Ayer me invadió una tristeza profunda en la tarde. La palabra "invadir" está muy choteada en esta expresión, pero no me importa que una frase esté demasiado usada siempre y cuando exprese bien lo que uno quiere decir. El problema del uso repetido es que, a fuerza de escucharse, la frase pierde fuerza y, por lo tanto, la precisión de su significado.
Entonces hay que ponerse a pensar cómo decirlo. Podría ser algo como: "ayer por la tarde fui atacada por una tristeza profunda." Quizás "atacar" suena más violento que "invadir". El punto es que quiero decir eso: que la tristeza fue violenta conmigo y no me dio tregua.
En esos momentos de tristeza profunda y repentina no me quedan fuerzas para pelear contra ella y prefiero entregarme a un rato de completa melancolía. Es más fácil asquearme de tristeza que forzarme a ser feliz; de este modo el asco actúa en mí y me ayuda a dar el paso de la melancolía a la esperanza de un modo mucho más natural.
A veces me pregunto si no llevo un par de años deprimida. Según yo me siento normal, pero a penas bajo un poco la guardia, la tristeza amenaza con "invadirme-atacarme". En esos ataques repentinos me parece que la tristeza siempre a estado ahí. Lo que pasa es que en mi día a día estoy tan ocupada viviendo que se me olvida que estoy triste. Pero entonces tengo un prolongado momento de silencio y soledad... y entonces me percato de ella.
A lo mejor sí estoy deprimida, o "enferma de melancolía", como decían los medievales; suena más bonito, menos farmacológico y algo nostálgico, lo cual me viene bien, pues así es como se siente mi tristeza. No es una tristeza romántica, de esas devastadoras que te desgarran por dentro; tampoco es una tristeza gris y aburrida que se mantiene al margen a punta de Prozac; más bien es una tristeza tranquila y abrumadora. Me llena completa en un segundo y se queda ahí, como un gran perro gordo echado en el sillón con el que prefieres sentarte a ver la tele en lugar de pelarte y forcejear con él para bajarlo.
Pues esa melancolía me atacó ayer, y la dejé ser. Puse una de las películas más emotivas que encontré en mi colección y pasé tres horas viéndola y llorando a moco tendido en mi cama mientras tomaba un cafecito con leche. Me agoté de tanto llorar y me quedé dormida. Hoy desperté con una sed insoportable, los ojos hinchados y el corazón ligero. No había rastros de la tristeza.
Santo Tomás recomendaba combatir la melancolía con baños de agua caliente, comidas ricas y abundantes y compañía de los amigos. Creo que es un buen consejo (me ha servido en algunas ocasiones), pero a veces es mejor optar por una catarsis cruda y grosera. Tengo muchos dolores que exorcizar todavía.
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