Wednesday, February 21, 2007

Un pedacito de pensamiento




Una novela guarda una correspondencia con la vida real, pues sus valores son de algún modo los de la vida real. Pero es evidente que los valores de las mujeres difieren a menudo de los valores establecidos por el otro sexo; es natural que esto sea así. Con todo, son los valores masculinos los que prevalecen. En términos generales, el foot ball y el deporte son "importantes"; el culto a la moda, la comprade trajes, "triviales".

Esos valores se transfieren inevitablemente de la vida a la novela. Este libro es importante, da por sentado el crítico, porque trata de guerras. Este otro libro es insignificante porque trata de los sentimientos de las mujeres en un salón. Una escena en un campo de batalla es más importante que una escena en una tienda - en todas partes y con más sutileza la diferencia de valores persiste. Toda la estructura, por consiguiente, de la novela de principios del siglo diecinueve, había sido erigida, si uno era una mujer, por una mente algo desviada de lo recto y obligada a alterar su clara visión en obsequio de una autoriad externa. No hay más que hojear aquellas viejas novelas olvidadas y escuchar el tono de voz en el cual fueron escritas para saber que la escritora está enfrentándose con la crítica; ella decía tal cosa para agredir, tal otra para conciliar. Admitía que era "sólo una mujer", o afirmaba que "valía tanto como un hombre". Salía al encuentro de la crítica según su temperamento, con deferencia y docilidad, o con enojo y énfasis. No importa cuál de los dos; estaba en otra cosa que en la cosa misma. Su libro se nos viene encima. Había una falla en el centro. Y pensé en todas las novelas escritas por mujeres que yacen desparramadas, como manzanas picadas en una huerta, por las librerías de viejo de Londres. Es la falla en el centro lo que las ha podrido. Ella ha alterado sus valores en obsequio de la opinión ajena.

-Un cuarto propio
,
Virginia Woolf

Monday, February 19, 2007

Petición zoonromanticista

Nemus fuscus, quies calida,
focus laris bellatoris pugnax,
diei momentum noctisque pacis,
consectum letitiam, consectum te.

Te, Momenta, saluto hilaris
ac gratis gratus nemi sum,
nulla potentia aut nulla maestitia
in anima mea... in anima mea sunt.

Monday, February 12, 2007

Cantando con mi propia voz

José Vasconcelos eligió, como tema para uno de sus ensayos, de entre tantas obras musicales, la Séptima Sinfonía de Beethoven. Tal vez fue porque esta pieza guardaba algún recuerdo suyo, un pensamiento, un sentimiento… o quizás fue porque “contiene la esencia del alma y la esencia del mundo”, como él mismo escribió.

Sea como fuere, concuerdo con su elección, pues al haberla escuchado repetidas veces, creo poder percibir el efecto emotivo y el goce de la música al que Vasconcelos se refiere en su ensayo. Sin embargo, si me preguntan a mí, que soy mucho menos poética y más anecdótica como Amado Nervo, preferiría escribir sobre una pieza de Tchaikovski que me ha acompañado durante toda mi vida y que guarda un profundo significado para mí: El lago de los cisnes.

A lo mejor les parece muy cursi, pero yo la encuentro, aunque muy diferente, igualmente digna de los halagos que el poeta mexicano le hace a la séptima de Beethoven. Es verdad que no es una sinfonía, que fue escrita en otra época y con otros fines, pero, si uno se toma la molestia de escucharla con atención (de sentirla), se puede encontrar una fuerza atrapada que se va liberando poco a poco, dando paso a una pasión desbordante y embriagadora.

Tal vez no cuento con la elocuencia de Vasconcelos, pero intentaré, con mis propias palabras, expresar el fondo que encuentro en la composición de Tchaikovski.

Cuando tenía cuatro años escuché El lago de los cisnes por primera vez. Es uno de los pocos recuerdos que guardo de esa época; tan sólo era una niña, pero algo en su simplicidad, que al mismo tiempo encierra su propia complejidad, me atrapó. En ese entonces no supe explicarlo, pero hay algo de misterio en la música, combinado con un toque de melancolía y un anhelo irrealizable, pero no por eso débil o frustrado.

Si pudiera dibujarlo, comenzaría con una delgada línea. Poco a poco se iría alzando, levantándose como un gran gigante, impresionante y poderoso. Luego volvería a bajar, pero ya dotado de una fuerza mayor, y se iría complicando para después transformarse en una especie de torbellino, en el cual una serie de sentimientos, desde el más sencillo hasta el más sublime, danzaran en una vorágine armoniosa. Puede parecer ilógico y extraño que utilice conceptos tan contradictorios como torbellino y armonía, pero esa es precisamente la sensación que quiero plasmar: sentimientos encontrados mezclados y expresados con delicadeza y furia al mismo tiempo.

Ahora, después de dieciséis años disfrutando del deleite que me produce esta pieza musical, puedo decir que, además de todo lo que ya he descrito, me transmite una profunda nostalgia, pero en el buen sentido de la palabra. Es una obra de arte que permanece intacta e inmóvil, pero yo he crecido con ella y he sabido encontrarle cambios. ¿O será que los cambios son los míos?