Tuesday, September 30, 2014

Sentir culpa

Este mundo me sorprende por despreciar la culpa. Constantemente se me invita a vivir sin culpa de nada, sin reconocer las consecuencias de mis acciones, sin juzgar mis acciones ("las cosas no son buenas ni malas, simplemente son..."). Pero eso no funciona; me consta. 

Sentir culpa no es algo malo. Lo malo (o lo bueno) es lo que hacemos con ella. 

Después de haber vivido muchas culpas, me he dado cuenta que hay de dos tipos:

1. Las merecidas
2. Las inventadas

Las inventadas son las peores. Yo les llamo demonios, porque hay que exorcizarlas. Son fáciles de identificar porque suelen ser obsesivas, destructivas y denigrantes, pero sobre todo, son mentirosas. Nos dicen cosas que no son verdad y que nos hacen sentir mal. Provocan que nos juzguemos a nosotros mismos y no a las acciones; porque verán: nadie tiene derecho a juzgar a una persona, ni siquiera ella misma. El juicio moral recae únicamente sobre la acción, no sobre quien la realiza.

Una vez identificada una culpa de este tipo, hay que desenmascararla. A los demonios les gusta actuar en la oscuridad porque su poder depende de sus mentiras, pero una vez descubiertos y puestos en evidencia, su amenaza se desvanece. Pasa lo mismo con las culpas inventadas.

Con las merecidas se procede diferente. Lo primero que hay que hacer es reconocerlas, porque si nos empeñamos en ignorarlas, como nos insiste el mundo, lo más probable es que crezcan con malformaciones y se conviertan en demonios. Ya una vez reconocidas, hay que expiarlas. Se necesita llorar el dolor que sentimos por haber hecho algo malo. Hay dolores que se lloran más y otros menos, pero la expiación es un paso necesario que no debemos saltarnos. Finalmente, hay que perdonarnos. Perdonarse no es ignorar, no es "disculparse" [quitarse la culpa], no es borrar: se trata de hacer lo bueno.

Un buen amigo me enseñó que perdonar se trata de pagar un mal con un bien, y creo que ya lo entendí. Se trata de generar un bien que supere al mal, que lo haga insignificante. El mal sigue ahí, pero ya no importa, porque es tan pequeñito y tan irrelevante que ya no puede causar daño y se nos olvida. Es algo así como arrancarse una verruga: dependiendo de qué tan grande sea, el proceso duele y la cicatriz queda, pero con el tiempo se nos olvida que alguna vez estuvo ahí.

No está mal sentir culpa. Simplemente hay que saber lidiar con ella. 




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