Sunday, May 24, 2009

Mañana migrañosa

No es un dolor estático, sino que se mueve. A segundos duele más, a segundos menos. A veces duele con la misma intensidad, pero de modo distinto. Es palpitante, molesto y va en aumento constante.

Se siente como si un líquido corrosivo se paseara tranquilamente por un hemisferio del cerebro. Se parece al ardor, pero con un eco extraño que lo multiplica incontables veces. Es más bien como una ola que va y regresa, pero nunca desaparece.

Cansa, atonta, duele, desespera, pero se niega a irse. Lo bueno es que hoy sólo duele. Hay días en los que marea e inutiliza. Hay remedios parciales que traen un ligero alivio temporal, pero todo aquél que la haya sufrido sabe que, por más que uno intente evitarla, ella hace lo que se le da la gana. El mejor remedio es tratar de dormir. A veces, incluso ni siquiera permite conciliar el sueño, pero vale la pena intentarlo.

Sin embargo, tampoco es garantía, pues uno puede despertar renovado y tranquilo o sentir el punzante dolor desde el momento en el que abre el ojo. Ese es mi caso el día de hoy.

Esta constante molestia ha sido mi fiel compañera durante el día. Ya no la soporto. Me gustaría poder abrir mi cabeza y sacarla por la fuerza. ¿Agresivo?, tal vez, pero no puede ser peor que esto…

Thursday, May 14, 2009


Ya no quería dar clases. Estoy conciente de que el próximo semestre voy a estar muy atareada por la universidad, la tesis y los preparativos para la boda y la maestría. No quería echarme encima otra responsabilidad. Sin embargo, hace unos días fui a dar mi última sesión del curso. Siempre me pongo nerviosa antes de empezar, pero cuando comienza la clase y logro que mis alumnos se interesen, entren en conflicto, discutan y se pregunten cosas, cualquier inseguridad desaparece.

Me encanta ver sus rostros de sorpresa cuando descubren algo nuevo y me divierte la expresión que ponen cuando algo que digo no los convence. Me fascina formar una actitud crítica en ellos, despertarlos por un momento de la rutina cotidiana y hacer que se olviden del tiempo y del mundo para tratar de entenderse a sí mismos.

Me gusta mucho enseñarles lo que sé, transmitirles algo de mi experiencia y mi conocimiento, aconsejarles y guiarlos cuando me lo piden. También me encanta descubrir que yo también puedo sorprenderme y aprender muchísimo de ellos. No creo que se den cuenta, pero me han aportado quizás más de lo que yo les he enseñado a ellos.

Disfruto cambiando de ambiente unas cuantas horas a la semana y romper la rutina del diario. Me llena hablar de teología y reafirmar mi fe en un ambiente en el cual es socialmente aceptado ser católico convencido. No me molesta la diversidad de credos, pero me gusta convivir con personas que creen lo mismo que yo de vez en cuando. Curiosamente el ambiente de la UP no es tan amigable con el creyente, aunque cualquiera pensaría que por ser una universidad católica no habría problema. Sin embargo, hay una sutil tensión constante al respecto. Pareciera que se exigiera una separaración del ámbito religioso del académico y del social, cuando en realidad lo ideal sería que se dieran en conjunto en todos los aspectos de la vida.

Es impresionante el efecto benéfico que tiene en mí dar estas clases. Cuando voy de regreso manejando en el tráfico, voy contenta, tranquila y satisfecha. Y es algo que siempre me pasa. En ese tiempo sola, me vuelvo a descubrir y encuentro fácilmente las respuestas a los problemas que tenía. El mundo cambia para mí y la vida se siente ligera. ¿Quién, en su sano juicio, dejaría algo que lo hace tan feliz?

Definitivamente, yo no.

Monday, May 04, 2009

En busca del príncipe azul




Tres meses. Ese era mi límite. El enamoramiento decaía brutalmente, el hechizo se rompía y mi bellícimo príncipe azul se convertía en un mortal más, común y corriente.

Desde niña supe que quería enamorarme y vivir una historia maravillosa con un hombre que me hiciera feliz. Al principio soñaba con los héroes de mis cuentos de hadas y me imaginaba como una princesa que necesitaba ser encontrada. Después fui creciendo y cambié un poco mi visión de las cosas. Prefería ser una joven valiente, fuerte e independiente y toparme, casi por error, al hombre que quisiera acompañarme en mis aventuras. Sea como sea, quería sentir el cosquilleo en el estómago, sentir cómo se me desbordaba el corazón del pecho y mirar al cielo con una mirada apasionada.

Lo logré. Un día pude personalizar mis ilusiones en un niño hermoso y sentí las delicias de mi primer enamoramiento. A pesar de que era una adolescente orgullosa que se consideraba muy independiente y que despreciaba la cursilería, me permití ser dulce, detallista y tierna. Era completamente feliz y me imaginaba un futuro idílico con mi príncipe de cuento de hadas.

Un día, después de casi tres meses de feliz noviazgo, la burbujita se rompió. Ya no sentía la emoción del principio, la pasión me abandonó y mi niño ya no me parecía tan maravilloso. Me di cuenta de los múltiples defectos que tenía y descubrí, con sorpresa, que nuestras expectativas de la vida eran completamente diferentes. No tenía nada de malo; seguía siendo el mismo de siempre, pero ya no estaba enamorada de él.

El patrón se repitión la siguiente vez. A los tres meses, toda mi alegría desapareció y me di cuenta de que mi novio ya no me gustaba como antes. Seguía soñando con mi príncipe azul, pero ya no me sentía tan segura. Me empezó a dar miedo que la vida no fuera lo que yo pensaba y que todas mis esperanzas no fueran más que vanas fantasías.

Un buen día, conocí a otro príncipe. En esta ocasión fui mucho más precavida. Me aseguré de conocerlo bien y no idealizarlo. Identifiqué sus puntos flacos e intenté ser objetiva todo el tiempo. Finalmente, decidí arriesgarme una vez más. Me enamoré y disfruté el momento. Sin embargo, los temidos tres meses se acercaban. Efectivamente, me pasó lo mismo que las veces anteriores. Me sentía desesperada y confundida. Comencé a preguntarme si realmente la vida era así y tenía que aprender a conformarme con ella o si debía seguir adelante y no rendirme hasta encontrar a mi hombre ideal.

Estaba tan asustada, tan perdida, que tomé una decisión extremadamente arriesgada: le confesé lo que sentía a mi novio. Descubrí, con sorpresa, que él sentía lo mismo. Después de hablar con él, me atrevía a darnos otra oportunidad. No pensaba rendirme, el amor no podía ser tan gris, tan conformista.

Poco a poco, fui dándome cuenta de muchas cosas. El amor verdadero existe, pero no es tan fácil como en los cuentos. El príncipe azul es un ideal inexistente, pero eso no significa que el amor deba ser falto de pasión y emociones intensas. Aprendí a ser paciente, a conocer a profundidad y a fortalecer mi relación. Me volví a enamorar, ya no de un príncipe, sino de un caballero, de un ser humano, un hombre de carne y hueso que se equivoca, que se cae y sangra, pero que también es alcanzable. Entendí que el amor es la entrega entre dos personas, no la persecusión de un ideal encarnado. Aprendí a besar las heridas de mi guerrero y lo ayudé a levantarse cuando lo necesitó. También me di cuenta de que yo tampoco soy ninguna princesa y que también necesito que me tiendan la mano de vez en cuando.

Hoy soy capaz de comprometerme y de atarme a mi novio sin temer que no sea "el hombre ideal". Sé, de hecho, que no lo es, y precisamente en eso radica mi seguridad.