Wednesday, April 23, 2014

P.D.



Esta temporada de ceniza sangré como nunca. Arrastré mi vida como si fuera una sombra cargada de plomo. Pero llegó el día de los colores. No sé cómo, pero los colores dieron paso a la luz. Hoy camino más tranquila. Ya no siento el peso de la sombra. De nuevo tengo ganas de sonreír. 

Siempre pienso que te vas a tardar mucho más y me preparo para soportar y tener paciencia, pero eres rápido, muy rápido (acudes con la prisa del amante que va a ver a su amada). Tienes "buena mano" para arrancar escamas. Gracias.

Friday, April 11, 2014

No te puse tu nombre: lo descubrí

Aunque me rompa




Sabes -en el fondo lo sabes- que no te pide que seas feliz, al menos no así. Él no es simplote y miope como tú, Emilia. Él sabe, mejor que nadie, lo que es sufrir carencia, lo que es vivir abusos, lo que es sentir profunda y dolorosa pérdida. Él lo ha vivido en carne propia (literalmente carne). 

Él no te pide que seas feliz, porque sabe que no puedes, no tienes la capacidad y este mundo tampoco puede dártela: ambos, tú y el mundo, están rotos.

Lo único que te pide es que lo dejes actuar en ti, porque Él sí puede llenarte, Él sí puede curar esas horribles cicatrices que amenazan con podrir tu alma. El problema es que abrirte para recibirlo te va a doler, mucho más que las carencias, mucho más que las pérdidas y las decepciones. Estos males se te antojan como amigables refugios contra el dolor de la apertura, porque te permiten ser víctima, porque así puedes recibir la lástima, las palmaditas y la admiración de los demás. 

Para abrirte vas a tener que dejar que te termine de romper; vas a sentir cómo te abre y te abre hasta que ya no puedas más, hasta que pienses que te vas a morir del dolor. Tu misión es permanecer firme y confiar en Él, aunque esté permitiendo que sufras así.

Al final de esa ruptura, te vas a dar cuenta de que necesitabas quebrarte así, necesitabas romper las escamas laceradas y escarpadas para renacer en tu piel de mujer.

Ya lo has vivido, Emilia, por eso sabes que es así, te consta. Sin embargo, tienes miedo, porque te acuerdas lo difícil que fue. Estás enojada, pues no entiendes por qué tienes que pasar otra vez por lo mismo. Mientes: sí lo entiendes, es sólo que te está costando trabajo aceptarlo. Sabes que mientras vivas, estarás sometida a esta prueba, una y otra vez. Y eso no es Su culpa, Él no quisiera que sufrieras (Él no quiso sufrir y morir así), pero sabe que es la única manera de salvarte, y te ama, te ama tanto...

Daría todo, hasta la última gota de su sangre, hasta el último aliento de su cuerpo y aún hasta lo más sagrado de su alma para evitarte este dolor. Y lo hace. 

No te pide nada: te lo da todo. Lo único que tienes que hacer es aceptarlo.

Guarda silencio en tu alma, aleja el ruido de los lamentos y de los miedos para que puedas escucharlo.


Preparo mi corazón para ti, Señor. Está estrujado y duro como piedra, y yo no lo puedo abrir. Te lo ofrezco así de feo como está, aunque me dé un poco de vergüenza, porque sé que Tú puedes hacerlo digno de Ti. Ábreme, aunque me duela; ábreme, aunque me deshaga en el proceso.