Monday, May 12, 2014

Cuando el amor se confunde con la obsesión



Por lo general no me enojan tanto los ataques de personas que no comparten mi fe ni comprenden mi religión, porque entiendo que sus críticas muchas veces son resultado de ignorancia (o de malas experiencias con católicos incoherentes, que viene a ser lo mismo). Lo que sí no puedo tolerar es el ataque frontal y negativo a la institución de la Iglesia (entendida en toda la extensión de la palabra, para quien entienda) por parte de personas que están dentro de la misma, que conocen la fe y dicen vivir conforme a las enseñanzas de Cristo. 

La crítica es crítica, nada más. La denuncia no cambia al mundo: ciertamente hay que tener la valentía de apuntar los problemas, pero eso es nada más el primer pasito. Es verdaderamente valiente el que se atreve a ver lo bueno del mundo y a tratar de transmitirlo, el que no se queda en la denuncia, el que sabe ver más allá. 

El santo es el que se vuelve transparente para que la luz de Cristo ilumine a los que lo rodean, no el que se dedica a ensombrecer la vida y la fe de los demás. "Pobre de aquél que escandalice el alma de un inocente", dijo nuestro Señor a Sor Faustina. Y sí, pobre de él, porque se pierde la parte más hermosa de ser católico.