sonido de la lluvia golpeando el techo laminado se mezclaba con el ruido metálico de los trenes, los frenos al enfriarse, y su característico silbido. Todo esto, con las voces y las pisadas de las personas, formaba un ambiente general que se escuchaba con eco en todos los rincones de la estación.

Virginia observaba todo este movimiento parada en uno de los andenes de la estación. Estaba cubierta por una gabardina y con una de sus manos enguantadas cargaba un paraguas negro que escurría en el piso. Su sedoso cabello estaba recogido recatadamente y descansaba debajo de un elegante, pero sencillo sombrero de dama. Llevaba zapatos de tacón, medias y una cartera a juego. Se había pintado la boca de rojo y se veía muy guapa y formal, pero no sonreía. Tenía la mirada perdida en la multitud que pasaba y estaba pensativa. Entonces una vocecita aguda la sacó de sus reflexiones.

-¡Mamá!- exclamó un pequeño niño sonriente que caminaba hacia ella. En una de sus manitas llevaba un cono con una enorme bola de helado de chocolate, el cual también se alojaba alrededor de su boca manchada, y con la otra tomaba de la mano a un hombre alto y de porte elegante.

Virginia le devolvió la sonrisa al pequeño y levantó sus ojos tristes para encontrar la mirada de su esposo. Él también le sonrió, pero era más un gesto de comprensión que uno de alegría. Se miraron directamente a los ojos durante unos segundos. Era una mirada cargada de sentimientos, de miedo, tristeza y amor. El niño, por su lado, se encontraba ajeno a la difícil situación por la que pasaban los adultos y se dedicaba a chupar su golosina con gran satisfacción. Su mundo aún se componía de cosas sencillas y estaba llena de pequeños placeres, como observar con fascinación las enormes ruedas de los ferrocarriles o regocijarse con el maravilloso sabor del chocolate. Él aún no entendía lo que significaba una despedida, no había sentido el vacío de la soledad ni comprendía los intereses y problemas que desataban una guerra. Tan sólo estaba ahí, en la estación de trenes, viendo cómo sus padres se unían en un largo abrazo y cómo una lágrima caía silenciosa por la mejilla de su madre. Entonces su padre se acercó a él, le acarició la cabeza y le dedicó una sonrisa. En ese momento no se dio cuenta, pero años después recordaría ese sencillo gesto como la despedida de su padre, la primera de su vida.

El silbato anunció la hora y el hombre vestido con su ropa de viaje abordó el tren. Volteó una última vez para mirar a su familia y desapareció por la puerta que lo llevaría a su vagón. Virginia se quedó parada en la estación mientras la locomotora comenzaba a trabajar, las llantas rechinaban contra el acero de los rieles y el vapor salía a presión por la gran chimenea. La gente seguía pasando a su alrededor, totalmente indiferente a su dolor y al miedo que sentía y que amenazaba con hacerle un nudo en el estómago. Los vagones empezaron a avanzar, primero lentamente, acelerando poco a poco y alejándose de ella. Buscó a su esposo con la mirada, esperando poder verlo en alguna de las ventanillas, pero el movimiento de los vagones confundía las siluetas de los pasajeros y no logró distinguirlo de los demás.

Cuando el tren se perdió de vista, la mujer, que ahora se parecía más a una sombra, tomó al niño de su pequeña mano y se dispuso a dejar la estación. Iba con la mirada perdida y vidriosa, mientras que el pequeño avanzaba a su lado en silencio, pues intuía que su madre necesitaba estar sola. Pero entonces vio algo que le llamó la atención y no pudo evitar decírselo a su madre. Le dio un tironcito a su falda y señaló hacia una de las puertas de la estación.

-¡Mira, mamá!- dijo con sorpresa.

Virginia volteó a donde le indicaba su hijo y se paró en seco.

Parado, bajo la oscuridad, se encontraba un muchacho flaco y desgarbado, vestido de negro, con el cabello despeinado y los ojos claros observándolos desde lejos. Virginia no dijo nada, pero se dirigió hacia él, con el niño tomado de su mano. El extraño personaje no se inmutó y cuando ambos llegaron a donde se encontraba, se agachó para mirar al niño. Éste se sintió un poco intimidado y se escondió detrás de la falda de su madre, lo que provocó una sonrisa en el rostro el muchacho.

