Thursday, July 31, 2014

Renacimientos cotidianos



Ayer me invadió una tristeza profunda en la tarde. La palabra "invadir" está muy choteada en esta expresión, pero no me importa que una frase esté demasiado usada siempre y cuando exprese bien lo que uno quiere decir. El problema del uso repetido es que, a fuerza de escucharse, la frase pierde fuerza y, por lo tanto, la precisión de su significado. 

Entonces hay que ponerse a pensar cómo decirlo. Podría ser algo como: "ayer por la tarde fui atacada por una tristeza profunda." Quizás "atacar" suena más violento que "invadir". El punto es que quiero decir eso: que la tristeza fue violenta conmigo y no me dio tregua. 

En esos momentos de tristeza profunda y repentina no me quedan fuerzas para pelear contra ella y prefiero entregarme a un rato de completa melancolía. Es más fácil asquearme de tristeza que forzarme a ser feliz; de este modo el asco actúa en mí y me ayuda a dar el paso de la melancolía a la esperanza de un modo mucho más natural. 

A veces me pregunto si no llevo un par de años deprimida. Según yo me siento normal, pero a penas bajo un poco la guardia, la tristeza amenaza con "invadirme-atacarme". En esos ataques repentinos me parece que la tristeza siempre a estado ahí. Lo que pasa es que en mi día a día estoy tan ocupada viviendo que se me olvida que estoy triste. Pero entonces tengo un prolongado momento de silencio y soledad... y entonces me percato de ella. 

A lo mejor sí estoy deprimida, o "enferma de melancolía", como decían los medievales; suena más bonito, menos farmacológico y algo nostálgico, lo cual me viene bien, pues así es como se siente mi tristeza. No es una tristeza romántica, de esas devastadoras que te desgarran por dentro; tampoco es una tristeza gris y aburrida que se mantiene al margen a punta de Prozac; más bien es una tristeza tranquila y abrumadora. Me llena completa en un segundo y se queda ahí, como un gran perro gordo echado en el sillón con el que prefieres sentarte a ver la tele en lugar de pelarte y forcejear con él para bajarlo. 

Pues esa melancolía me atacó ayer, y la dejé ser. Puse una de las películas más emotivas que encontré en mi colección y pasé tres horas viéndola y llorando a moco tendido en mi cama mientras tomaba un cafecito con leche. Me agoté de tanto llorar y me quedé dormida. Hoy desperté con una sed insoportable, los ojos hinchados y el corazón ligero. No había rastros de la tristeza. 

Santo Tomás recomendaba combatir la melancolía con baños de agua caliente, comidas ricas y abundantes y compañía de los amigos. Creo que es un buen consejo (me ha servido en algunas ocasiones), pero a veces es mejor optar por una catarsis cruda y grosera. Tengo muchos dolores que exorcizar todavía. 

Wednesday, July 16, 2014

Re-aprendiendo a esperar

Nunca pensé que sentir esperanza fuera un ejercicio tan difícil. A mí siempre se me ha dado de manera natural; pasara lo que pasara, sufriera lo que sufriera, la esperanza siempre surgía rebelde de mi pecho acongojado para gritarme con violencia y ardor: "¡hay sentido!"

Lo sigo creyendo con la misma firmeza de siempre, pero, por primera vez en mi vida, me está costando trabajo experimentarlo. La esperanza no está viniendo a buscarme como de costumbre, sino que tengo que detenerme en mi día a día para buscarla, cuidarla y protegerla del miedo.  

Este cambio no es algo casual; evidentemente tiene que ver con que cargo con un corazón roto que no sé cuántas veces más pueda remendar. ¿Habrá límites para los remiendos? Me gusta pensar que siempre quedará un pedacito de carne limpia para poder meter la aguja y sostener el resto con un hilito. Deforme y desaliñado, mi pobre corazón, pero palpitante. Eso debe ser suficiente para alojar a la ardiente esperanza.

Lo bueno de esta nueva experiencia -de tener que salir a buscar algo que antes daba por sentado- es que me ha hecho pensar mucho.

Hace poco leí la historia de una mujer que hablaba sobre la infertilidad y el dolor que le produjo darse cuenta de que no podía tener hijos. Ella escribió que "la esperanza no es la presuntuosa anticipación de una realización, sino el poder de aceptar pacientemente un ‘aún no’." Esta frase hizo un sentido muy profundo en mí. Quizás la esperanza ya no viene solita a mí porque ya no necesito esa esperanza rebelde y gritona de mi adolescencia. A lo mejor tengo que encontrar una esperanza más paciente y adulta, una que sepa mantenerme tranquila ante el miedo y la incertidumbre. 

Creo que el tipo de esperanza que estoy buscando se parece más a la confianza o a la paz.