Monday, February 12, 2007

Cantando con mi propia voz

José Vasconcelos eligió, como tema para uno de sus ensayos, de entre tantas obras musicales, la Séptima Sinfonía de Beethoven. Tal vez fue porque esta pieza guardaba algún recuerdo suyo, un pensamiento, un sentimiento… o quizás fue porque “contiene la esencia del alma y la esencia del mundo”, como él mismo escribió.

Sea como fuere, concuerdo con su elección, pues al haberla escuchado repetidas veces, creo poder percibir el efecto emotivo y el goce de la música al que Vasconcelos se refiere en su ensayo. Sin embargo, si me preguntan a mí, que soy mucho menos poética y más anecdótica como Amado Nervo, preferiría escribir sobre una pieza de Tchaikovski que me ha acompañado durante toda mi vida y que guarda un profundo significado para mí: El lago de los cisnes.

A lo mejor les parece muy cursi, pero yo la encuentro, aunque muy diferente, igualmente digna de los halagos que el poeta mexicano le hace a la séptima de Beethoven. Es verdad que no es una sinfonía, que fue escrita en otra época y con otros fines, pero, si uno se toma la molestia de escucharla con atención (de sentirla), se puede encontrar una fuerza atrapada que se va liberando poco a poco, dando paso a una pasión desbordante y embriagadora.

Tal vez no cuento con la elocuencia de Vasconcelos, pero intentaré, con mis propias palabras, expresar el fondo que encuentro en la composición de Tchaikovski.

Cuando tenía cuatro años escuché El lago de los cisnes por primera vez. Es uno de los pocos recuerdos que guardo de esa época; tan sólo era una niña, pero algo en su simplicidad, que al mismo tiempo encierra su propia complejidad, me atrapó. En ese entonces no supe explicarlo, pero hay algo de misterio en la música, combinado con un toque de melancolía y un anhelo irrealizable, pero no por eso débil o frustrado.

Si pudiera dibujarlo, comenzaría con una delgada línea. Poco a poco se iría alzando, levantándose como un gran gigante, impresionante y poderoso. Luego volvería a bajar, pero ya dotado de una fuerza mayor, y se iría complicando para después transformarse en una especie de torbellino, en el cual una serie de sentimientos, desde el más sencillo hasta el más sublime, danzaran en una vorágine armoniosa. Puede parecer ilógico y extraño que utilice conceptos tan contradictorios como torbellino y armonía, pero esa es precisamente la sensación que quiero plasmar: sentimientos encontrados mezclados y expresados con delicadeza y furia al mismo tiempo.

Ahora, después de dieciséis años disfrutando del deleite que me produce esta pieza musical, puedo decir que, además de todo lo que ya he descrito, me transmite una profunda nostalgia, pero en el buen sentido de la palabra. Es una obra de arte que permanece intacta e inmóvil, pero yo he crecido con ella y he sabido encontrarle cambios. ¿O será que los cambios son los míos?

3 comments:

Zoon Romanticón said...

Cerrar los ojos y dejar fluir la música, es un consejo que alguien que conoces me dio. Un gran consejo: aún recuerdo el dolor de cabeza que me gané tras la última vez que lo experimenté.

En otra ocasión lo que sucedió es que lo único que pude expresar después fue el vuelo de un alma.

Alguien más se volvió loco al interpretar un concierto para elefantes. Yo disfruto la pasión que chorrea la paquidérmica pieza.

Algunas notas me hacen llorar y otras recordas. Moon por ejemplo es lo suficientemente potente para llevarme a otros tiempos y otros mundos y, paradoja hermosa, mostrarme lo divinal del presente...

Y así podría seguir con una y mil piezas musicales. Pero, definitivamente, hoy Die Schwanen tienen un significado especial para mí.

E.P.S. said...

Queridísimo pollo amigo,

Comparto un valor simbólico contigo en cuanto a la pieza de Tchaicovsky. Sonaré cursi, pero ni modo: fue una de las semillas de nuestra amistad, entre otros peces en la fuente.

Independientemente, es una de las canciones que se arraigan a las entrañas del alma ("entrañímicas") que permanecen en mí y me hablan de algo nuevo al volverlas a escuchar. Yo creo que eres tú misma la que se descubre al notar los "cambios" en la misma canción, la cual permanece siempre inmutable.

Es hermosa metáfora la de descubrirse a uno mismo a través de una melodía.

[Ahora bien, pienso que la del charco de los patos que me recomendaste está todavía mejor (siempre me hace llorar...)]

Destination said...

Como pequeño dato curioso a ti que quieres ser escritora, eso de los sentimientos encontrados y contradictorios que sin embargo conllevan un significado (ej: lo eterno de un instante), se llama oximorón (me encanta ese nombre)