-Tiene tus ojos -le dijo a Virginia.

Ella sonrió, pero esta vez lo hizo con la mirada también.

El muchacho comenzó a hurgar en uno de sus bolsillos, buscando algo que al parecer no podía encontrar. Hizo varios movimientos y gesticulaciones graciosas, logrando que el niño riera y saliera, aunque no del todo, de la protección de su madre. Entonces el joven pareció recordar en dónde había guardado el misterioso objeto que buscaba y, con una de sus manos enguantadas, sacó una pelotita roja de la oreja del pequeño y se la ofreció. El niño volvió a reír y aceptó el regalo, el cual comenzó a botar de inmediato. Entonces, el joven se paró y volteó hacia Virginia.

-¿Esta vez no vamos a bailar? –preguntó ella en un susurro.

El muchacho negó con la cabeza.

-No esta vez –dijo con suavidad.

Entonces le tendió uno de sus brazos. Virginia vio que en el codo de su gabardina tenía un parche y que su sombrero seguía tan viejo como siempre. Por un momento, la escena le recordó a un momento de su infancia, cuando él le ofreció su mano para invitarla a bailar. Durante un instante le pareció volver a sentir la magia fluyendo por sus venas. Era una sensación cálida y protectora.

Aceptó el brazo, gustosa, y llamó a su hijo, el cual se unió a ellos corriendo, feliz con su nuevo juguete.

El extraño personaje tomó el paraguas negro de Virginia y lo abrió con cierta ceremonia.

-Vamos –dijo. –Que ahora es cuando más me necesitas.

Y entonces los tres salieron de la estación, enfrentándose a la lluvia e internándose en la niebla que los envolvía. Por un breve instante, tanto la madre como su hijo, sintieron que todo estaría bien.

7 comments:

Destination said...

perdona q no sea de opinión (jajaja es que empecé a leer y a la mitad me di cuenta q estaba leyendo la tercera parte y por eso no entendía nada jajaja. Digo, sí eres fumada, pero tampoco). Jajaja gracias por lo de emo, voy a cambiar mi blog y lo voy a volver un "bloguemo"

Muchas gracias por el consejo, pero qué crees, en la heladera sólo hay helado y dos paquetes medio viejos de verduras congeladas...¿alguna otra sugerencia dónde buscarla?

Zoon Romanticón said...

Männer nicht immer gehen... weg (no sé si salió bien)

Veamos cómo termina, quiero dar mi opinión más completa cuando el relato llegue a su cuarta parte.

Emilia Kiehnle said...

Zoon R: Ya, ich weiss, aber ich habe dass nicht gesehen wen ich dieses geshicht geschriebt habe.

(Seguramente los tiempos de los verbos están todos mal, pero hice mi mejor intento, jeje).

Juels: no tengo muchas sugerencias, salvo que te pongas a leer las tres partes y me las comentes,jeje.

E.P.S. said...

Yo ya leí las tres partes y he dado mis comentos en cada una... protesto! jaja.

En fin... buen final, quiero pensar que ese personaje misterioso es sólo más que un "vuelo de su fantasía".

Me gusta cómo estás madurando la historia con la de tu personaje Virginia. Sus preocupaciones llegan a niveles de sufrimiento mayores. Ahora que ya no está en ningún bosque mágico ni en una tranquila playa junto al mar, ¿qué tanto será de necesario ese joven desgarbado?

Ladinoamericano said...

Tienes una pluma notabilísima. Enhorabuena. Y por cierto, creo que te conozco... ¿Eres la mujer del animal romántico?

Alberto Tensai said...

¿Animal romántico? jajajajajajajaja

Ejem...

No creo que el mago sea un figmento de la imaginación de Virginia. A menos que tenga imaginación compartida con su hijo.
¿Habrá tal cosa?

En fin, muy bueno, ansioso estoy por leer la conclusión.

Ladinoamericano said...

Zoon romanticón... animal romántico. ¿No?