Empecé a escribir cuando me di cuenta de que las letras eran mi modo de acceso a ese mundo de fantasía e irrealidad que tanto me gustaba. El mundo real no me satisfacía. Era feo, desagradable y muy decepcionante. Los árboles sólo eran árboles, mientras que en mi mundo eran vida pura. Aquí había muerte y corrupción, mientras que allá había sacrificio y trascendencia. Mis sueños me seducían incluso cuando estaba despierta y prefería imaginar un diálogo con un personaje ficticio que entablar una conversación con una persona verdadera.
Recuerdo perfectamente aquellos momentos en los que me encontraba en clase y, de pronto, todo a mi alrededor se cubría con un velo nebuloso y entonces la fantasía se me aparecía nítida y casi tangible. Y era emocionante, pues yo era señora y soberana de aquel lugar maravilloso que me proporcionaba infinitas posibilidades. En esos instantes mágicos escribí todos mis cuentos de temprana juventud, en hojas de cuaderno y con letra temblorosa por la impaciencia y la sensación de aventura.
Puede sonar exagerado, pero en verdad había días en los que nunca bajaba de mis nubes. Despertaba en la mañana como en un sueño y todo el día me dedicaba a evadirme en mis pensamientos. Inventaba historias, escribía, escuchaba música y dejaba todo lo demás con tal de poder seguir soñando. A diferencia de mis compañeras, a mí me encantaban los largos viajes cotidianos en el camión de la escuela, pues eran el momento perfecto para perder la mirada en la ventana y sumergirme en las delicias de mi pensamiento.
Tenía una sola musa, con la cual logré tener una verdadera amistad, pero era la única a la que dejaba entrar a mi mundo de ensueño. Y ella también se dejó atrapar por su belleza. Yo escribía pensando en ella, para que ella me leyera, nadie más. Juntas inventamos todo un universo al cual nade ha podido ni podrá tener acceso jamás, pues solamente se puede entrar a él cuando uno mismo lo construye con su propia alma.
Ese universo se convirtió en nuestro refugio, nuestro hogar. Con nuestras manos divinas creamos hadas, brujas, héroes y dragones. Poníamos nombres y colores a ideas y sentimientos, y juntas nos reíamos de ese cascarón vacío y gris que era la realidad.
Pero no todo era hermosura. Había momentos en los que bajaba la guardia y entonces me atacaba. Me sentía hueca, insatisfecha, triste y miserable. Me hundía en un hoyo profundo y oscuro del cual ni siquiera mi musa me podría sacar. Estaba sola y lo sabía, y tenía miedo.
Al principio no era muy difícil evadirlo. Seguía ahí, pero yo lo revestía con mi magia y dejaba de verlo. El problema fue que comenzó a aumentar. Entre más crecía yo, más grande se volvía el hoyo de dolor e insatisfacción. Cada vez me atrapaba con mayor frecuencia y me restregaba mis miserias en la cara.
Un día me levanté y me di cuenta de que mi magia desaparecía. No pretendo que esto parezca una metáfora, pues lo quiero decir literalmente: la magia se me escapó de las manos. Un día en específico de mi vida, me tuve que enfrentar a la realidad, porque la fantasía se negaba a ayudarme. Mi pluma se secó y mis personajes ya no me hablaban. Había despertado y no podía volver a dormirme, no podía soñar.
Entonces tuve que enfrentarme con mi soledad. Me encontraba desnuda frente ese enorme hueco, tan grande que ya era insoportable. Y seguía creciendo.
Ya no podía evadirme, así que intenté solucionar ese problema. Quise llenar el hoyo de muchas maneras, pero no me funcionaron del todo. Me volví una idealista exacerbada y me llené de metas y causas sociales. Terminé la preparatoria hundida hasta la nariz en política y en proyectos tan gigantescos que no podía cargarlos aunque lo intentaba. Pronto me di cuenta que estaba desbordando mi pasión en un vaso que nunca se iba a llenar. Me desesperé y me volví gris. Intenté entrar otra vez a mi mundo, pero no me dejaba. Mis cuentos y mis cartas cada vez eran más secos. Abandoné a mi musa sin quererlo. Cerré poco a poco esa puerta sin saber cómo evitarlo. Entonces me quedé sola del todo.
Es curioso, pero sólo cuando me hundí absolutamente y toqué fondo, fue que me encontré a mí misma. No era nada espectacular; tan sólo era yo, simple y real. Entonces fui libre de verdad para buscar un sentido. El hoyo estaba ahí, pero ya no me asustaba y me dediqué a escalarlo. En el camino me he encontrado a muchas personas que también suben conmigo. Poco a poco me he dado cuenta de que el hoyo nunca se puede llenar del todo, que siempre queda un huequito. La diferencia es que ya no lo ignoro y busco algo para rellenarlo. Sigo adentro de ese hoyo, pero detrás de mí hay un mundo de cosas que lo habitan. Cosas reales. La fantasía y la magia también están ahí y las visito de vez en cuando, pero ya sé que no alcanzan para abarcar este túnel que sigue creciendo.
Hoy sigo caminando, y veo luz al fondo. Estoy aprendiendo a escribir de nuevo.