Estaba sentada, viendo pasar al tiempo, minuto a minuto. Vivía en un mundo estrecho, bien decorado y de buen gusto, con una chimenea, libros en las repisas y flores en las ventanas. Comía bien, descansaba lo suficiente y bebía con moderación. Se ahogaba, pues lo tenía todo y, a la vez, nada.
Ese día decdió levantarse y salir de esa vida controlada y vacía. Caminó descalza por la calle mientras llovía, sin miedo a resfriarse y sin importar lo que pensaran los vecinos. Gritó, bailó y besó al muchacho de la esquina, que siempre le había gustado. Tomó una manzana del puesto de frutas y se la comió sin lavarla. Entró empapada a la tienda de música y tocó el hermoso piano de teclas inmaculadas, tarareando una vieja canción de niños. Entonces lloró.
Ese fue el último día y el primero de su vida.
Ese día decdió levantarse y salir de esa vida controlada y vacía. Caminó descalza por la calle mientras llovía, sin miedo a resfriarse y sin importar lo que pensaran los vecinos. Gritó, bailó y besó al muchacho de la esquina, que siempre le había gustado. Tomó una manzana del puesto de frutas y se la comió sin lavarla. Entró empapada a la tienda de música y tocó el hermoso piano de teclas inmaculadas, tarareando una vieja canción de niños. Entonces lloró.
Ese fue el último día y el primero de su vida.