Wednesday, September 26, 2007

Ahora es mi turno de hablarles sobre mi castillo

Mi castillo es bastante peculiar. Está construido sobre una saliente elevada que da al mar. No tiene un estilo determinado ni está compuesto de un mismo material. Hay partes que son de piedra, otras de madera, metales de diferentes aleaciones, ladridos, adobe, cemento y muchas otras cosas. Tampoco tiene una estructura común, sino que todas las habitaciones, de diferentes tamaños, están repartidas desordenadamente, construidas unas encima de las otras. Pero lo más característico de mi castillo es que desde su centro crece un árbol gigante, el más grande que haya existido jamás: lleno de hojas verdes y sanas, hermoso, frondoso y con unas ramas tan largas y anchas que se puede caminar por ellas como si fueran pasillos. Para subir a la copa, hay una serie de elevadores de madera atados con cuerdas, parecidos a los columpios, pero mucho más espaciosos. Suben muy despacio, de modo que uno puede admirar todo el castillo, el mar y los alrededores. Al verlo por fuera te da la impresión de ser una ciudad amurallada que rodea al fabuloso árbol.

El lugar en donde se levanta, es hermoso y tranquilo. Desde él se puede escuchar el sonido de las olas al romperse contra la saliente de piedra. Sin embargo, desde otro lado de la extraña construcción, uno puede ver un hermoso campo cubierto con geranios rojos que resplandecen al sol. Un camino de tierra atraviesa el campo, alejándose de la altura de la saliente y adentrándose en un bosque profundo y misterioso, tan antiguo que sus árboles de cortezas arrugadas se alzan infinitamente hacia las alturas, aunque nunca como mi adorado árbol. A veces, cuando quiero estar sola y pensar un poco, camino por ahí, escuchando el silencio del bosque, respirando el olor de la tierra húmeda, y sintiendo la vida que muere y se renueva a mi alrededor. También acostumbro visitar a mi flor azul; la que vive debajo de un sabio roble y que me habla acerca de Dios y del Amor. Por eso es que mi castillo no tiene jardines en su interior: no los necesito.

Mi castillo está lleno de puertas y ventanas de todos los tipos, tamaños y colores. Las hay grandes, pequeñas, feas, torcidas, elegantes, viejas, nuevas… Absolutamente todas están abiertas, pero no se puede entrar por cualquiera. Cada quien tiene que buscar un poco para encontrar la puerta indicada, la que tiene el tamaño y las características apropiadas para poder pasar por ella. Ya una vez adentro, el visitante podrá darse cuenta de que el interior de la extravagante fortaleza es bastante agradable. No es perfecto, pues es un lugar muy grande y siempre hay algún rinconcito que debe limpiarse mejor y algunas esquinas que necesitan ser pulidas, pero, en general, yo lo encuentro bastante acogedor. No hay una sala principal, como una especie de recibidor o algo así, porque cada persona entra por una puerta que lo lleva a una sala diferente, de modo que todos los que han entrado tienen una impresión diferente del lugar, pues conocen tan sólo algunos aspectos. Hay visitantes más frecuentes que han podido visitar más salas y conocerlo mejor. También los hay, aunque más escasos, que han decidido quedarse como huéspedes indefinidos en mi castillo. Por ellos es que intento tener todas las recámaras arregladas, limpias y en orden, pues quiero que se sientan cómodos y bien atendidos.

Entre las muchas curiosidades que tiene mi castillo, hay una biblioteca enorme en donde guardo mis conocimientos. Sin embargo, no es una biblioteca convencional: no hay libros ni estantes, sino un montón de hojas sueltas y dobladas a la mitad, las cuales vuelan tranquilamente utilizando sus extremos a modo de alas. Cada hoja es de un material diferente (pergamino, amate, papel…) y cada una tiene escrito algún pensamiento, recuerdo o aprendizaje que obtuve de al leer un libro, viendo una película o escuchando el consejo de algún amigo. Por lo general, las hojas son dóciles y se dejan leer sin problemas, pero también pasa que algún pensamiento desagradable te hace una cortada en la piel con sus afiladas esquinas cuando intentas acercarte. Lo bueno es que esos papeles son de muy mala calidad y se deshacen fácilmente con el tiempo.

También tengo una sala de música, en donde se puede escuchar de todo. No tengo discos ni reproductores de sonido, pero basta con pensar en alguna melodía para poder escucharla en vivo. Puede ser de alguna canción existente o tan sólo de una melodía improvisada por la inquieta mente de algún visitante. En ese cuarto, la música se llena de colores y las melodías vuelan por el aire, como ondas de pintura, y forman hermosas imágenes en las paredes blancas.

Mi cocina, curiosamente, es muy pequeña y de un estilo muy mexicano y conservador. Me encantan el barro y los azulejos, pero cuando cocino lo hago con los instrumentos propios de mi época (tengo que admitirlo: soy hija del teflón). No tengo chef ni ratas cocineras, pues prefiero cocinar yo, en especial cuando tengo invitados.

