Saturday, April 28, 2007

Un poco de idealismo quijotesco

Esta es una cita que alguna vez ya publiqué en uno de los blogs, pero quise recordarla. De vez en cuando es necesaria una buena reflexión para seguir adelante y no rendirse tan fácilmente.




"Me gustó mucho el resumen que hizo Pedro de su mes de verano en Ruanda, echando una mano a su padre en un dispensario. Cuando le vi se lo dije, y de paso le pregunté si el esfuerzo del voluntariado no es algo quijotesco e inútil, como una gota en el océano de miseria del Tercer Mundo. Tu primo me invitó a ir con él este verano y me explicó que eso mismo pensaba él hasta hace poco…, en concreto hasta cierto día en que paseaba con su padre por Playa América. Con la marea baja habían quedado sobre la arena cientos o miles de estrellas de mar. Su padre, de vez en cuando, se agachaba a coger una y la arrojaba al agua. "Si no las devuelvo al mar, morirán por falta de oxígeno", explicó. Pero tu primo le hizo ver que solo podría salvar a unas pocas estrellas, y que muchísimas más morirían en la arena de esa y de otras muchas playas.

-¿No estás haciendo algo que no tiene sentido?

Tu tío sonrió, se agachó una vez más y lanzó al agua otra estrella.

-Para esa sí lo tuvo- replicó. "
-José Ramón Ayllón,
El diario de Paula.

Monday, April 09, 2007

Viviendo en Nunca Jamás




Soy una gran fan de los cuentos de Hans Crhistian Andersen. No puedo evitarlo. Desde niña me sedujo con la historia de los cisnes salvajes, salvados por su bondadosa hermana Elisa, y con su sirenita que, por amor al príncipe, decide convertirse en espuma blanca del mar.

Cuando era chica, mi mamá, mujer amante de la cultura y adicta a la palabra escrita, acostumbraba leernos cuentos a mí y a mis hermanos antes de dormir. Desde los clásicos, como Blancanieves y Caperucita Roja, hasta los modernos y chistosos, como las aventuras de Quique Botana y su pandilla.

También recuerdo a mi abuelita, la cual nos contaba sus propias versiones de los cuentos cuando nos quedábamos a dormir en su casa. A ella siempre le han gustado las historias de acción y le fascinan las películas de Swartzenegger y Van Dame, por lo que disfrutaba enormemente contándonos los cuentos originales, en donde la suegra de la Bella Durmiente resulta ser un ogro malvado que desea cocinar a sus nietos y las hermanastras de la Cenicienta se cortan un talón o un dedo del pie para que les entre la zapatilla de cristal. Sin embargo, también tenía su lado amable, pues, además de sus gustos extravagantes, goza de una imaginación prodigiosa. Así pues, cuando se le acabó su repertorio de cuentos brutales, comenzó a inventar los propios. Muchos de ellos iban acompañados de alguna enseñanza moralizante, porque, al fin abuela, tenía muy clara su responsabilidad de educadora para con nosotros.

Sea como sea, desde pequeña aprendí que la mejor forma de conocer al mundo y al hombre, es a través de los cuentos. Empecé a seguir las historias con los dibujos, algunos bonitos y otros no tanto, hasta que pude leerlos por mí misma. Primero me acerqué a los libros de fábulas, los cuales me brindaron varias horas de deleite y diversión, pues, a diferencia de Francisco Monterade, a mí ya no me tocó tener que memorizar los versos de “La cigarra y la hormiga” en francés, sino que pude leer libremente en español, en prosa y en una letra tamaño veinte.

Entonces conocí las películas de Disney y mi heroica sirenita de cabellos dorados se convirtió en una sirena rebelde de melena roja. Aún así, seguí disfrutando de historias maravillosas y conmovedoras que me alejaban del mundo y me acercaban a él al mismo tiempo.

Ahora mis libros de cuentos se encuentran medio abandonados en un librero. De vez en cuando, los rescato del olvido, les quito el polvo y vuelvo a experimentar, a veces con nostalgia, las historias de mi niñez. Me sorprende, por otro lado, que mientras yo todavía soy capaz de emocionarme con el Patito Feo, las generaciones que vienen debajo se aburren si no ven unos cuantos disparos y, de preferencia, sangre que se vea “real”. Y escribo “ven”, porque ya no son capaces de escuchar un cuento narrado por un cuentista. Son niños hechos con imágenes y ya no entienden nada si no es a través de efectos audiovisuales.

Entiendo que los tiempos cambian y que todos crecemos con los avances y la tecnología de nuestra época, pero aún no puedo resignarme a perder el recuerdo de la voz de mi mamá por las noches, los hermosos dibujos de los libros o las apasionantes aventuras narradas por mi abuela. En especial cuando me siento a ver una nueva película de Pixar (la que sea) tan computarizada, tan sosa y tan carente de valores o ideas profundas. Yo confío en que los niños de ahora son tan inteligentes y capaces como lo fuimos nosotros, pero pareciera que los caricaturistas (si es que se les puede llamar así todavía) creen que las películas infantiles deben ser estúpidas para que los niños las puedan entender.

Pero qué sé yo de estas cosas. A fin de cuentas, tan sólo soy una joven que todavía cree en los cuentos de hadas.