Wednesday, November 24, 2010

Vanity, thy name is human

El camino de la bondad es peligroso. No tanto por los obstáculos y las envidias que vienen de fuera, sino por los demonios que uno alberga adentro. Ya lo había dicho Cristo: no es lo que entra en el hombre lo que lo daña, sino lo que sale de él. Y uno de mis peores demonios internos, es la soberbia.

He luchado contra ella desde que soy consciente de que la tengo, y ha sido una lucha exhaustiva y agotadora. Y es que es tan difícil ser humilde... en especial cuando te enfocas tanto en conseguirlo. A veces incluso siento que estoy encerrada en un círculo infinito, pues cuando más creo haber logrado actuar con humildad, descubro que el móvil de mis acciones no es el amor, sino la vanidad.

Ser humilde no es hacerse pequeño por el deseo interno de que los demás reconozcan que eres grande. Ser humilde es reconocer desde un inicio que nuestra naturaleza está llamada a ser mucho más de lo que somos ahora e intentar engrandecerse. Amar no es sacrificarse siempre y ser un mártir viviente; es disfrutar dando y recibiendo. Es decir, compartiendo.

Lo único que uno logra yéndose al otro extremo del péndulo por miedo a ser soberbio, es terminar con una autoestima hecha puré y con una salud física peor. Y, al menos en mi caso, eso provoca un pésimo humor y un desquite emocional con los que te quieren, lo cual te causa remordimientos, menos autoestima y el círculo vicioso vuelve a empezar.

Necesito acordarme de la grandeza que hay en mí, necesito darme tiempo para mí misma, cuidarme, mimarme y consentirme un poco más y, lo más importante: dejar de tener miedo.

El miedo, aunque se le tenga a un pecado, es la peor de las enfermedades. Y ya me estoy cansando de padecerla.

¿En dónde dejé mi espada?