Otro lugar que visito con frecuencia, es el observatorio, desde donde puedo divertirme viendo los astros. Pero si de estrellas se trata, prefiero ir a mi lugar favorito de todo el castillo: la estancia que se encuentra en torre más alta. Para llegar a ella hay que subir una enorme escalera de piedra que rodea por dentro la pared de la torre circular conforme va subiendo. El centro de la torre es hueco, por lo que al subir uno se puede asomar al centro y ver la oscuridad del abismo interminable que uno va dejando atrás. Al llegar hasta arriba, uno se encuentra con una estancia casi en ruinas. No hay techo y las paredes están cubiertas casi por completo por una enredadera que se coló por entre las piedras y que creció con el transcurrir del tiempo. Lo único que hay en ese lugar es un enorme colchón de plumas, cubierto por una tela suave y agradable al tacto. Es casi como un edredón gigante, pero mucho más grueso y esponjado. Es tan grande que cubre casi todo el piso de la estancia. Ahí me gusta acostarme, a veces sola y a veces con mis amigos, a mirar las estrellas. Es un lugar que todos los que han entrado en mi castillo conocen y respetan. Incluso mi árbol suele quitar sus ramas de esa parte para no obstruirme la vista. Puedo pasar horas enteras en ese lugar, observando la bóveda celeste y platicando con la gente que quiero. En ocasiones hablamos de cosas serias, en otras reímos juntos y también nos consolamos, pero casi siempre compartimos sueños y promesas, hablamos de la vida, de países lejanos y de nuestras aventuras cotidianas. También es un lugar que funciona como santuario, en el cual descansamos del mundo y de las cosas que no nos gustan.

El único problema de ese cuarto es que no hay escaleras para bajar, pues los escalones de piedra sólo sirven para acercarse al cielo. Por eso hay que aventarse por el obscuro abismo del centro de la torre. Es difícil y da bastante miedo (a mí, en especial, me da mucho vértigo), pero vale la pena hacerlo, pues siempre que uno baja de esa torre, regresa transformado.

12 comments:

Emilia Kiehnle said...

Obviamente, no encontré una imagen en interner que me satisficiera para ilustrar mi castillo, pero prometo hacer un dibujo pronto y publicarlo.

Zoon Romanticón said...

Hay una leyenda que cuenta la historia de un árbol y una flor, otra que habla del nacimiento de un claro de bosque, pero ninguna como la metafórica leyenda de esta construcción.

E.P.S. said...

Sería muy interesante ver ese dibujo :D No puedo esperar para verlo.

Me encantó tu árbol! Wow! Y la idea de la biblioteca llena de hojas que pasean a su free will... Tu torre es un lugar que creo haber visitado y que ha hecho que me asombre de tí y de mí misma ;) Gracias por compartirla, mujer!

Alberto Tensai said...

Realmente me gusta mucho ir a tu castillo, mujer. En particular, esa almohada gigantesca de tu torre es un sitio muy pacífico y creo que si algo aprecio hoy en día en mi vida es un momento de paz.

Gracias por esos momentos. Me dijiste que te gustaría conocer mi Torre Oscura algún día... en realidad, aunque son sitios muy diferentes, comparten muchas cosas también...

RED SHOES GIRL said...

me encnato tu castillo, encuentra un principe

Zoon Romanticón said...

¿Un príncipe?, ¿y para qué?

E.P.S. said...

sí! ´salvo en los cuentos de hadas, no sirven para nada! >:D

Emilia Kiehnle said...

Jajaja! No, prefiero a mi sapo, jajaja!. De verdad, los anfibios pueden parecer repugnantes, pero tienen muy buenas cosas, jaja.

Ya, hablando en serio, ya tengo un príncipe, aunque gracias por el buen deseo.

Alberto Tensai said...

El feminismo no te sienta bien, Artemisia.

Zoon Romanticón said...

No es feminismo, Tensai, es puritita conciencia, jeje.

pajaro de fuego said...

he podido obserbar que hablar de un roble,y corriendo he salido de casa para ir al castillo coger un lienzo blanco y una hoz de oro, despues corrí como una loca montaña arriba para ir al valle de los dragones, pero uno me cogió y me llevó volando, ya en el valle ví a quien buscaba, al druida (sí hombre como Panoramix, el de Asterix y Obelix)le dí el lienzo y la hoz, tras esperar una noche allí me trajo en el lienzo unas ramas de múerdago sin bolitas.me dijo:
Dile a tu amiga que esta planta es una planta que alivia dolores, si estas envenenado te desenvenena, es símbolo de fortaleza, es el símbolo de semidios, deseale suerte y mándaselo para que se lo coloque al roble, del que chupará su sabia sin hacerle daño a éste.
Yeso es lo que me dijo. Aqui te dejo el lienzo con el muérdago,si lo quieres o no poner en tu paisaje mental es tu decisión.

Destination said...

¿Hay acceso al mar para nadar?