Friday, January 09, 2009

Extraña visita a mi subconciente

Anoche no pude dormir bien. Mi cerebro me jugó rudo y me atrapó en un estado mental previo a la inconciencia.

Soñé con una preciosa niña de unos ocho o nueve años con el cabello castaño, los ojos cafés y chispeantes de ilusión. A pesar de que han pasado varias horas desde que me levanté, todavía la recuerdo con claridad. Llevaba un vestido sencillo blanco sin mangas y unos zapatitos rojos muy llamativos. Traía un globo que cambiaba de colores; a veces era azul, luego cambiaba a turquesa, de pronto sacaba destellos verdosos y se transformaba en amarillo…

Era un globo fantástico y la niña lo sabía. Por eso, cuando de repente estalló sin ninguna razón aparente, la pequeña empezó a llorar desconsolada. De la nada, como sucede en los sueños, apareció una mujer muy guapa y elegante. Estaba vestida toda de blanco y traía un cinturón plateado que sujetaba una daga con una incrustación de opalina. También recuerdo que tenía el cabello largo y rubio, pero no me acuerdo de su rostro, aunque dentro del sueño yo la conocía bien. Era un personaje imponente y transmitía una sensación de fuerza y frialdad, pero al mismo tiempo era agradable.

Sin decir nada, esta maravillosa aparición arrancó violentamente la piedra azul de su daga y se la ofreció con gentileza a la niña. Ésta tomó la piedra, que ahora era un amuleto con una cadenita dorada, y se lo colocó alrededor del cuello.

Entonces el sueño cambió drásticamente. De repente estaban la mujer misteriosa y la misma niña, pero un poco más grande, como de catorce años, paradas en un lugar pedregoso y oscuro. Frente a ellas se abría un precipicio enorme que terminaba en un río de corriente rápida y agresiva. Entonces las dos se lanzaron por él y, cuando cayeron en el río, yo tomé la perspectiva de la niña y sentí cómo me zambullía rápidamente en el agua y sentía esa molestia desagradable de cuando a uno le entra líquido por la nariz.

Me desperté a la mitad de la madrugada con un ardor espantoso en la cabeza. Me había acostado con un poco de migraña, pero había esperado que se me quitara durmiendo. Temiendo que aumentara, tomé una pastilla y me volví a acostar. Recordaba vívidamente el sueño que acababa de tener y pensé mucho en él mientras me volvía a quedar dormida, un poco mareada y atolondrada por el dolor.

No sé cuánto tiempo pasó hasta que perdí el sentido, pero no alcancé a dormirme profundamente, sino que seguí soñando con imágenes que ahora tengo muy revueltas. Sin embargo me acuerdo de una parte del sueño. Yo era yo. Estaba vestida con un camisón de tela muy delgada y sentía mucho frío. Estaba en una especie de gruta oscura y húmeda y sentía las piedras frías y mojadas bajo mis pies descalzos. Estaba sola y tenía un poco de miedo porque casi no veía nada, pero de repente me acordé de mi amuleto y lo saqué. Era el mismo amuleto azul que la mujer le había dado a la niña de mi sueño, pero por alguna razón me pareció muy lógico y normal que yo lo tuviera.

La piedra despedía una luz intensa y alumbraba cada rincón de la gruta. No se me quitó el miedo, pero al menos ya podía ver por dónde pisaba. Caminé buscando una salida, pero mi amuleto comenzaba a fallar. Parecía que se le estuviera acabando la energía o algo así. Su luz era cada vez suave y yo me empecé a desesperar. Corrí para apurarme y salir antes de que se acabara la luz, pero no lo logré y me quedé a oscuras a la mitad de la nada.
Me detuve en seco y esperé a que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad con la esperanza de poder ver algo, pero por más que lo intentaba no lograba distinguir absolutamente nada. No había ni un mísero hoyito desde el que pudiera colarse algo de luz. Todo estaba negro. Y yo estaba aterrada.

Intenté caminar tanteando el camino con mis pies y extendí las manos para no chocar con nada. Estaba completamente perdida y desorientada. Empecé a marearme y a sentir náuseas. Entonces desperté.

Abrí los ojos y una luz muy fuerte me lastimó. Ya estaba amaneciendo y yo todavía tenía migraña. Cerré los ojos y me tapé la cara con la almohada. Cualquiera que haya padecido este mal, sabe que la luz provoca mucho sufrimiento, al igual que el ruido.

Lo peor no era el dolor, sino el mareo. La cabeza me daba vueltas y yo no me atrevía a levantarme por miedo a caerme. Intenté dormirme, pero me pasó lo mismo que la vez pasada: entré en un sopor nebuloso y extraño. No estaba conciente ni dormida y el dolor seguía.

Ahora estaba parada sobre pasto fresco y muy verde. Frente a mí había una grieta enorme y negra. Sabía que tenía que atravesarla de algún modo para llegar al otro lado del campo, pero era demasiado ancha para brincarla y temía caer en ella. Entonces vi a la mujer de blanco. Estaba parada en el otro extremo de la grieta, pero ya no era la misma. Ahora pude reconocer su rostro: sus ojos azules, su nariz, sus labios…

No me dijo nada, pero me sonrió y yo empecé a llorar. Fue un llanto profundo, que salía de mi pecho. También fue liberador. Me sentí más fuerte y, aunque el dolor aumentaba, tomé la decisión de dar un paso al frente. Caí por la grieta sin fondo, pero ya no tenía miedo, aunque sabía que el golpe me iba a lastimar.

Abrí los ojos. Natalia ya se había levantado y yo estaba sola en el cuarto. La cabeza me seguía doliendo, pero había disminuido el mareo. Desde entonces no he podido dejar de pensar en esta noche. Fue horrible porque no descansé nada, pero por otro lado me dio mucho que pensar.

Tal vez debo dejar de cenar tanto, jeje.

3 comments:

Alberto Tensai said...

Pensé que eso de que las pizzas dan pesadillas era invento de Garfield...

Vaya aventura subconciente. Lo que siempre admiraré en ti es tu prodigiosa memoria para los sueños y tu infancia (ya que yo la tengo pésima jaja).

Emilia Kiehnle said...

Pues cuento lo que recuerdo y, por lo general, son cosas que me dejaron muy marcada. No todos los días uno se enfrenta con un abismo...

Alberto Tensai said...

Bueno, supongo que depende de tu estilo de vida... jeje