Friday, May 18, 2012

Estudiar para ser incómodos

Llevo tanto tiempo estudiando y tratando de entender a profundidad mi religión que se me olvida que la mayoría de la gente, incluso los que se llaman a sí mismo católicos, tienen una noción muy distinta de lo que realmente significa ser cristiano.

Particularmente me llama la atención esa idea, aparentemente generalizada, de que la Iglesia católica se dedica a juzgar a los demás. Como si fuera una especie de "big brother" que decide quién es bueno y quién es malo, y que tiene una enorme lista de reglas morales que hay que seguir para ser parte del club.

Es una visión tan exagerada y tan trunca... Es tan infantil como decir que los católicos pensamos que de hecho hay un infierno lleno de fuego y diablitos rojos con cola y cuernos, y que en el cielo hay nubes y angelitos desnudos y regordetes que se pasan el día tocando arpas. Así de ridículo me parece a mí, pero me he dado cuenta que para los demás no lo es tanto. Sí hay gente (mucha, tristemente) que de hecho piensa que los católicos juzgamos a los demás y que vamos por la vida con aires de superioridad, creyéndonos los dueños de la verdad y del bien. Sí hay quienes piensan que la Iglesia "impone" una serie de reglas y su forma de pensar a los demás, y que amenaza con las desgracias del infierno a quienes no la siguen. 

Realmente me pregunto, ¿los que dicen estas cosas se habrán tomado la molestia de escuchar alguno de los discursos del papa? Es un señor que se dedica a hablar del amor y la misericordia de Dios, que no deja de repetir que todos somos dignos de la salvación y que debemos imitar a Jesús, es decir, que debemos ser buenos, coherentes, perdonar a los demás, tratarlos bien y no juzgarlos. No hay mayor ejemplo en la historia de alguien que supo perdonar y no juzgar con dureza a los demás que Cristo. No hay otra institución, al menos no que yo conozca, tan abierta e incluyente como la Iglesia católica. 

Me parece ridículo que se nos acuse de tanta cerrazón y fanatismo. Sí hay fanáticos, pero no sólo en la Iglesia, y no somos la mayoría. El fanatismo es malo en cualquiera de sus formas. El fanático no tiene un conocimiento profundo de lo que cree y carece de espíritu crítico. La crítica que engloba a la Iglesia en su conjunto y que la ataca como un todo sólo porque en ella se han dado casos de individuos incoherentes, también tiene tintes de fanatismo. 

La violencia es resultado de la ignorancia. Para criticar a la Iglesia, hay que conocerla primero. La verdadera religión católica no es nada de esto. Si alguien juzga y maltrata a otra persona en nombre de Dios y de la Iglesia, en realidad no se está comportando conforme al verdadero catolicismo. 

El cristiano tiene la responsabilidad de transmitir lo que él cree como verdadero. A eso es a lo que le llamamos evangelización. Por eso los católicos no podemos permanecer indiferentes ante la realidad; tenemos forzosamente que tomar un partido. Por eso no apoyamos la homosexualidad, ni el aborto, por ejemplo, pero esto no quiere decir que tengamos el derecho a juzgar a un homosexual o a una muchacha que abortó. Al contrario, tenemos la obligación de respetar a los demás, de tratarlos con dignidad y ayudarlos en la medida de nuestras posibilidades. Nuestra obligación como cristianos es decir que no estamos de acuerdo ni apoyamos este tipo de cosas porque son caminos que no llevan a la felicidad, porque son elecciones que hacen daño a las personas que las toman. Pero nada más. Decir que la homosexualidad no es el camino para la felicidad no es lo mismo que ser homofóbico. No ser "pro gay" no es lo mismo que rechazar a una persona homosexual, maltratarla o hacerla sentir mal. 

Me hierve la sangre cada vez que veo o me entero de maltratos e injusticias cometidas por católicos en nombre de su fe, y me entristece que los demás, al ver estas actitudes, reduzcan a eso toda una institución, a toda una creencia y una forma de vida. Mi religión es mucho más profunda y hermosa. Mi Dios es el Dios del amor, no del odio y del desprecio. 

El Dios en el que creo es justo, porque es la Verdad, pero también es misericordioso, porque es el Amor. Y me pide que trate de imitarlo, es decir, me pide que sea coherente, que no me quede callada y diga la verdad, pero también me pide que no juzgue a los demás, me pide que sea comprensiva, que perdone. 

Muchas personas me preguntan cómo puedo creer en este Dios y seguir creyendo en una institución como la Iglesia, que ha hecho tanto mal en su nombre. Y yo contesto: de la misma forma que sigo creyendo en mis amigos cuando cometen un error o cuando hacen algo que no está bien. Mi Dios no me pide que sea perfecta y que jamás me equivoque, pero sí me pide ser humilde y rectificar cada vez que me dé cuenta de que hice algo mal. Si yo misma soy incoherente a veces, ¿con qué derecho voy yo a decir que alguien es digno o indigno de Dios? ¿Con qué derecho voy yo a juzgar a toda la Iglesia por sus errores? Eso no nos toca a nosotros. 

Me he dado cuenta de que los católicos somos realmente incómodos. Y no podemos ser cómodos para la sociedad porque tenemos la exigencia de ser coherentes con la verdad. Pero para ser coherentes con algo, primero tenemos que conocerlo. Ser incómodo no es lo mismo que ser violento. La violencia surge de la inseguridad, pues el que recurre a la violencia en el fondo no está seguro de lo que dice creer. Si queremos terminar con la violencia y los ataques que recibimos como Iglesia, tenemos que empezar por nosotros mismos y ponernos a estudiar y a hacer vida nuestra fe. Es la única manera. 




Thursday, May 17, 2012

Cansancio moral

¿Por qué hago el mal que no quiero y no hago el bien que quiero? ¿Por qué cosas tan simples en la vida como hablar tranquilamente y con gusto con las personas a las que quiero se dificultan tanto cuando estoy cansada?

Quizás mi problema es que cuento demasiado conmigo misma y se me olvida lo chiquita que soy. Para ser humilde hay que practicar durante toda la vida.