Tuesday, November 25, 2008

Sensación parmenidea

¿Saben cómo se siente el vacío? Seguramente alguna vez les ha pasado.

No es metáfora. No pienso decir nada profundo ni poético. Es la vil y contingente realidad: literalmente siento un hoyo en mi estómago. No es propiamente hambre, porque no siento ese movimiento revoltoso que gruñe, quejándose por la falta de alimento. Sé que podría calmarlo con comida, pero no tengo antojo de nada. De hecho, siento un poquito de asco cuando pienso en comer.

Siento vacío. Es la única forma que tengo para describirlo. Es como un hueco enorme que va desde mi garganta hasta mi abdomen. Sé que está ahí porque lo siento. ¿Cómo se siente un vacío, algo que no es? Ni idea, pero así pasa.

Lo que me consuela es que en algún momento este vacío horrible se hará consciente de sí mismo y se transformará en hambre. Va a ser desagradable, porque va a empezar a molestar. El inexistente vacío se va a retorcer y a doblarse sobre sí mismo, tratando de destruir algo que de hecho nunca hubo. Voy a sentir un poco de desesperación y ansiedad. Mi mente se va a nublar y sólo voy a poder pensar en la hora del descanso para correr a la cafetería a comer algo y calmar el sufrimiento. Pero será mejor sufrir, pues al menos habrá algo. El dolor molesta, pero se puede calmar. El vacío, en cambio, es un enemigo invisible. Es nada.

Pronto tendré un enemigo con el cual luchar, pero en este instante estoy inmóvil. Enfrentarse al vacío es perderse un poco en la inexistencia.

Thursday, November 06, 2008

El chocolate sabe a placer incluso cuando es amargo

Por lo general, cuando veo cine francés, salvo muy contadas excepciones, me quedo con una sensación de vacuidad muy desagradable. Las únicas dos películas francesas que me transmitieron mucha pasión, alegría y vitalidad, fueron Amélie y Cyrano de Bergerac. Será que tengo poca cultura al respecto.

Hoy vi una película francesa llamada "Todas las mañanas del mundo". Me gustó. Tuve esa sensación de vacuidad y hubo imágenes que se me antojaron trágicamente grises, pero logró su cometido. Hoy estoy conmovida y llena de un profundo dolor; pero no de un dolor que lleva al llanto ni el que oprime el pecho, sino más bien es esa clase de dolor abstracto y casi etéreo que se queda flotando en el ambiente.

El dolor que me transmitió esta película es propio de la belleza cuando se viste de tristeza. Llena en lo estético y vacía en lo moral, pero al final completa en lo conceptual.

Corriendo el riesgo de que se pueda interpretar como una patología y teniendo la certeza de que se trata de otra clase de locura, puedo decir que hoy disfruté saborear ese sufrimiento. Hoy entendí y experimenté la delicia del dolor artístico.