Saturday, October 02, 2010

Un ejemplo a seguir

Paty nos cayó del cielo. Cuando todos habíamos perdido la esperanza de tener un hogar tranquilo y amable para vivir, llegó ella con su sonrisa tímida y sus ojos chispeantes. Es una mujer joven y sencilla. Siempre tiene su cabello negro atado en una cola de caballo, sus uñas cortas y limpias y le gusta vestirse con jeans y tennis para trabajar. Mi mamá la contrató después de una muy mala experiencia con Lucía, nuestra muchacha anterior. Lucía y mi mamá nunca se entendieron. A mí tampoco me era del todo agradable, pues era muy callada, arisca y tenía una mirada fea. Siempre he pensado que el alma de las personas se refleja en sus ojos, y los de Lucía eran terriblemente opacos y desconfiados. En cambio los de Paty son brillantes, limpios y sinceros, por lo que me dan la impresión de que es una persona honesta y que puedo confiar en ella.

Me cayó bien desde el principio. Al entrevistarla por teléfono, le dijo una frase a mi mamá que me gustó mucho: “Señora, sé que no soy perfecta y que cometo errores, así es que le pido que por favor me diga cuando algo no le guste para cambiarlo.” Es una actitud preciosa, pues es muy rara hoy en día. Por lo general, a la gente no le gusta que la corrijan y prefieren tapar sus errores que aprender de ellos.

Además de humilde, Paty demostró ser trabajadora y de mente inquieta. Le gusta mucho aprender cosas nuevas y perfeccionar lo que hace. En especial, le encanta cocinar y siempre está buscando aprender recetas nuevas. Puede parecer una nimiedad, pero es impresionante cómo nos mejoró el humor a todos en mi familia desde que podemos llegar a una casa limpia a comer rico y variado. Y es que una sopa de fideos grasosa e insípida puede amargarle el día a cualquiera.

Todos hemos aprendido a querer a Paty y a reconocer la gran ayuda que nos da, pero en especial yo le he tomado un cariño particular. Como ahora paso la mayor parte de mi tiempo en la casa, he tenido la oportunidad de convivir con ella y de conocerla. En las ocasiones en las que como yo sola en la casa, le gusta platicarme cosas de su vida mientras lava los trastes y limpia la cocina. Yo, por mi parte, agradezco la compañía y disfruto escuchándola. Ha tenido una vida realmente interesante. Es una niña de pueblo, hija de una madre religiosa y extraordinariamente conservadora (casi puritana), y de un padre ex-alcohólico converso al cristianismo. Tiene tres hermanos varones, dos de ellos militares, y un hijo que está por cumplir cuatro años: el pequeño Orlando. Curiosamente fue ella la que dejó al papá del niño, pues se dio cuenta de que era un hombre que no la amaba y que no la entendía.

“La gente aquí en la ciudad es más abierta, pero en mi pueblo piensan diferente”, me dice a veces. “Allá no entienden por qué decidí trabajar y mantenerme yo en lugar de casarme con el papá de Orlando. Mi mamá me dice que este es el destino que me tocó vivir y que debería conformarme con lo que tengo, pero es que yo quiero hacer algo por mí misma y darle un futuro a mi hijo.”

Paty siempre quiso estudiar una carrera. Le gustaba mucho la escuela y era muy buena, pero tuvo que dejarla en la prepa, pues su papá tuvo un accidente y ya no pudo pagársela. Ella insiste en que quiere aprovechar que es joven (a penas tiene mi edad) y ahorrar dinero para poder mantener a su hijo y darle estudios. Tiene el sueño de abrir una pizzería en su pueblo y vivir de su trabajo. Le duele estar separada de su hijo y a veces se pregunta si algún día Orlando le va a recriminar que lo dejara con sus abuelos para irse a trabajar. Incluso una vez se le salieron unas cuantas lágrimas, pero las escondió por orgullo. Yo le insisto en que no sea tan dura con ella misma, pues su situación no es nada fácil y es bastante loable que quiera salir adelante contra viento y marea.

“¿Y nunca has pensado en conocer a alguien más y casarte?”, le pregunté alguna vez. Al principio me dijo que no, que ya había tenido suficiente de los hombres. Pero hace poco me confesó que aún no ha perdido la esperanza de encontrar a alguien que comparta su forma de pensar y que quiera construir algo en conjunto. Creo, por todo lo que me ha contado, que lo que más le molesta es que quieran cortarle las alas y obligarla a quedarse en su casa y ser mantenida por un esposo. Es una Éowyn, un espíritu guerrero que teme que la encierren en una jaula.

Admiro mucho a Paty y trato de ayudarla en lo que esté a mi alcance. Ya no la considero solamente una empleada, sino que la reconozco como una amiga. Agradezco tenerla con nosotros, pero espero sinceramente que algún día pueda abrir su pizzería e irse a su pueblo, a estar con su hijo y a disfrutar de una tranquilidad bien merecida.